Un acto de fe en dos versiones
Jorge Pardo y Moisés Sánchez recuerdan a Coltrane en el Festival Internacional de Arte Sacro

El lector conoce la historia de A love supreme, el disco de John Coltrane de cuya edición se celebran los 50 años, y que su autor dedicó al Supremo Hacedor. Resulta que existe un Festival Internacional de Arte Sacro, que organiza la Comunidad de Madrid, y los organizadores de ese festival, por el motivo que sea, decidieron dedicar dos conciertos al jazz, con la grabación de Coltrane como leitmotiv.
El asunto es que uno debe estar dispuesto a dar la vida por la causa cuando toca A Love Supreme; tocar ALS es un acto de fe, una experiencia transformadora, un qué sé yo. Como muestra, las dos lecturas de la obra, tan distintas entre sí como corresponde a la distinta personalidad de sus intérpretes.
Jorge Pardo, en la sesión del jueves, a teatro lleno, convirtió la salmodia coltraniana en una celebración de los sentidos, el mestizaje, la armonía entre los pueblos y las ganas de juerga. Vestido de faquir indostano, el saxo-flautista dirigió, si es que lo hizo, el heterogéneo elenco del que formaban parte el cuarteto de intérpretes gnawa marroquíes, los dos jazzistas —Javier Colina y Borja Barrueta— y el flamenco Rycardo, que no Ricardo, Moreno.
A Jorge le van estas cosas del desparrame inspirador, la ausencia de solemnidad, el descontrol controlado; dar curso a la inspiración y salga el sol por Antequera o por Esauira. Él suelta la bicha y que sea lo que Dios y John Coltrane quieran. El resultado fue un World Love Supreme (sic) cocinado a la vista del cliente, con sus momentos orgásmicos, que los hubo, y otros de a ver cómo salimos de ésta, que también. Que la kermesse terminara con la sección marroquí dando brincos cual cabras desbocadas a lo largo y ancho del proscenio, y el personal dando alegría a su cuerpo, Macarena, puede que no resultara muy canónico, aunque divertido, un rato. Y es que aquí cada cual entiende la cosa de la tradición según le viene. Y si no, véase lo ocurrido el martes.
53 minutos de jazz
Tocaba Moisés P. Sánchez con su cuarteto: Michael Olivera, a la batería; Toño Miguel, al contrabajo; Ariel Brínguez, a los saxos, además del líder, al piano. El mismo line-up del disco.
Para quienes no le conozcan, Moisés es un creador meticuloso y concentrado; una hormiguita. Durante un mes, él y sus compañeros de cuarteto permanecieron encerrados en un cuarto oscuro desmenuzando el original nota a nota.
Su interpretación ad literam de A Love Supreme con sus cuatro movimientos de reglamento duró 53 minutos de reloj, sobre los 32 de la versión original y los 47 de la única versión grabada por Coltrane en Antibes.
Hasta aquí, lo que puede contarse sin necesidad de mayor explicación. A partir de aquí, lo que realmente sucedió, que uno no sabe cómo describir si no es recurriendo a la metáfora, y como que no.
Podría hablarse de los 53 minutos de jazz más apabullantes, intensos y agotadores que se han vivido en esta ciudad en mucho, mucho tiempo; y el respetable, entre patidifuso y ojiblanco, viendo la que se le venía encima. “Me siento como si me hubieran zarandeado de un lado a otro”, comentaba Beatriz, aficionada de toda la vida, mientras procuraba volver en sí. Nadie pidió un bis, y no porque no nos hubiera gustado: sencillamente, no nos cabía una nota más.
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