Eldorado

Por más que los españoles no queramos ver la realidad, la realidad sigue ahí delante, en desafío radical a nuestras certezas de mentira. Tras la toma de Repsol YPF por el estado argentino nos invade un ritual de gestos grandilocuentes. La presidenta Kirchner ante el retrato de Evita y sus menciones a las trompas de elefantes es contestada por nuestros altos capitanes y sus metáforas con el tiro en el pie. ¿Puede haber sinceridad entre tanta gesticulación? Entendemos, eso sí, que la extracción de hidrocarburo es hoy por hoy el esplendor prometido, aquel mítico Eldorado a cuenta del cual los poderosos hipnotizaban a los humildes.
Nuestro problema consiste en admitir, de una vez, que España no iba bien cuando nos convencieron de que España iba bien. El crecimiento fue mal repartido y el oportunismo guió nuestra ambición de nuevo rico. Jamás se consolidó la identificación entre empresa y nación, por más que ahora se nos obligue a desfilar bajo una bandera ficticia y se nos invite a jurar fidelidad a Repsol y Sombra. Para ello tendrían que habernos dejado sentir como propio lo que evidentemente era ajeno. La empresa aceptó colocar de socios a los amigos del gobierno argentino, bajo las presiones y los chanchullos que son pieza común. Con complacencia se introdujo la cuña con la que hoy te sacan del sitio con un martillazo certero. Así, la Vaca Lechera se ha encontrado con la Vaca Muerta y el nuevo maná sucio que promete surgir a raudales.
A las debilidades de un país nadie responde con generosidad. Nuestras empresas tomaron una Argentina quebrada, mientras los españoles ofrecían sus ciudades y su amistad a los que se tenían que marchar. Hoy las tornas han cambiado. Pero son los gobiernos y los negocios quienes pronuncian la palabra amistad en vano, de un modo casi pornográfico. Se llenan la boca en cumbres y meriendas de Estado, con la misma desbordada histeria con que luego claman por la ruptura y la enemistad. Pero un amigo es otra cosa, sustentada sobre algo más íntimo, menos interesado y muchísimo más noble. Y si uno goza de escuchar a Spinetta cantar Muchacha de ojos de papel, el otro, allá, en este embrollo, sabe que nosotros seguimos siendo España y viceversa.
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