El minero de la canción
El asturiano Nacho Vegas ofrece uno de sus mejores conciertos hasta ahora en Barcelona
Pasa cosas, y no verlas o responsabilizar de ellas a las nubes o a Gepeto no ayuda a solucionarlas. Nacho Vegas, paradigma de la conducta indie, mirada oculta tras flequillo, introspección y ensimismamiento apesadumbrado, mundo de sentimientos quebrados y aparente apatía en su relación con el exterior era el mismo que en la sala Barts de Barcelona tocaba tras una pancarta sostenida por personas opuestas al plan urbanístico del Paral·lel que, opinaban, lo pondrá a los pies del turismo mediante promesas de “sostenibilidad” y “conectividad”. Había puños en el aire, personas que a voz en grito preguntaban a Nacho, en broma, qué iba a votar mientras éste, como han hecho los bardos desde que el mundo es mundo, opinaba narrando y manifestando lo que muchos sienten, que la igualdad y justicia son palabras hoy huecas. Un concierto políticamente transparente que, tal y como corren los tiempos, se podría vincular a la crispación, al soberanismo, a Bildu, a los antisistema, a la inmigración y a los veganos, verdaderos tapados del asunto.
NACHO VEGAS
Sala Barts
Barcelona, 23 de mayo de 2014
Resituación se titula el disco que presentaba Nacho, un disco inspirado en la música popular, con algunas melodías sencillas, “guerracivilistas” dirían algunos, y alegres cuyas palabras no desean estilizar las verdades de quien las canta; un Nacho explícito que definió la situación de España en dos palabras no precisamente sutiles: "puta mierda". Pero no fue este el mérito de uno de los mejores conciertos que ha dado el asturiano en Barcelona, pues las opciones ideológicas de los artistas y su forma de manifestarlas no son loables per se. Lo que parece haber sacudido a Nacho Vegas, que dígase ya, sigue siendo el mismo, y revitalizado su música es haberle hallado un sentido claro, una dirección, un tono, una implicación con el mundo tal y como su autor lo percibe. Y eso se notó de cabo a rabo en el concierto de un artista que no tiene miedo a cantar con la lógica del minero.
Interpretó casi todo su nuevo disco, epicentro de su repertorio hasta abrumarlo. Su banda sonó limpia y matizada pero con empuje; él se mostró seguro en su dicción y en su entonación. Los arreglos de sus composiciones, marcados por una equidistancia entre lo acústico y lo eléctrico, entre el folk y el rock, brillaron en un mar de matices y sus canciones, muchas de ellas expansivas –Polvorado, Rapaza de San Antolín, Libertariana song- transmitieron ánimo, el ánimo de la música lenitiva. Un concierto apabullante. Una muestra de entusiasmo en tiempos de aparente abulia.
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