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Revueltas sociales
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las fantasías del estallido social y del plebiscito de salida

Sin el estallido social, no habría habido proceso constituyente promovido y avalado por el gobierno de aquel entonces

Manifestantes ondean banderas chilenas durante las protestas del estallido social, en 2019 en Santiago, Chile.

Hace pocos días atrás, se cumplieron tres años de ese fatídico plebiscito de salida del 4 de septiembre de 2022, en el que el pueblo de Chile era llamado a aprobar o rechazar la propuesta de nueva Constitución que se había originado en la Convención Constitucional elegida en mayo de 2021. El resultado fue tan categórico como dramático: la inmensa mayoría del pueblo de Chile, en un rango del 62% de la votación para entonces obligatoria (13 millones de votantes) rechazó y, para algunos, repudió la nueva carta fundamental.

Es el desastre electoral más importante de la izquierda en toda su historia. ¿Por qué? No solo por lo que se encontraba en juego, sino porque se saldó por vía democrática. Lo que se juzgó ese día no solo fue un texto constitucional (muy defectuoso e ingenuo en la intención de constitucionalizar, en un solo acto dramático, los sueños de la izquierda chilena, pero también muy avanzado a nivel de grandes principios, por ejemplo en materia de cambio climático y protección de los derechos sociales más clásicos), sino también el desempeño paupérrimo de una Convención completamente dominada por todo tipo de izquierdas, en la que predominó el payaseo y la performance.

Hablar de desastre es poco, ya que el resultado condicionó en gran medida al gobierno del presidente Gabriel Boric…y su posteridad. En esta derrota, jugaron por primera vez un gran papel las noticias falsas que se originaban en la derecha más aterrada por el nuevo texto, y en mucho menor medida en la izquierda más dura: desde que las personas que habían recibido una vivienda social la iban a perder, hasta que el aborto iba a ser permitido hasta los nueve meses (!). Lo que pasó y se dijo en esa campaña electoral fue demencial.

El resultado está allí: pensar que el resultado sólo se explica por el papel que jugaron las noticias falsas es absurdo. Pero negar que las noticias falsas jugaron un rol importante es igualmente absurdo. ¿Podemos afirmar que las noticias falsas, independientemente de su magnitud, pueden generar conductas y decisiones de voto? No lo sabemos: la investigación científica aun no logra determinar cuan eficiente es la desinformación y la manipulación de noticias en el comportamiento de las personas. Lo que sí es evidente es que la manipulación informativa inhibió el debate público honesto y racional, permitiendo que las emociones se abrieron paso con pocos contrapesos. Normativamente, sabemos que este tipo de campañas ponen en cuestión el estatus de la verdad: bien podría ser que el día de mañana las elecciones se diriman en volúmenes de votación sin mediar manipulación del conteo de los sufragios, pero con un daño de origen en la veracidad de lo que se encuentra en juego.

Últimamente, la derecha chilena ha enfatizado el vínculo entre el estallido social y el proceso de cambio constitucional. En este aspecto, no hay ninguna duda: sin el estallido social, no habría habido proceso constituyente promovido y avalado por el gobierno de aquel entonces. Lo que es completamente rebatible es el origen del estallido social: para la extrema derecha política (republicanos y libertarios) e intelectual más afiebrada (Axel Kaiser), en el origen de este acontecimiento se encontraba “la izquierda”, ya sea en su conjunto o con el protagonismo de la izquierda radical (comunista y frenteamplista). En ambos casos, la tesis sufre de fiebre amarilla: es atribuir una potencia irrealista a toda la izquierda o a una parte de ella, cuyas organizaciones son endémicas ante tamaño fenómeno social. ¿De verdad se quiere creer que el estallido social fue articulado desde socialistas hasta comunistas, pasando por los frenteamplistas, o simplemente por la izquierda más dura? Es inverosímil.

El estallido social plantea severos desafíos a las ciencias sociales. No tengo dudas que en el origen del estallido social no hubo solo espontaneidad: pensar que millones de personas se articularon espontáneamente a través de redes sociales es simplemente irrealista, lo que no significa que en el origen del estallido social no hayan habido organizaciones. Las hubo: tal como lo mostramos junto a varios colegas del centro Coes en el libro Social Protest and Conflict in Radical Neoliberalism, el estallido no es pensable sin factores gatillantes (Mac Iver calificaba a estos factores como “precipitantes”), como el anuncio de un aumento del precio del boleto del metro o como resultado de malestares largamente acumulados que fueron activados por esta alza (algo parecido ocurrió con el movimiento de los chalecos amarillos en Francia).

En esos factores precipitantes sí cumplieron un rol no solo los estudiantes (en el capítulo 2 del libro ya señalado que dirigimos junto a Nicolás Somma mostramos el papel que cumplieron los vecinos un par de días antes), y sobre todo de modo no conspirativo. De haber habido organizaciones en el origen del estallido social (como las hubo), estas operaron como infraestructuras sociales, sin mediar planes ni conspiraciones: uno no iba a protestar solo, sino en grupo, desde el grupo de amigos hasta los vecinos, pasando por la sección de una asignatura en la universidad o por los colegas del trabajo. Esas infraestructuras operaron: de allí a pensar que en el origen de esas infraestructuras había un plan para derrocar al presidente Sebastián Piñera hay todo un trecho que no es razonable pretender colmar.

Otra cosa es la ambigüedad ante los poderes establecidos que las izquierdas pudieron mostrar: violaciones a los derechos humanos durante el estallido hubo, pero adherir a la doctrina que estas fueron sistemáticas y promovidas por el jefe de Estado en aquel entonces fue incorrecto y un gravísimo error. Fue enteramente equivocado acusar constitucionalmente al expresidente Piñera (no así a su ministro del interior, quien fue lógicamente destituido por su responsabilidad ante la falta de control de las policías), quien se defendió de un golpismo “no tradicional” que hizo mella en una parte de la sociedad, una ambigüedad que hasta el día acompaña a una fracción de la izquierda.

El gran nudo ciego en todas esas fantasías sobre el estallido social es el incendio simultáneo de varias decenas de estaciones de metro. Esto me resulta incomprensible: la investigación policial nunca lo ha explicado, y las ciencias sociales aun menos.

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