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La civilización maya sufrió 44 años de sequías en sus últimos dos siglos

El análisis de una estalagmita muestra que hubo eventos de sequedad extrema que duraron más de una década

Grutas Tzabnah
Miguel Ángel Criado

Tras siglos de esplendor, la civilización maya empezó a decaer en el siglo VIII de esta era, colapsando por completo en los dos siguientes. Abandonaron sus ciudades, con sus pirámides, estadios, plazas ceremoniales... y sus campos, sostenidos con una ingeniería hidráulica tan ingeniosa y tecnológica como la de sus coetáneos, los árabes. Se ha culpado de este proceso de declive a las guerras vecinales, invasiones desde el norte y el sur, enfermedades, al cambio climático... o una combinación de todos o varios de estos factores. Pero de entre todos ellos destaca el impacto del clima sobre la base de sociedades tan agrarias. Ahora, el estudio de una estalagmita de una cueva cercana a urbes mayas como Chichén Itzá ha permitido concretar su papel: según este análisis, publicado en Science Advances, de los últimos 200 años del Periodo Clásico, en al menos 44 de ellos hubo sequías extremas.

Al igual que los primeros imperios agrarios del Cercano y Oriente Medio, basados en la explotación urbana del excedente de cereales del campo, las ciudades mayas dependían de la producción de diversos cultivos, destacando el del maíz. Y, como a aquellos, la sequía pudo llevárselas por delante. Lo que ha descubierto ahora un grupo de investigadores es que desde el 870 y hasta el 1100 de esta era hubo ocho eventos de sequías extremas en la península del Yucatán, una de las áreas centrales de la civilización maya. Y acotan lo que significa una sequía extrema: tres o más años consecutivos con la estación seca alargada al menos tres meses o, directamente, en los que no hubo estación húmeda.

La primera de estas sequías se inició en 894. Le siguió un año con un régimen de precipitaciones normal, al que sucedieron otros cinco años seguidos sin apenas lluvias. El evento más duradero se produjo en 929, donde las precipitaciones fueron anómalamente bajas durante 13 años. Se trató de la sequía más duradera desde que hay registros, tanto precolombinos como en los siglos posteriores.

Varios de los autores del estudio de la estalagmita en Labna, una de las ciudades abandonadas tras varios eventos de sequías extremas.

Sedimentos en el fondo de lagos y el estudio de otras estalagmitas ya habían mostrado el papel destacado de la sequía durante el llamado periodo Clásico Terminal maya. Los distintos espeleotemas (como estalactitas o estalagmitas) crecen gota a gota con los minerales presentes en el agua filtrada y lo hacen año a año, lámina a lámina. Esto permite que, como los anillos de los árboles, usarlos como testigos ambientales, en particular de la lluvia caída. La gran aportación de este trabajo aquí es que han podido ver la variación de las precipitaciones no lámina a lámina o año a año, sino casi mes a mes.

“Conocer la precipitación media anual no dice tanto como saber cómo fue cada temporada de lluvias”, recuerda Daniel James, investigador especializado en la reconstrucción del clima del pasado en el University College de Londres (Reino Unido) y primer autor del estudio. El maíz crece a lo largo de la estación húmeda, siendo recogido al final. Y el rendimiento de la cosecha depende del agua caída. “Poder aislar la temporada de lluvias nos permite rastrear con precisión la duración de la sequía de la época de lluvias, que es lo que determina el éxito o el fracaso de los cultivos”, añade James.

Los investigadores comprobaron que su datación sobre los eventos de sequías se correspondía relativamente bien con los obtenidos de otros espelotemas y sedimentos en lagos. En conjunto, vieron que los datos climáticos coincidían con los arqueológicos: las inscripciones en estelas conmemorativas, la construcción de monumentos y la actividad política en varios sitios mayas importantes del norte se detuvieron en diferentes momentos durante este período de estrés climático.

La cosa pudo ser bien peor. El segmento de estalagmita que han estudiado, procedente de las Grutas Tzabnah, a unas decenas de kilómetros de ciudades mayas como Chichén Itzá y Uxmal, registra el lapso entre 870 y 1100. Pero hay un hiato de unos 50 años, entre 1021 y 1070, en los que el espeleotema no creció. James, que realizó este estudio cuando investigaba para la Universidad de Cambridge, recuerda en un correo que “hay muchas posibles razones para esto, una es que pudo haber llovido tan poco que el goteo se detuvo por completo durante una sequía severa”. O “todo lo contrario”, dice el geólogo de la Universidad de Salamanca, David Domínguez. “Si llueve mucho, se produce una disolución que hace que no crezca”, detalla el científico español, experto en espeleotemas que no ha intervenido en esta investigación.

Porción de la estalagmita estudiada. La imagen se ha virado a horizontal para facilitar la visualización de las capas de calcita sucesivas. Las variaciones indican también cambios en el régimen de lluvias.

Las estalagmitas se forman cuando el agua gotea del techo de una cueva y los minerales, en particular la calcita, precipitan. En ella quedan atrapados isótopos de elementos como el oxígeno o el carbono que ayudan a saber de dónde viene esa agua. En el caso de la cueva maya, han estimado que el agua caída en la superficie tardaba un mes en infiltrarse. Mediante la datación y el análisis de las capas de isótopos de oxígeno dentro de la estalagmita, los investigadores pudieron detectar las sequías y su duración. Las distintas láminas no dicen cuánto llovió, pero, “los años que llueve poco, los isótopos son más pesados”, explica Domínguez.

Ciudades como Uxmal fueron abandonadas al final de este periodo. Pero otras muestran signos ambivalentes. Todo indica que el Chichén Viejo decayó, pero lo que hoy se conoce como Chichén Itzá prosperó por un tiempo más. “Las diferencias entre los sitios reflejan las distintas respuestas sociales a la sequía”, opina James, el primer autor de la investigación. “Chichén Itzá contaba con una amplia gama de redes comerciales y estaba altamente centralizada, lo que habría permitido la acumulación o importación de recursos en épocas de escasez”, completa.

En 2021, un estudio no relacionado con este, mostró como una sequía de corta duración, de no más de unos meses o una única estación húmeda, provocaría problemas de suministro, pero el 89% de la producción aún saldría adelante. Sin embargo, en los casos de sequías extremas, como aquí se han definido, provocaría una reducción de las cosechas a su décima parte. Con todo, uno de sus autores, Scott Fedick, profesor emérito del departamento de antropología de la Universidad de California, Riverside, cree que los autores pasan por alto la capacidad de resistencia de las ciudades mayas.

“En nuestro artículo [el de 2021], existe una marcada diferencia entre las plantas alimenticias disponibles ante una sequía moderada y una sequía extrema. Si bien la mayoría de las especies anuales no producirán lo necesario, una amplia variedad de plantas alimenticias perennes nutritivas sí lo harían”, escribe Fedick. Para él, los autores del nuevo estudio ponen demasiado énfasis en el impacto de la sequía en las especies anuales, como maíz, frijol y calabaza, sin reconocer “la posible contribución a la seguridad alimentaria de numerosas especies perennes resistentes a la sequía que aguantarían durante una sequía moderada y solo disminuirían gradualmente tras una sequía extrema”.

El historiador Rafael Cobos, profesor de la Universidad Autónoma de Yucatán (México) y experto en la civilización maya, recuerda que las urbes de la región tuvieron presiones similares. “Mis investigaciones sugieren que tanto Uxmal como Chichén Itzá fueron contemporáneas y ambas ciudades precolombinas terminaron su desarrollo y apogeo a finales del siglo XI, justo cuando estaba en su máximo la gran sequía que afectó a Yucatán y el resto del mundo”, cuenta en correo. Aunque reconoce que hay quienes, basados en el registro arqueológico, defienden la pervivencia de centros como Chichén Itzá florecieron incluso en este contexto de adversidad climática, finalmente, “la civilización maya, con su sociedad que dependía de la producción de campos de cultivo de maíz para su alimentación, no pudo sostener su gran población y se produjo la debacle social-política-económica, el colapso”.

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Sobre la firma

Miguel Ángel Criado
Es cofundador de Materia y escribe de tecnología, inteligencia artificial, cambio climático, antropología… desde 2014. Antes pasó por Público, Cuarto Poder y El Mundo. Es licenciado en CC. Políticas y Sociología.
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