La historia de Soledad Font y el pequeño ‘Spider-Man’ de Punta Arenas
La madre del presidente Boric, que hace de familia de acogida desde hace un cuarto de siglo, relata a EL PAIS cómo la marcó un caso reciente, tan duro como entrañable


La madre del presidente Gabriel Boric, Soledad Font, tiene 65 años y, a pesar de no ejercer su oficio de secretaria desde hace décadas, afirma que no está jubilada. Hace un cuarto de siglo se dedica junto a su marido, Luis Javier Boric, a ser familia de acogida en Punta Arenas, en el extremo sur de Chile, donde residen. Desde que cuidó durante tres meses a Felipe, un bebé de dos días que recibió el año 2000, han pasado por sus brazos decenas de pequeños -la mayoría hombres-, pero no lleva la cuenta, porque “no son estadísticas”, apunta en una cafetería en Santiago, una ciudad que visita debido al nacimiento de su nieta Violeta, la hija del mandatario. La reciente aprobación de la reforma de la Ley de Adopciones que, entre otras profundas transformaciones al sistema, incorpora que el periodo máximo de cuidado sea de 18 meses, impacta de lleno a Font. Sin desear nunca convertirse en la madre de uno de los niños que ha tenido a su cargo, sí padeció recientemente, un engorroso proceso judicial en el que cudió de un pequeño durante cuatro años y medio, con el que generó un amoroso e intenso vínculo.
Font, la hermana del medio de tres, nació en Santiago, pero a los cinco años se mudó a Punta Arenas por un traslado laboral de su padre, quien era contador en lo que hoy se conoce como Servicio de Vivienda y Urbanización (Serviu). Su madre se empleó como secretaria del Hospital Psiquiátrico de la ciudad. Define el pasar familiar como el de “una clase media empobrecida”, a la que no le faltó nada, pero que, por ejemplo, no recuerda haber tenido ropa nueva. Estudió en un colegio de monjas y luego en el Liceo de Niñas, que le abrió el mundo a otras realidades, con compañeras embarazadas en la adolescencia. Al egresar, estudió secretariado en el Duoc UC, una institución técnico-profesional.

Cuando trabajaba como secretaria en la biblioteca técnica de la Empresa Nacional del Petróleo (ENAP), conoció a Luis Javier Boric, un ingeniero químico 15 años mayor. Coincidían en los cursos literarios de invierno que impartía la Universidad de Magallanes y durante años fueron solo amigos, hasta que se enamoraron. En 1985 se casaron y tuvieron a su primer hijo, Gabriel. Dos años después nació Simón, y luego de otros dos años, Tomás. Dedicada al cuidado de sus niños, recibió una invitación por parte de la jueza de familia, Mónica Figueroa. La magistrada estaba en búsqueda de familias que pudieran acoger -con algunas ayudas estatales- a bebés recién nacidos durante un periodo acotado de tiempo.
Soledad se fascinó con la idea y, a regañadientes, convenció a su marido. “No existía una evaluación ni investigación a la familia para ver si estábamos capacitados. No se veía ningún tipo de riesgo en esa época”, comenta Font, que en junio presentó el libro Yo también soy tu papá (La Pollera Ediciones), un testimonio de Pablo Rivera, que relata su experiencia como familia de acogida.
Cuando llegó Felipe, los hijos de Soledad, de ocho, 10, y 12 años, entendían que no era su hermano, pero sentían por él “una ternura y un amor que no tenía nombre”. Al cumplirse los tres meses de estadía, el sistema dio con una familia para el bebé y todos en la casa Boric Font lloraban. Todos, menos Soledad. “No sé cuándo fue la última vez que lloré. Yo estaba feliz de que hubiesen encontrado unos padres para él”, afirma con una entereza que se repite en cada adiós que ha tenido que decir. “Yo veía que había un llanto de apego y que había una tarea que tenía que hacer después, explicarles”, indica sobre una situación para la que el Programa de Familia de Acogida Especializada (FAE) no entrega herramientas.
Sin apoyo psicológico ni de orientación, Soledad ha tenido que tirar de la intuición para aprender a lidiar con las cargas propias con que viene el bebé y lo que ocurre cuando se van, porque “el amor no es suficiente”. Un caso en particular, uno “duro”, la obligó a someterse a una situación desconocida tras décadas ejerciendo su vocación de cuidadora.
A mediados de 2018, Soledad recibió a un bebé de 20 días. Estaba acostumbrada desde el 2000 a acoger durante seis meses, máximo dos años. Su ritual siempre ha sido dejarse crecer el pelo hasta que se vayan, y ahí lo corta para sellar el fin de una etapa. Prefiere no mencionar el nombre del menor, al que llama cariñosamente su cachorro. Con él pasó “por todos los vicios que tenía la ley anterior de adopción”. Un tribunal había determinado que la madre biológica del pequeño no era apta para hacerse cargo de él, pero ésta apeló en todas las instancias judiciales posibles, hasta llevar el caso a la Corte Suprema. Durante la batalla judicial, el cachorro iba cumpliendo años: uno, dos, tres, cuatro… Una noche, el pequeño, fanático de Spider-Man, acudió a la habitación de Soledad. “Tuve una pesadilla, mami”, le dijo. Era la primera vez que uno de los menores cuidados la llamaba así.

A medida que crecía, el cachorro presentaba problemas de comportamiento, principalmente de impulsividad. Las ayudas estatales existentes eran lentas y Soledad no conseguía que lo evaluara un especialista en salud mental. Así que, con permiso del tribunal, buscó ayuda de manera particular. Acudió a un neurólogo, a la Asociación de Familias de Acogida, y llegó a Theraplay Chile, cuyo lema es “sanar a través del amor”, donde aprendió a leer el lenguaje que hay detrás de una pataleta, de una súplica. Con mucho apoyo externo, el pequeño mejoró su conducta, mientras el vínculo entre ambos seguía estrechándose y la batalla judicial extendiéndose.
Soledad pertenece al movimiento religioso Schoenstatt y le rogaba a “la Mater”, como llaman a María, que la iluminara con “asertividad” para saber responder a las preguntas que hacía el niño: ¿Dónde estoy en esta foto? ¿Aquí estaba en tu guatita?
Las súplicas de Soledad, para ella, se hicieron eco en la historia de Spider-Man. Modificándola su tanto, le contó al pequeño que los padres del superhéroe vivían en un sótano trabajando en una investigación muy importante, que les impedía salir. No sabían cuándo era de día o de noche, se quedaban dormidos frente a la computadora y ni siquiera usaban sus camas. “Cuando nació Peter, pensaron: ‘No podemos obligar a que nuestro niño no conozca el pasto, ni el cielo, ni los pájaros. Tenemos que acudir a un organismo responsable que busque la mejor familia, que lo ame tanto y más que nosotros”, le relató al cachorro, que escuchaba asombrado. ¿Dónde estabas tú cuando yo nací?, preguntó. “Yo estaba esperando. Cuando tu mamá biológica estaba enferma pidió ayuda porque no te podía cuidar. Ahí vinieron a nosotros, que somos las personas con corazón gordo que damos amor mientras llegan los papás definitivos”, le explicó.
Finalmente, el pleito legal se destrabó y los tribunales determinaron que el cachorro era susceptible de adopción. El caso pasó inmediatamente a la jueza de Punta Arenas, quien eligió a un matrimonio de una arquitecta y un abogado que no podían tener hijos. Una psicóloga le dio la noticia al pequeño y Soledad creó un plan de 30 días para que el traspaso fuese gradual. El primer día se conocerían los Boric Font con los padres adoptivos, el segundo harían un almuerzo entre todos, el tercero irían a dejarlo al jardín en conjunto, y así… En ese periodo, el cachorro y sus padres adoptivos se llevaron los juguetes y ropa a su futura casa en la misma ciudad. Pasaban el día juntos y, por las noches, el niño volvía al que por cuatro años y medio había sido su hogar. El día 25, sin embargo, manifestó que quería estar solo en un sitio. Para entonces ya llamaba Soledad y Javier a sus cuidadores.
Al día siguiente de la partida del cachorro, a finales de noviembre de 2023, Soledad, expectante de lo que sentiría, estaba tranquila. Por la noche se hizo finas y largas trenzas con su cabellera, al tiempo que rezaba decenas de Ave María. Cuando acabó de ordenar su larga melena, la cortó. Mientras tanto, el pequeño dormía en su nueva cama, completamente cubierta de figuras de Spider-Man. Esa Navidad, por idea del presidente Boric, la pasaron las dos familias juntas. Y a pesar de que hace un año que Soledad no ve al pequeño, recibe con frecuencia fotografías en las que se lo ve dichoso, vistiendo un traje de superhéroe.
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