Una leyenda de provincias
‘La estrella y la memoria’ nos quiere dibujar el mito de un jugador desaparecido, del cual no hay registros visuales, pero que quedó grabado para siempre en las mentes de todos quienes se cruzaron en su camino

En uno de los Dichos de Luder, el alter ego de Julio Ramón Ribeyro que da título al libro señala: “Soy como un jugador de tercera división —se queja Luder—. Mis mejores goles los metí en una cancha polvorienta de los suburbios, ante cuatro hinchas borrachos que no se acuerdan de nada”. El autor peruano, gran fanático del fútbol, hizo del fracaso uno de sus grandes temas literarios. Encontró allí, en la dignidad de la derrota, en el olvido, el fiasco y el margen, una cantera valiosa para explorar los grandes motivos de la creación y del arte. Con más de un eco ribeyriano, en La estrella y la memoria el escritor argentino Eduardo Berti (1964) entrecruza el juego y la pérdida para entregar una ficción emotiva y nostálgica que, aunque no es una novela perfecta, sortea con éxito los lugares comunes de la literatura futbolera —la pasión de los hinchas, la garra de los deportistas, las jugadas inolvidables— y confirma la relevancia del trasandino en la escena literaria contemporánea.
Autor de una veintena de libros de cuentos, novelas y ensayos, Berti relata en La estrella y la memoria la vida de Eliseo Alegre, joven discreto y futbolista a su pesar. La biografía se reconstruye, como si fuera un documental con la cámara fija, a partir de los testimonios de sus familiares y amigos de infancia, además de los de algunos personajes que sobreviven a la tediosa vida provinciana donde surgió la leyenda de Alegre. Por medio de fragmentos breves, a lo más de unos pocos párrafos, se elabora un mosaico que nos permite ver el aura mítica de la estrella que nunca pretendió serlo, del muchacho que quiso pasar desapercibido pero cuyo talento excepcional lo hacía imposible. Eliseo llega a Los Pozos desde Mendoza, con su madre y su hermana, escapando de su padre abusivo y de una mancha que ensombrece su origen. Durante un tiempo, el niño no destacará en nada: “Sin ser un buen alumno, porque era del montón, Eliseo actuaba como si fuese el mejor de todos: limpito, distante, serio… Misterioso, incluso. Y, sobre todo, algo triste. (...) Era lo opuesto a un chico travieso o a un chico deportista. Siempre encorvado, a la sombra, en un rincón. O mirando al vacío, perdido, con los ojos como en blanco”, como dice uno de sus compañeros de juegos.
Sin embargo, todo cambia cuando el profesor de educación física los pone a jugar fútbol. Y no es que este fuera el hobby secreto de Eliseo Alegre: es que nunca había tocado una pelota. A pesar de ello, hay en él una aptitud innata, una capacidad natural que se revela como una epifanía ante todos los que rodean al protagonista, que ven en ese niño silencioso una esperanza caída del cielo. Una posibilidad de dejar la medianía de la tabla en el campeonato regional. Una ocasión para dejar de ser el pueblo perdido en la provincia y pasar a ser, quién sabe, la cuna de una leyenda de talla mundial. Su destreza con la pelota hace pensar que el futuro puede ser distinto.
Aunque no para él. No para Eliseo.
Para Eliseo Alegre, el fútbol era una actividad que cumplía sin pasión, casi obligado por su entorno que se ilusionó y vio en su talento la posibilidad de que Atlético Los Pozos gane por fin un campeonato en la liga provincial, venciendo a su archienemigo Unión de Coronel Cruz. El pueblo se vuelve loco ante los triunfos y los goles que llegan semana a semana desde los pies benditos de Eliseo Alegre. Lo que había sido siempre una historia de grisuras se convierte, en los años sesenta, en un elenco imparable, en un conjunto ganador que ve cómo las copas llegan sucesivamente a las vitrinas del club. ¿Y hay alegría, acaso, en el hábil protagonista? Como dice una vecina de Los Pozos: “No sentía orgullo. Y no entendía por qué tantos festejos. ¿Qué sentía? Que había cumplido con su deber, no sé. Que había hecho, claro, lo que esperaban de él. Yo le dije, me acuerdo: «Entonces, ¿ya está? Cumpliste. Ahora podés dejar esto». Pero él sacudió la cabeza, con una tristeza inmensa. Y siguió jugando, ay. Y empezó otro campeonato. Y llegaron más victorias. Fue como una bola de nieve”.
Los testimonios, hábiles a la hora de imitar la oralidad argentina por parte de Berti, pasan revista al impacto que significó un talento de esa naturaleza en un pueblo desacostumbrado a cualquier novedad. Los amigos de infancia, la novia de adolescencia, la hermana de Eliseo o los entrenadores del club van dando cuenta de su personalidad, del modo en que esa familia quebrada fue poco a poco aceptada en un pueblo que la miraba con desconfianza y del miedo que embarga a los fanáticos de Atlético Los Pozos, que esperaban que en cualquier momento un cazatalentos se llevara al goleador a un equipo importante de Buenos Aires. Con todo, más allá de la pasión de multitudes que despierta, de las fintas y gambetas en la cancha o de la época dorada de un club de tercera, La estrella y la memoria nos quiere dibujar el mito de un jugador desaparecido, del cual no hay registros visuales, pero que quedó grabado para siempre en las mentes de todos quienes se cruzaron en su camino.
La literatura futbolera goza en América Latina de una larga y viva tradición, que parte con Horacio Quiroga, pasa por Ribeyro y Galeano, y llega hasta nuestros días de la mano de autores como Juan Villoro o Eduardo Sacheri, entre muchos otros. Y aunque pareciera que después de leer “19 de diciembre de 1971”, de Roberto Fontanarrosa, y su excepcional spin-off escrito por un chileno —Paraíso canalla, de Francisco Mouat— no queda mucho que decir sobre este tema en la literatura, La estrella y la memoria muestra que todavía es posible jugar con la pasión que despierta el fútbol, sus reveses, ironías y paradojas, y construir ficciones que iluminen el modo en que esta práctica y los mitos que ella genera siguen siendo un territorio fértil de la narrativa.
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