"Me interesa un cine que explora los grises, no de blanco y negro"
Su filme 'Rabia', la ganadora del certamen de Málaga, es un 'thriller' que apuesta por la podredumbre social
Sebastián Cordero (Quito, 1972) es un cineasta ecuatoriano. Y eso es muy, muy complicado. También es cierto que pasó su adolescencia en París, y estudió Guión en la Universidad de Southern California (USC). Pero volvió a su país a rodar cine. Y lo logró: Rata, ratones, rateros (1999). Con esa carta de presentación conoció a Bertha Navarro, la productora mexicana, la llave que abre la puerta del imperio Del Toro. Así llegó Crónicas, con John Leguizamo, Alfred Molina y Leonor Watling. "Cada una ha llevado a otra, y vino Rabia ". Con su tercer largo, Cordero ha ganado el festival de Málaga , y provocado ciertas sonrisas en la industria cinematográfica español: un filme producido por Telecinco ha triunfado en un certamen patrocinado por Antena 3. Rabia es un thriller basado en la buena mano de Cordero creando atmósferas, un filme protagonizado por dos inmigrantes, un caserón vasco y una familia de recio abolengo. Y con dos actores en estado de gracia: Gustavo Sánchez Parra -extraordinario en su esfuerzo físico- y Concha Velasco -pidiendo a gritos un goya-. Un drama que ganó en un festival muy de comedias. "Bueno, yo conocía poco la tendencia general de Málaga. Igual es interesante que haya más variedad. Me gustó ver cómo la recibía la gente. Llevamos un recorrido de varios meses en festivales internacionales y nos ha ido muy bien. Pero quería ver la reacción de los españoles".
Cordero ha logrado que sus tres películas sean muy suyas, muy corderiles, y sin embargo no tengan nada que ver entre sí. "Trato de hacer cosas distintas y después, en las proyecciones, descubro los elementos comunes. Me atraen, es obvio, las historias oscuras y personajes de complejidad muy marcada. Me interesa un cine que no sea en blanco y negro, que explore todas las gamas de grises. Pero en cada proyecto intento replantearme el camino". Por eso ahora quiere hacer algo más caótico e impulsivo, alejado de la muy medida Rabia. "Sí, el rodaje fue controlado, porque el 80% era dentro de la casa. Todo se volvía claustrofóbico y difícil: la atmósfera, la trama... hasta el equipo". Cada filmación también fue distinta: "La primera nació del incontrolable deseo de hacer cine, no conocíamos el no por respuesta, éramos muy atrevidos; la segunda, Crónicas, era de un tamaño desconocido en el cine ecuatoriano, enorme. Y ésta nació de una tercera vía: Bertha Navarro me envió la novela de Sergio Bizzio y me propuso que la dirigiera. En muy poco tiempo armamos el guión y la producción". Navarro también la habló de Gustavo Sánchez Parra, "y es cierto que leyendo la novela encajaba". Más aún cuando le refrendó Guillermo del Toro. "Tengo suerte de trabajar con los actores que he querido. Jamás he tenido imposiciones, sino sugerencias que he aceptado o no". Y él siempre ha seguido a lo suyo, "a ser positivo en la vida, a disfrutar", a contar historias de podredumbre: "Trabajo con las texturas, me atrae esa sensación de maldad, de amoralidad". En un momento de Rabia, los dueños de la casa fumigan el edificio, pero no sirve para nada porque la podredumbre es interior; en Crónicas, el personaje de Damián Alcázar no dejaba de bañarse. "Esos lados oscuros, esa decadencia, ese deterioro son necesarios para que los personajes sean creíbles".
¿Cómo es la relación con unos productores, los dueños de Tequila Gang, tan poderosos? "Sí, pero es cierto que son difíciles de ver. Tanto Alfonso Cuarón, como Alejandro González Iñárritu o Guillermo del Toro son difíciles de ver, así que el contacto es muy telefónico. Incluso Bertha Navarro no se mete mucho. Sin embargo, cuando los necesitas, ahí están. Te pongo ejemplo. Acabé Crónicas y la vieron varias personas, entre ellas Guillermo, que me comentaron que decaía el ritmo. Del Toro me llevó aparte y me dijo: 'Cambia esto y eso y aquello. A tu filme le sobran nueve minutos'. Me pareció un poco absurdo. ¿Cómo podía saber la cantidad exacta? Regresé con el montador a probar cosas, a pulir la película, y me di cuenta de que según cortaba, crecía. Y cuando rematé el filme, medí lo cortado... y eran nueve minutos exactos. Fue una gran lección".

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