El barrio, para todas
Lo logró y volvió a ser ella y se adaptó y el barrio también, aunque solo a tramos, aún le queda

Cristina Molina, alterando el gentilicio adecuado, se define como “alcorconita” , otra forma más de declarar con una palabra el amor al municipio en el que lleva toda la vida y que conoce como la palma de su mano, porque ha tenido que aprendérselo dos veces.
Primero, en su infancia y adolescencia, cuando se movía por la calle Mayor, el corazón de la localidad, e iba con su padre a ver el fútbol al estadio Santo Domingo.
Hace casi dos décadas, un camión le atropelló, mientras estaba abandonando su puesto de trabajo y desde entonces, va en silla de ruedas. Tras un año en el hospital de parapléjicos de Toledo, en donde le enseñaron a vestirse, a montarse en coche o a salvar obstáculos, regresó a Alcorcón y ya no era igual. Fue entonces, cuando le tocó aprendérselo de nuevo.
Los bordillos se convirtieron en montañas, los coches que aparcaban en la acera en enemigos, que no solo le hacían (y le hacen) perder tiempo sino que le obligaban a ir por la carretera, con el consiguiente riesgo, y las pendientes que antes subía, se tornaron en cuestas que cuestan. Tenía que transitar el escenario de siempre de otra manera y, en ocasiones, sufrirlo y todavía, quererlo, aunque no fuera el mismo, pero lo fuera.
Lo logró y volvió a ser ella y se adaptó y el barrio también, aunque solo a tramos, aún le queda. Ir en silla de ruedas ha provocado que tenga que llamar al bar en el que ha quedado para saber si la entrada o el baño están adaptados o que deba explicar en los mostradores de casi cualquier negocio que no llega o que para pagar en el supermercado con tarjeta, solicite que bajen el datáfono ya que le queda lejos. Eso, cuando está en interiores, si sale, el panorama tampoco es idílico. El polígono, por ejemplo, es complicado; para recorrer las Retamas, que es una avenida equivalente al Tourmalet alcorconero, necesita su hand bike, una especie de moto, que le permite no acabar baldada y por la calle Mayor de su niñez se desplaza sin problemas, sin embargo, no puede subir a casa de sus padres puesto que solo hay escaleras. A Madrid ni siquiera va, porque aunque las estaciones estén adaptadas, salvo la de Cercanías de San José de Valderas, que lleva casi dos años en obras, no tiene la seguridad de que en su lugar de destino tengan ascensor o funcione.
Quizá por tener que luchárselo en la calle, ha forjado un carácter reivindicativo que ha provocado que sea una habitual en Twitter (@crispy7612) y que, junto a otros vecinos, se haya reunido con representantes políticos para pedir explicaciones por los desajustes del municipio. “Quiero que el día de mañana mi hijo viva en un Alcorcón mejor, más adaptado, que no tenga que andar entre basura”, explica convencida.
Pero hay un lugar donde Cristina siempre estuvo a gusto, y esto me remite al principio: en el campo del Alcorcón, donde tiene su mampara, toldo, un asiento y adonde lleva sus mantas hechas por ella misma con el escudo y los colores de su (mi) equipo.
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