Miscelánea dispersa
Podemos se parece demasiado a una legión de 'boy-scouts' ilustrados resueltos a cambiar el mundo que les ha tocado en suerte. Bella intención
Para decirlo con alguna brevedad, la ¿formación? Podemos se parece demasiado a una legión de boy-scouts ilustrados resueltos a cambiar el mundo que les ha tocado en suerte. Bella intención. Prescindiendo de su trabajado soporte informático –una artimaña de monaguillo que no basta para certificar que el medio es el mensaje-, estos creyentes tienen más de un punto en común con los dulcinistas de que hablaba Umberto Eco en su novela El nombre de la rosa, no tanto por fanáticos como por ingenuos. Tendrán seguidores, de hecho ya los tienen, sobre todo entre los ciudadanos que no terminan de entender la que les ha caído encima. El asunto es si lograran entenderlo ateniéndose a las recetas de ama de casa del núcleo director de Podemos. Un núcleo en el que destaca Pablo Iglesias como el buen chico de la coleta incapaz de hacer daño, un Monedero que parece el teórico del asunto, con una inquietante mirada a lo Trotsky sin barba pero sí con anteojos antes de caer en desgracia, y otro lumbreras que hace más bien de intermediario entre la nada. ¿Podréis? Veremos habría sido una marca más sagaz para semejante propósito.
Un propósito que según algunos adversarios se habría cobrado ya las primeras víctimas colaterales de su afán justiciero: la abdicación de Juan Carlos, la imprevisible confesión a medias de Jordi Pujol, los problemas coronarios de Emilio Botín y respiratorios de Isidoro Álvarez, que ya no se encuentran entre nosotros, todo ello de puro miedo por la que se les venía encima ante el acoso mediático de Los Tres Mosqueteros. En cualquier caso, para quien haya observado en las teles (que tienen más predicación que entendimiento) la incitación constante al aplauso de los segundones ante las palabrotas del líder en cualquier acto público, no resulta extraño ver a Monedero instar al aplauso de los suyos mientras aplaude con mucha entrega una intervención de Pablo Iglesias a la manera acostumbrada en el Congreso, mientras (atentos) observa de reojo a quienes no aplauden con la entrega suficiente. Se ve que también eso está aprendiendo ahora, por si acaso. No es que el aplauso político en las condiciones en que estamos debiera estar en entredicho, pero acaso convendría mantenerlo durante un tiempo entre bambalinas.
Esta terrible ordalía de incertidumbre política (en lo que tiene que ver con las decisiones acerca de quiénes van a manejar los dineros públicos, porque no se trata de otra cosa) tiene pespuntes inesperados, aunque serios, y lo veremos, con la visita exclusiva de Rita Barberá a Mariano Rajoy mientras la Cospedal andaba por aquí zascandileando con Alberto Fabra y su esquilmada corte, quién sabe si en una astuta maniobra de distracción destinada a que Rita ocupe el lugar de Ana Botella (el PP lo quiera, y lo siento por los madrileños) o, lo que vendría a ser peor, que la Moncloa auspicie la continuidad de Rita, ahora como presidenta del mismísimo Fabra. ¿Pueden hacerlo? Pueden hacer lo que les dé la gana, pero no parece que el de Castellón quiera repetir como alcalde, aunque sea en Valencia. ¿Conocen ustedes aquello de que ningún árbol conoce a su vecino? Pues eso.
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