Gareca remó al revés
Terco y obtuso, el entrenador de la selección chilena no atendió las peticiones que, a gritos, le hicieron los especialistas y la hinchada. Decidió morir con la suya en la previsible derrota por 1 a 0 frente a los campeones del mundo

Ricardo Gareca esperó el duelo frente a Argentina de manera especial. Sabiendo que una derrota ante los campeones del mundo virtualmente condenaba a la selección chilena al último lugar de la tabla clasificatoria y sepultaba definitivamente sus esperanzas de ir al mundial. Por eso, en los escasos días de trabajo que tuvo con La Roja trató de distender el ambiente. Lo hizo de manera singular: su hijo Milton lo acompaño en las prácticas cebándole mate.
Y como la Argentina de Scaloni y Messi es un rival de jerarquía, decidió apelar a una modificación trascendente: se vistió de negro, dejó de lado el buzo, oscureció su pelo y se dejó barba. “Es hora de hacer cambios”, explicó en la previa.
Paradójicamente, siguió siendo el mismo, pese al angustiado grito de los especialistas y la parcialidad para que alterara el sistema con el que llevó a Chile al precipicio futbolístico. Argentina ganó uno a cero y fue inmensamente superior en la primera etapa, donde Julián Álvarez marcó el gol de la diferencia, desatando el reproche fue unánime en el Estadio Nacional.
Gareca insistió en ubicar como lateral a Fabián Loyola, uno de los mejores volantes del exigente campeonato argentino; persistió con Arturo Vidal como conductor y capitán del equipo, pese a que atraviesa por un pésimo momento en Colo Colo. Reincidió con Vicente Pizarro como volante de corte, pese a su evidente lentitud y jugó sin un armador.
Vidal prontamente se hizo mostrar amarilla, quedó descartado del próximo partido contra Bolivia como visitante y se enfrascó en un duelo con Rodrigo De Paul que podría haberle costado la expulsión. Argentina, sin Messi, fue directo y efectivo, y perfectamente pudo haber liquidado el partido en esos primeros 45 minutos.
Fue la gente que acompañó al equipo la que le hizo saber su descontento. Con casi ocho mil argentinos en las tribunas, el tránsito al vestuario fue una agonía hasta que Gareca comprendió que tenía que hacer los cambios que todo el mundo le demandaba. Sacó a los dos volantes de Colo Colo para incorporar a Hormazábal y Altamirano, dos jugadores del mejor equipo del momento, la Universidad de Chile. Los de Scaloni desaparecieron en el segundo período-pese al ingresó de La Pulga-, pero a Chile lo condenó nuevamente la falta de gol, por otro pecado no asumido de su entrenador: no quiso convocar a un delantero centro, entregándole esa función a un Alexis Sánchez que viene saliendo de una pésima temporada en Udinese y que dejó en evidencia su falta de competitividad.
Materia de chistes e imitaciones, Ricardo Gareca goza con su última provocación: insistir en que desea otro proceso con la selección chilena, pese al ostensible fracaso con que está terminando este. Asegura que se queda no por una razón económica, insistiendo en un discurso incomprensible y absurdo, que ya colmó la paciencia de la hinchada.
De caer en El Alto, a 4 mil 100 metros de altura frente a Bolivia, la suerte del seleccionado chileno estará sellada. El contrato de Gareca permitirá despedirlo a dos fechas del final, lo que ya no tendrá demasiado sentido. “Morirá con la suya”, repiten los que lo conocen y saben de su terquedad, sumada ahora a una total apatía y un divorcio de la realidad. Una derrota que lleva su sello, en la estrategia y en las explicaciones y que duele más que nunca, porque flota la sensación de que con estos jugadores se pudo hacer mucho más.
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