Nick Wallenda cruza las cataratas del Niágara sobre un alambre
El funambulista entra en la historia al convertirse en el primer hombre en cruzar la caída de agua en más de un siglo

Empapado en vapor de niebla y con los ojos empañados por la emoción y el esfuerzo, así entró en la historia Nick Wallenda, un funambulista de 33 años que, pasadas las 11.30 de la noche (hora local) de este viernes, se convirtió en el primer hombre en más de un siglo en atravesar las cataratas del Niágara sobre un alambre. La última persona en hacerlo fue James Hardy en 1896, poco antes de que las autoridades prohibieran el paso entre ambas orillas.
Andar sobre la cuerda floja está sedimentado en lo más profundo del ADN de Wallenda. “La vida está sobre el alambre, todo lo demás solo es esperar”, era el lema de su tatarabuelo Karl Wallenda -la tercera generación de una estirpe de equilibristas que se remonta a finales del siglo XVIII y que hunde sus raíces en el imperio astrohúngaro- que perdió la vida en 1978 al caerse de un cable cuando trataba de cubrir la distancia entre dos rascacielos de Puerto Rico. “Llevo preparándome para este momento desde los dos años”, explicó Wallenda antes de acometer una hazaña con la que, aseguró, quería rendir homenaje a su antecesor.
Al filo de las diez de la noche, embozado en un forro polar rojo, Wallenda afianzó sus pies sobre el alambre de cinco centímetros de grosor, se aferró a la pértiga para equilibrar su cuerpo, y se encaminó hacia el abismo natural de las cataratas. Las miles de personas apostadas en las orilla de Estados Unidos y de Canadá, separadas por poco más de un 500 metros de distancia, contemplaban con una mezcla de fascinación y pánico cómo el equilibrista se perdía entre la bruma de espuma y niebla creada por el agua.

El alambre se mueve tanto que es muy complicado fijar la vista y ver por dónde ando” Nick Wallenda
Ni la humedad, ni las fuertes ráfagas de viento, ni los halcones que sobrevolaban la zona parecían perturbar los pasos firmes de Wallenda, pero la retransmisión de la televisión permitió conocer cómo se sentía realmente el protagonista. “El alambre se mueve tanto que es muy complicado fijar la vista y ver por dónde ando”, le comentaba con mucha calma a los presentadores de la cadena ABC, que retransmitió con todo lujo de detalles, y con cinco minutos de retraso, el acontecimiento. La emisora, propiedad de Disney, insistió a Wallenda para que llevara un arnés de seguridad, algo a lo que este se negó hasta el último minuto. “Jamás he trabajado con medidas de protección y este arnés es muy pesado, pero acato la decisión de los patrocinadores”, explicó poco antes de subirse sobre el alambre.
A lo largo de toda la emisión, los espectadores pudieron escuchar cómo el equilibrista hablaba con su padre, que le iba dando instrucciones desde un estudio, y las impresiones del propio Wallenda mientras caminaba rumbo a Canadá. “Gracias dios mío”, repetía casi constantemente. “Gracias por dejarme vivir este momento histórico. Nadie más va a estar aquí arriba como estoy yo ahora”.
La cadena ABC, propiedad de Disney, insistió a Wallenda para que llevara un arnés de seguridad, algo a lo que este se negó hasta el último minuto
El funambulista recorrió la distancia abierta por la caída de agua en poco menos de media hora. Los últimos pasos los hizo casi al sprint para abrazar a su mujer, trapecista, y a sus tres hijos que poco antes habían hecho el mismo recorrido que su padre pero no sobre el alambre como él, sino en un barco, sobre las aguas. Como cualquier viajero que cruza la frontera a la llegada a Canadá le esperaban dos policías que le pidieron el pasaporte, que Wallenda llevaba encima. “¿Cuál es el propósito de su viaje?”, le preguntaron. “Servir de ejemplo a la gente”, contestó muy convencido.
El funambulista reconoció que lo más complicado había sido hacer frente a la intensidad del viento que azotaba el alambre a más de 60 metros de altura. “Este trabajo requiere una gran preparación psicológica, pero también física”, explicó. Wallenda lo sabe. Se ha criado en una familia que ha hecho del alambre su vida, siguiendo la máxima del tatarabuelo Karl.
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