El valle de la exclusión

Vacas (1992) fue una película importante no solo por ser el gran texto fundacional en una de las trayectorias más arriesgadas en el cine español de finales del siglo XX —la de Julio Medem—, sino por el desafío estilístico que resolvía con brillantez: encontrar una nueva manera de bucear en las raíces de lo que se daba en llamar el problema vasco, partir de lo particular para elevarlo a discurso de validez universal a través de la forma —o de la plena imbricación de forma y fondo— y desvelar líneas de continuidad entre un pasado mítico y un presente problemático. Ahora Vacas desempeña un papel esencial en la ambiciosa construcción de Baztán, primer largo del cortometrajista Iñaki Elizalde: al coguionista Michel Gaztambide, que ya participó en la escritura de Vacas, se le podría acusar de cierta coquetería en su manejo de la autocita, pero no es menos cierto que las líneas de diálogo que establece esta película con la obra de Medem cargan el conjunto de estimulantes resonancias. Como lo hace esa referencia fugaz a La leyenda de Sleepy Hollow,de Tim Burton, que, como recordará el lector, era una ficción sobre la instrumentalización de la superstición y la figura del monstruo por parte de un poder culpable.

A primera vista, Baztán parece encuadrarse dentro de ese disuasorio uso del cine como instrumento de afirmación identitaria, pero es una falsa pista. Iñaki Elizalde ha hecho algo infinitamente más interesante: una película que se mete en problemas o que, cuando menos, indaga en zonas problemáticas de esa identidad; en este caso, la historia de la discriminada comunidad de los agotes en el valle de Baztán, condenados a habitar una zona de exclusión en la Arcadia desde el siglo XVII hasta nuestros días. Entre el ocasional didactismo y la vehemencia expresiva, Baztán no reafirma ideas recibidas, sino que formula preguntas incisivas.