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Investigadores españoles resucitan a ‘los fantasmas’ de los campamentos neandertales

El proyecto Scavengers estudia hoy en día el comportamiento que podrían haber tenido osos, lobos y hienas ante los fuegos neandertales

Scavengers

El fuego de la hoguera crepita, proyectando reflejos anaranjados sobre los rostros de frente prominente de un reducido grupo de neandertales. El olor a carne asada atrae a los depredadores que, sin embargo, se mantienen a distancia por miedo. Mientras unos humanos desgarran músculos y tendones con lascas de sílex, otros machacan los huesos para extraer la nutritiva médula ósea. Una vez procesados, los más pequeños acaban en las llamas, a diferencia de los más grandes que son lanzados por encima de sus cabezas hacia atrás, cayendo y acumulándose en una zona de desperdicio. Al alba, con las cenizas aún humeantes, el refugio se abandona, dejando tras de sí acumulaciones de huesos y herramientas de piedra. Pasados 100.000 años, y contando con un milagro geológico, esos restos se convierten en un yacimiento paleontológico.

El anhelo en cualquier campaña de excavación es que el registro arqueológico llegue hasta nosotros tal y como los neandertales lo dejaron. “El problema es que no se tiene en cuenta el papel de los carnívoros que entraban en los campamentos. Se comían muchos huesos o los desperdigaban y quedaba todo mezclado”, afirma Jordi Rosell, profersor de la URV, especialista en zooarqueología e investigador principal del proyecto Scavengers (carroñeros), financiado por el Consejo Europeo de Investigación (ERC). Es lo que en paleontología se conoce como bioturbación. Durante el Paleolítico Medio (entre el 100.000 y el 35.000 AC) los neardentales de la Península Ibérica compartían el territorio con el legendario oso cavernario (Ursus spelaeus), como atestigua la Cova del Toll (Barcelona), lugar donde hibernaron centenares de ellos, o el lobo. Pero también con hienas, leones, y toda la fauna que todavía hoy se conserva en África. “Los carroñeros son los fantasmas de los yacimientos porque ellos pasan, se llevan cosas pero tú no lo ves a nivel arqueológico, porque no encuentras esas mordeduras”, reflexiona Rosell, quien actualmente excava en el yacimiento neandertal de la Cova de les Teixoneres (Barcelona). Además, con frecuencia aparece el problema de los palimpsestos. Sucede cuando una ocupación humana se instala encima de otra y borra la anterior.

Un	oso	pardo	en	una	recreación	de	hogar	neardental	(Parque	Natural	del	Alt	Pirineu,	Lleida)

Para entender de qué manera han podido influir los carnívoros en el grado de alteración de los yacimientos arqueológicos, el proyecto se ha propuesto resucitar a los fantasmas de la prehistoria. Su investigación sigue la senda trazada por el arqueólogo estadounidense Lewis Roberts Binford quien a partir de 1950 estudió las dinámicas en los campamentos esquimales de Alaska y la interacción de los carnívoros. Así pues, Rosell y su equipo han utilizado la neotafonomía directa como método propositivo. Lo que significa dejar de hacer una arqueología descriptiva para ver el comportamiento animal en la actualidad. “En lugar de excavar en yacimientos lo que nosotros hacemos es reproducir fuegos neandertales en lugares donde hoy en día hay presencia de carnívoros salvajes, lo más parecidos posible, a los que habitaron cerca de aquellos humanos para ver cómo actúan con los restos”, resume el zooarqueólogo.

El papel de las cámaras

La primera recreación fue en 2016 en el Parque Natural Alt Pirineu (Lleida) con el oso, ya que el oso pardo (Ursus arctos arctos) es el pariente vivo actual más cercano al oso cavernario. El modus operandi en todos los experimentos consistió en preparar “carne a la brasa” en abrigos rocosos (refugios naturales) al “estilo del Paleolítico”. El equipo utilizó cordero, y huesos de vaca para simular a los de los grandes animales. Los neandertales solían transportar las piernas de las capturas más grandes (caballos, rinocerontes, uros, bisontes) a sus campamentos. Fémures, tibias, radios y húmeros. Los investigadores retiraron la carne, —que previamente habían desgarrado con herramientas de piedra—, también trocearon los huesos, llevándose la médula, —que era lo que buscaban básicamente aquellos primeros pobladores—, y abandonaron el lugar. No sin antes colocar tres cámaras de fototrampeo para captar cualquier movimiento de los carnívoros.

Lo que observaron fue un tímido interés por los restos por parte de los osos (eminentemente vegetarianos, salvo justo después de hibernar), que aun así, según demostraron las imágenes, toqueteaban las cenizas de los hogares, pisaban huesos, los barrían y los marcaban. A pesar de eso, en los diez fuegos que se replicaron se registraron muy pocos casos de ingesta. Sin embargo, para sorpresa del equipo, las cámaras también captaron la alta actividad destructiva de los zorros. Estos cogían los huesos para esconderlos a centenares de metros de distancia. También transportaban los troncos a medio quemar y revolvían las herramientas de piedra impregnadas con grasa animal.

Dados estos buenos resultados, el proyecto se abrió al estudio de otros carnívoros. Esta pasada primavera los científicos reprodujeron cuatro hogares en el valle de Cabrera (León) donde nunca se ha llegado a extinguir el lobo. “Los lobos entraban a la zona del hogar sin ningún tipo de miedo, como si fueran perros mansos. Incluso algunos se revolcaban entre las cenizas para desparasitarse. Roían y se llevaban los huesos. Hasta dejaron defecaciones, lo que a nivel arqueológico se conoce como coprolitos”, comenta Rosell.

En junio de este año, el equipo dio un paso definitivo al estudiar a las hienas, el único animal capaz de explotar y engullir huesos grandes, en un área repleta de abrigos rocosos conocida como Nasera, dentro de la zona de conservación del Ngorongoro (Tanzania). Allí, con la ayuda de los investigadores del Instituto de la Evolución Humana en África (IDEA-Olduvai), consiguieron hacer cuatro hogares en diez días. La carne de oveja y los huesos fueron proporcionados por los pastores masai. Lo que comprobaron fue que las hienas son los más “fantasmas” de todos los carnívoros. Aunque titubeantes, con miedo y en alerta permanente, estas trinchaban los huesos (epífisis, zona con gran concentración de grasa) en el mismo lugar y se los comían. No dejaban marcas de mordedura. Y lo más relevante, no dejaban gran cosa para un “futuro” registro arqueológico. Los primeros resultados, aunque preliminares, ya han sido publicados. Aun así, en el equipo son conscientes de que deben aumentar el número de experimentos para llegar a hacer modelos matemáticos, con ayuda de la IA, que expliquen el impacto de los carroñeros.

Campamentos ‘carroñados’

Analizando los datos, Scavengers defiende que la mayoría de los campamentos neandertales estudiados a nivel mundial han sido “uniformizados”. Lo que equivale a decir que han sido sistemáticamente “carroñados”. Por eso, solo se han encontrado, por ejemplo, huesos de caballo, uro o bisonte, de talla grande y solo las diáfisis (huesos largos). Justamente aquellas partes que no pueden ser engullidas por carnívoros como las hienas. Según los investigadores, este grado de alteración hace que debamos revisar las interpretaciones que hasta ahora se habían dado por buenas. Una de ellas tiene que ver con la duración de los campamentos, que según el estudio, es un elemento clave para inferir el grado de humanidad de aquellos neardentales. “No tenían campamentos de larga duración como se pensaba. Si, como estamos comprobando, los carnívoros han ido entrado es porque eran de corta duración. De lo contrario, si hubieran sido de larga, los humanos no les hubieran permitido entrar y hubiéramos obtenido otro tipo de registro arqueológico”, afirman en el proyecto.

Una investigación bienvenida y polémica

E estudio se ha acogido con entusiasmo por parte de nombres propios de la investigación sobre la evolución humana como Eudald Carbonell, prehistoriador, antropólogo y excodirector de los yacimientos de Atapuerca. “Es uno de los mejores trabajos que se están haciendo ahora mismo sobre carnívoros a nivel internacional y debe modificar la forma de excavar y de entender el registro. A pesar de que sea actualismo, nos permite ver la mecánica de apropiación que tienen estos carnívoros cuando encuentran un hogar neandertal”, apunta. Aun así, el arqueólogo ya jubilado cree “que cuando esté terminado puede generar mucha polémica”, dado que aparte de los carnívoros hay más elementos que intervienen en la obtención de los restos arqueológicos. “El fuego [la pirotécnica] quemaba todas las partes grandes. Se ve muy claramente en el yacimiento de l’Abric Romaní [yacimiento neardental, Barcelona] que está lleno de astillas de metáfisis, y donde no quedan evidencias de articulaciones o tejidos esponjosos de las osamentas”, asegura.

Una	hiena	en	una	recreación	de	hogar	neardental	(Nasera,	Tanzania)

En esta misma línea incide el también excodirector de Atapuerta y paleontólogo Juan Luis Arsuaga, a quien le parece muy interesante este estudio experimental que “aportará datos e información” pero quien también pide que se tengan en cuenta aquellos factores geológicos que participan en la formación de los estratos sedimentarios. “La gente se piensa que los neandertales realizaban sus actividades, se marchaban y eso quedaba allí, congelado. No es así. Muchas veces enormes coladas de barro propiciaban un enterramiento natural. Se trata de un proceso geológico con gran energía que transportaba sedimentos y que tenía una gran capacidad de alterar la distribución espacial en los yacimientos, al menos tanto como la actividad de los carnívoros”, apunta. Además, ambos expertos coinciden en que no en todos los yacimientos hay evidencias de la actuación de los carnívoros y en especial de las hienas, como sucede en la Cueva del Conde (Asturias).

En donde afloran las mayores reservas es en la duración de los campamentos y en el grado de humanidad inherente. “No se puede afirmar de forma taxativa que la mayoría fueran de corta duración, eran variados. Había campamentos estacionales de hasta seis meses. En el nivel E y J de l’Abric Romaní hemos encontrado restos de fuegos permanentes que fueron consumiendo durante meses porque eran hogares de agrupación del clan, para reproducirse”, apunta Carbonell. Al mismo tiempo, afirma que los neandertales también utilizaban estaciones de caza que duraban días o semanas. Pero que, en cualquier caso, las manifestaciones sociales eran iguales tanto en campamentos de corta duración como en los generales. “Con los neandertales empiezan las ocupaciones más prolongadas. Nosotros hemos excavado en Pinilla del Valle (Madrid) una acumulación de cráneos trofeo hecha por aquellos humanos. O, por ejemplo, en las excavaciones de Estatuas Interior, en Atapuerca (Burgos), recuperamos el ADN de cinco neardentales directamente a partir del sedimento”, sostiene Arsuaga y continúa: “Los cántabros y del País Vasco hacían campamentos más permanentes a diferencia de los mediterráneos. Sobre el estudio, si se demuestra que los campamentos eran de más corta duración, quizá eso indicaría grupos más móviles o menor densidad de población, podría ocurrir que desaparecieran durante décadas de algunos territorios”.

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