Educación inclusiva, equitativa y de calidad
El nivel de aprendizajes y el nivel socioeconómico tienen una estrecha relación y en la gran mayoría de las veces los damnificados son aquellos estudiantes que se encuentran en situación de vulnerabilidad

En la cumbre mundial sobre Desarrollo Sostenible (2015), los estados miembros de la ONU y más de 150 líderes mundiales aprobaron formalmente la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. En esa agenda es innegable la prioridad de la educación para impulsar con fuerza a nuestras sociedades.
Estamos a pocos años de cumplirse el plazo para alcanzar ese conjunto de objetivos globales y, a pesar del esfuerzo de países, de gobiernos y de millones de personas en el mundo, el balance muchas veces es desalentador.
En efecto, entre esos objetivos trazados hace nueve años, se encuentra el de garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad, y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida, además, se establecía la meta de promover de que todas las niñas y todos los niños terminen los ciclos de la enseñanza primaria y secundaria, de manera gratuita, equitativa y de calidad produciendo resultados escolares pertinentes y eficaces.
La educación en general, pero sobre todo la educación pública en particular, juega el rol de permitir superar, a través de trayectorias de vida integrales, las desigualdades iniciales.
El ejercicio de nuestros derechos y de nuestras libertades no es efectivo sin el acceso de una educación pública de calidad para cada niño y niña de nuestro país y del mundo.
Un golpe muy duro a la posibilidad de cumplir con ese objetivo lo propinó la pandemia que obligó a cerrar escuelas, a suspender clases y a retroceder en los resultados de aprendizaje casi de manera global. Al respecto, recomiendo revisar la encuesta del Programa Internacional de Evaluación de Estudiantes (PISA) de la OCDE, aplicada en 2022 a alumnos de 15 años en las áreas de Matemática, Lectura y Ciencias Naturales en 81 países y que es la primera evaluación internacional post pandemia, lo que permite evaluar su impacto en el sistema educativo a nivel global.
Los resultados son desalentadores: en promedio, la evaluación PISA registró una caída sin precedentes en el desempeño en todos los países de la OCDE. En comparación con 2018, el rendimiento cayó 10 puntos en lectura y casi 15 puntos en matemáticas. El fuerte descenso en el rendimiento en matemáticas es tres veces mayor que cualquier cambio anterior.
También llama la atención que PISA mostró que el uso moderado de dispositivos digitales en la escuela se asocia con un mayor rendimiento, pero esto depende de que la tecnología se utilice para apoyar el aprendizaje y no que sea un instrumento para distraerlo. En promedio en los países de la OCDE, los estudiantes que pasan hasta una hora al día en dispositivos digitales para su ocio obtuvieron 49 puntos más en matemáticas que los estudiantes que pasaban entre cinco y siete horas al día.
Evaluaciones como éstas reflejan las brechas entre países, pero también entre nuestras sociedades. El nivel de aprendizajes y el nivel socioeconómico tienen una estrecha relación y en la gran mayoría de las veces los damnificados son aquellos estudiantes que se encuentran en situación de vulnerabilidad.
A pesar de ello soy optimista. Estoy segura de que en los próximos años seremos capaces de enfrentar adecuadamente estos desafíos y que estudiantes, docentes, familias, comunidades y gobiernos encontraremos las capacidades para sobreponernos y para cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030, así como superar las brechas educativas y tecnológicas que tensionan nuestras posibilidades de futuro.
Nuestros líderes tienen el desafío de —en base a la evidencia— asumir el reto que tenemos y formular o reformular políticas para garantizar sistemas educativos públicos eficientes, equitativos gratuitos y de calidad que respondan a las necesidades de nuestras sociedades y que disminuyan esas brechas.
En estas semanas ha comenzado el calendario escolar 2024 en nuestro hemisferio y el próximo martes 5 comienzan las clases en mi país. Estoy segura de que, tanto usted, como yo, cuando veamos las calles y las plazas de nuestros países poblarse con niñas, jóvenes y adolescentes que comienzan a construir sus destinos, sienten la esperanza contenida en esas vidas y, al mismo tiempo, se plantean si hemos hecho o si estamos haciendo lo suficiente para que esas trayectorias vitales se impulsen con fuerza hacia el futuro.
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