Jane Goodall, la mujer que redefinió al “hombre”
La ‘humilde’ aportación científica de la revolucionaria primatóloga fue cambiar para siempre lo que significa ser humano


“Ahora debemos redefinir las herramientas. Stop. Redefinir al hombre. Stop. O aceptar a los chimpancés como humanos”. Este telegrama, que forma parte ya de la historia de la ciencia, fue la respuesta con la que el paleontólogo Louis Leakey recibió los hallazgos de su pupila, Jane Goodall. Leakey, que dedicó su carrera al estudio de los orígenes humanos en África, había contratado a aquella joven, que no tenía formación académica formal en biología, para estudiar los chimpancés en libertad en Gombe (Tanzania). En esa frase de Leakey se resume la aportación de Goodall a la humanidad, aunque en aquellos tiempos se escribía “hombre” para definir a la humanidad (y todavía alguno lo hace hoy en día). No éramos, no somos, tan especiales como pensábamos.
Los descubrimientos de Goodall, acompañando en su día a día a los chimpancés con un compromiso casi monástico, fueron realmente revolucionarios. En 1960, observó a Greybeard usar una ramita para pescar termitas. Un gesto tan simple como rompedor. Hasta ese momento, la ciencia definía orgullosa a nuestra especie como “man, the toolmaker”: el hombre, que fabrica herramientas. Pero Greybeard y Goliath cogían ramas y les arrancaban las hojas hasta conseguir un fino instrumento que colar por los pequeños orificios del termitero y así alcanzar la sabrosa merienda con patitas.
Ahora ya sabemos que los chimpancés no solo usan herramientas, sino que tienen prácticas culturales que se transmiten los unos a los otros, incluso por moda. Para beber, pueden usar puñados de musgo como esponjas u hojas como vasos, dependiendo de la orilla del río en la que se encuentre el clan. O que en algunos grupos usan lanzas para cazar pequeños monos, con las que las hembras ganan cierta independencia. Hoy también sabemos que hay muchas más especies que usan herramientas: pinzones, delfines, cuervos y pulpos, el planeta está lleno de toolmakers.
Hubo muchos más hallazgos de Goodall que, por comparación, nos obligaron a moldear lo que creíamos que nos hacía tan especiales a los sapiens. Ella le ponía nombre a los sujetos de estudio y describía su personalidad, porque son ambiciosos, tímidos, violentos, reflexivos o cariñosos: la psicología de nuestros primos es tan rica y diversa como la nuestra. Y sus lazos sociales son tan complejos y determinantes como los nuestros.
Pero esa complejidad tenía un reverso tenebroso que atormentó a la científica con noches en vela: los horrores de la guerra. Entre 1974 y 1978, la comunidad de Gombe creció tanto que se partió en dos. Y esos dos grupos no tardaron en pasar de compañeros a antagonistas. Los chimpancés, muy territoriales, rápidamente cristalizaron en sus cabezas la idea de un enemigo al que aniquilar. Escalaron de roces a escaramuzas y de agresiones a ataques orquestados, como la emboscada que urdieron ocho machos para acabar con Godi, uno de los rivales que había establecido el nuevo clan del sur. Goodall relató en detalle la sangrienta y cruel paliza en un capítulo que tituló Guerra, porque eso fue lo que se desató entre los dos clanes tras el asesinato de Godi. El grupo del norte tardó cuatro años en aniquilar a todos los machos que se habían independizado en un nuevo reino. Este descubrimiento tuvo y tiene importantes repercusiones filosóficas: si el chimpancé es un lobo para el chimpancé, habrá que ampliar el foco de Hobbes y Rousseau más allá de los humanos.
Esa fue la gran aportación de Goodall —una mujer joven sin estudios en los sesenta— a la ciencia y a la humanidad: no hay una línea imaginaria, una frontera divina que nos separe del resto de los animales. Y menos todavía de nuestros primos, los grandes simios. Leakey tuvo la intuición de que podría descubrirse algo así. No sin paternalismo —pensaba que las mujeres serían más pacientes y observadoras en esta tarea— mandó a Goodall a estudiar a los chimpancés, a Diane Fossey a Ruanda con los gorilas y a Biruté Galdikas con los orangutanes a Borneo. Ellas tres, las “Trimates”, revolucionaron la primatología con su intuición y metodología. Y las tres terminaron descubriendo que su objeto de estudio estaba en terrible peligro por culpa de las presiones humanas. Los grandes simios estaban tan amenazados que las científicas no tuvieron más remedio que mutar en activistas. Fossey murió asesinada en extrañas circunstancias en pleno enfrentamiento con los furtivos. Goodall acabó su vida este martes a los 91 años, en su interminable gira por el mundo tratando de concienciar a la humanidad. Esa a la que ya había cambiado para siempre hace décadas, tomando notas discretamente en medio de la jungla.
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