Nube

Vivir en una nube fue siempre la descripción más cruel de la independencia del soñador. Hoy los profetas de la tecnología, a veces demasiado disfrazados de meros vendedores de aparatos de consumo y almacenaje, presentan la nube como la oportunidad de negocio y espacio de libertad, la única alternativa a lo real. De ahí que el programa de TVE La nube sea una ventana imprescindible para familiarizarnos con ese lugar prometedor. Toni Garrido lo presenta catapultado por el éxito de su revista de las tardes en RNE, que se ha convertido en un espacio de disensión razonada. De lo más estimulante del dial, junto al fantástico informativo desinhibido de las mañanas de Radio 3, el adictivo Hoy empieza todo, que toma el título de la bella propuesta educativa de la película de Tavernier.
Garrido dota de libertad al formato y sabe proponer un caos gustoso, tras la trabajada escaleta. Pero en las dos primeras entregas se percibe demasiada premura, el deseo de meter demasiadas cosas en poco espacio y justificar los abruptos cortes de conversación en una supuesta continuidad del programa en la Red. Picoteo excesivo, en la era de los recortes, que desperdicia la posibilidad de crear un espacio de charla más nutritiva. Entrecruzar a los invitados en vez de acotarlos en espacios consecutivos quizá propulsaría las propuestas y los hallazgos sin la sensación de corsé asfixiante.
La nube crecerá si los invitados siguen escarbándose entre gente que conoce desde dentro y con éxito los nuevos formatos o tiene la calidad de las dos invitadas del último episodio. Maruja Torres, de quien aprendí en una semana de colaboración con ella, cuando era tan solo un pipiolo, para qué servían los colmillos de un periodista, y Carmela Ríos, que se acaba de llevar el premio Ortega y Gasset por sus tuitcrónicas de la irrupción de los indignados. Ambas representan la continuidad del prestigio y la calidad profesional aún en las neotecnologías, razón evidente para el optimismo. El programa necesita relajo para ordeñar lo mejor de sus invitados y no convertirse, como tantas propuestas supuestamente informativas sobre la tecnología actual, en un catálogo promocional de tabletas, teléfonos inteligentes y lectores electrónicos, que generan más necesidad de consumo que espíritu crítico frente a la manipulación comercial.
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