Adiós al Gobierno
Comunicacionalmente, fue una Cuenta Pública lograda: con generosidad al elogiar al presidente Piñera por su manejo de la pandemia, con claridad moral al criticar como genocida al Gobierno de Israel y no a su pueblo

El día de ayer tuvo lugar la última Cuenta Pública del presidente Gabriel Boric. Fue una buena Cuenta Pública, comunicacionalmente hablando. Si la función de gobernar es narrar con sentido lo que pronto serán cuatro años de Gobierno, entonces las formas de la comunicación presidencial fueron exitosas. Los números de los logros están a la vista, los que solo pueden ser desacreditados invocando falsedades y mentiras: ese fue el camino escogido por la candidata presidencial de centroderecha Evelyn Matthei, quien no reconoció absolutamente nada. Solo efectismo y parafernalia destinada al electorado propio. Pero si aún existe algo de buena fe, es cada vez más irrealista sostener que “Chile se cae a pedazos” y que este Gobierno es un desastre.
Es cierto: Chile dista mucho de ser un país bullante y pujante, pero está a una distancia sideral de encontrarse en ruinas. Chile está económicamente creciendo, poco y lento, pero su desempeño no se condice con la antipatía que la derecha y el empresariado han ido incubando en contra del presidente y su partido, el Frente Amplio.
Pero al mismo tiempo, esta última Cuenta Pública de Gabriel Boric fue decepcionante, aunque en un sentido completamente distinto a lo quiso y pudo ver la derecha en todas sus expresiones, moderadas y extremistas.
Si de contar una historia coherente se trata (y no un cuento), lo que uno esperaba era contrastar la primera Cuenta Pública de hace algunos años con la que acabamos de presenciar. Recordemos que las metas con las que llegó Gabriel Boric al poder eran portentosas: alcanzar una nueva Constitución, reemplazar a la vieja izquierda socialista, redistribuir, estar a la altura de la pulcritud moral anunciada por esta nueva generación de político frenteamplistas, reconocer identidades históricamente explotadas y humilladas. Pues bien, nada de esto se escuchó: lo lógico hubiese sido explicar lo que no se pudo hacer, justificar los cambios de rumbo mediante severos golpes de timón, en donde lo que sobresale es la incorporación del socialismo democrático en posiciones estratégicas del Gobierno tras el masivo rechazo popular a una nueva Constitución. Qué duda cabe: buena parte del Gobierno de Gabriel Boric se jugó en el plebiscito del 4 de septiembre de 2022.
Precisemos el argumento. No estoy pensando en un absurdo mea culpa, anhelado por todas las derechas como expresión de humillación. Nada de eso. En lo que estoy pensando es en una lectura del periodo histórico que se inició en marzo de 2021 y que está pronto a concluir, en el que se incorporan los efectos del estallido social de 2019 y las consecuencias de la pandemia en la función protectora del Estado. De haber existido esta lectura del periodo, hubiese sido posible proyectar con base histórica la actual coalición, cuya principal característica es… carecer de nombre.
A decir verdad, no se entienden muy bien las razones para permanecer en algo parecido al positivismo político en el que convergen cifras, porcentajes y representaciones de la realidad de hoy en comparación con el pasado reciente. Hubiese sido mucho más interesante aclarar la naturaleza de la coalición que llegó al poder en 2021 y sus mutaciones tras casi cuatro años de Gobierno. De proyectarse esta coalición sin nombre, ¿en qué habría consistido? ¿Cuál sería su horizonte de sentido de haber encontrado un espacio la interpretación de lo obrado y gobernado? Las comparaciones son siempre odiosas, pero no son pocos los expresidentes y jefes de Gobierno en otras latitudes, de derechas o izquierdas, quienes sí proyectaron el Gobierno que concluía hacia un futuro plausible, porque conectaba con el periodo que estaba terminando. Ricardo Lagos lo hizo en varios de sus mensajes del 21 de mayo de modo brillante. También lo hizo, a su manera, el expresidente Sebastián Piñera. El presidente Gabriel Boric tuvo una gran intuición: desembocar en una coalición única de largo plazo. Había allí una gran idea, ambiciosa, pero que no se movió de su simple formulación. La grandeza presidencial es desarrollar una idea intuitiva: Salvador Allende lo hizo cuando arriesgó una definición del socialismo chileno con olor a empanada y sabor a vino tinto.
Comunicacionalmente, fue una Cuenta Pública lograda: con generosidad al elogiar al presidente Piñera por su manejo de la pandemia, con claridad moral al criticar como genocida al Gobierno de Israel y no a su pueblo, con un toque personal al despedirse pensando en su hija Violeta que pronto llegará al mundo.
Sin embargo, como relato, fue un fracaso, en el preciso sentido de lo que he señalado hasta ahora.
Le corresponderá a otros elaborar ese nuevo relato en la construcción de un programa que carecerá de proyecto político de largo plazo para enfrentar la próxima elección presidencial. De perderse esa elección, tal vez sea al propio expresidente Boric a quien le corresponda liderar ya no un relato, sino un proyecto político esquivo.
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