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Andrés Estefane, historiador: “Volvemos al fantasma decimonónico de ciudadanos que desconfían del Censo”

Cuando comienzan a conocerse los primeros resultados del Censo de población de 2024, el investigador los pone en perspectiva, al tiempo que aborda distintos aspectos de su libro ‘Contar. La producción de las primeras estadísticas oficiales en Chile’

Andrés Estefane en Santiago, el 11 de abril.

No habrá en esto épica alguna, pero la continuidad de todo Estado requiere de un saber estadístico. Y este último, como todo saber, tiene una historia, que en el caso chileno ha sido recientemente abordada con buena pluma y destreza interpretativa por Andrés Estefane (Santiago de Chile, 44 años) en un libro basado en la tesis doctoral que defendió hace unos años en la Universidad Estatal de Nueva York en Stony Brook.

En las últimas semanas de 2024 apareció Contar. La producción de las primeras estadísticas oficiales en Chile (Instituto de Historia UC, FCE y Centro Barros Arana), obra que entre varias otras cosas se asoma por caminos inhabituales a la trastienda de la burocracia estatal, sus contratiempos y su consolidación en la República decimonónica. Y que conecta con la vida del autor, pues todo partió cuando este fue voluntario en el Censo de población de 2002, un censo de hecho —en un solo día— que lo marcó de distintas formas. Hasta hoy.

Lo interesante, cuenta Estefane al recordar esa experiencia, “fue percibir la confianza y la disposición para abrirte la puerta de sus casas, ofrecerte alimento y hablarte, a veces mucho más de lo que tú necesitabas saber para llenar el formulario. Y todo eso vinculado a la logística de cobertura territorial: fui asignado a un cuadrante que no se cubrió del todo, y me fui con la angustia administrativa de imaginar cuándo o cómo iba a ser cubierto”.

Agrega Estefane que ya el 25 de abril de 2002, a la mañana siguiente del Censo, apareció una cifra preliminar de la población total del país, y que entonces se preguntó varias cosas: “¿Qué tipo de mediaciones tiene que haber para que una institución como el INE [Instituto Nacional de Estadísticas] salga al otro día diciendo que hay un total de chilenos en torno a tal cifra, cuando yo sé que hubo un porcentaje no cubierto? ¿Y cuántos porcentajes no cubiertos hubo a lo largo del territorio? ¿Cómo pasamos de estos ripios en la aplicación a esa cifra estimada que se convierte en un hecho público?”. Y vendrían más: cuál es el tipo de procedimiento burocrático empleado, cuáles son las confianzas y las expectativas sobre las cuales reposa un ejercicio como este.

Pregunta. Después de todos estos años, ¿tenían sentido estas preguntas?

Respuesta. Sí, porque logras entender la provisionalidad que hay detrás del poder estatal, lo fuertes y a la vez delicados que son los vínculos que sostienen su legitimidad y, sobre todo, cuánto hay de humano en todas esas cadenas administrativas que uno supone impersonales, racionales, rutinariamente asumidas. Te das cuenta que hay mucho de voluntad, mucho de circunstancialidad.

P. ¿De factor humano?

R. Hay una dimensión humana muy fuerte que, en la perspectiva burocrática más fría, se pierde de vista. Y si vas a la experiencia de quienes realizaron esa tarea en un contexto tecnológico, político y geográfico muy distinto del actual, te das cuenta de que hay el mismo problema, y que parte de las ansiedades documentales informacionales del siglo XIX también están presentes hoy. Aun con más recursos tecnológicos, con una mayor capacidad de cobertura y de anticipación, nunca deja de ser fundamental ese factor humano. Ahora, yo en 2002 tuve la experiencia de ciudadanos que te abren la puerta, y 20 años después, volvemos a tener este fantasma decimonónico de ciudadanos que se resisten a los cuestionarios porque desconfían del Censo, desconfían de sus propósitos y, en definitiva, desconfían del Estado. Ahora, si eso lo comparas con el poder que tienen hoy grandes empresas multinacionales, que incluso son más eficientes y más rápidas a la hora de hacer un perfil tuyo o mío, o de un cuadrante de población a partir de nuestras interacciones en redes sociales... Todo eso está conectado con un desafío más importante.

Andrés Estefane, historiador.

P. Usted ha hablado del Censo como “una práctica en extinción”. ¿Por qué?

R. Es parte de la constatación de que hoy existen formas mucho más eficientes, rápidas y plenas de construir el perfil que suele obtenerse aplicando un cuestionario de esta naturaleza. Esto, a partir del registro que dejas en tus interacciones, de tu ubicación geográfica permanente en tu celular y de la habilidad de las empresas vinculadas a los nuevos medios. El Censo es una operación trabajosa, lenta, onerosa, y mi pregunta es si efectivamente en 20 años más no vamos a estar preguntándonos si es eficiente seguir haciendo esto.

P. En cuanto al Censo de 2024, cuyos primeros resultados ya comienzan a conocerse, parece instalarse un malentendido: el INE informó sobre el número de personas censadas —18.480.432—, que no es lo mismo que la población total estimada.

R. Hay ahí una distinción que habla de la complejidad del proceso, más aún con las condiciones en las que se produjo el censo —en un periodo largo, con una cobertura territorial muy fina, muy precisa—, y hay que esperar que llegue el cálculo de la población total: esa es la noticia estadística más significativa.

P. La estimación de cuánta gente quedó sin censar, ¿es ahora más fina que antes, o no necesariamente?

R. Estadísticamente está integrada. Tal como en el siglo XIX todos los estadísticos aconsejaban que en un censo tenías que poner un porcentaje para cubrir a los que por contingencias no fueron cubiertos, ahora también tiene que haber un proceso de ajuste y de calibración estadística, asumiendo que entre medio hubo gente que no censaste porque se desplazó o porque no la pillaste nunca.

P. Lo que en 2012 el presidente Piñera llamó “el mejor censo de la historia”, ¿terminó siendo lo contrario?

R. A los pocos meses de su aplicación hubo varias comisiones que señalaron lo obvio: por sus errores en términos de cobertura y de imposibilidad de comparación, no permitía proyectar ni planificar políticas públicas, y ese es hoy es el principal uso de un censo, más allá de que es siempre interesante conocer el hecho estadístico de cuántos somos por región, por comuna, etcétera. Fuera de ese uso más cívico, está el uso para las políticas públicas de un censo de población, que es una operación política y socialmente compleja. Y si no cumple el propósito de iluminar las políticas públicas, es un fracaso.

P. La historia de las estadísticas en Chile es también una historia de la burocracia, para muchos una palabra malsonante. ¿Cómo ha querido abordarla?

R. Parte importante de la posibilidad de que haya un cierto orden en la vida social depende de la existencia de las burocracias, y quien ha trabajado en el Estado advierte en qué sentido eso puede ser complejo y pernicioso, pero también en qué sentido posibilita una serie de acciones fundamentales para la vida social y para la reproducción de rutinas, como levantar a sus hijos para llevarlos al colegio el próximo lunes con cierto nivel de predictibilidad. Ahora, lo que parece siempre un hecho sociológico dado reposa, precisamente, en que haya muchas burocracias sosteniéndolo: que llegue a tiempo la subvención a un colegio, que lleguen ese día las raciones de la Junaeb [Junta Nacional de Auxilio Escolar y Becas] a los establecimientos que reciben alimentación escolar, y esos son procedimientos burocráticos. Entonces, detestamos y denunciamos la burocracia cuando no funciona, pero la damos por sentada cuando funciona bien.

P. Se ha detenido en “el carácter público del saber estadístico”. ¿Cómo se materializa esa idea?

R. Por ejemplo, en que la información levantada permita iluminar de mejor forma dónde tenemos que concentrar los escasos recursos y esfuerzos disponibles. En incidir por esa vía —para mejor, creo yo— en las vidas de otros. Ahí radican el sentido y la utilidad pública del saber estadístico: es información que tiene un propósito más allá del mero hecho de definir quiénes somos, dónde vivimos y en qué condiciones.

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