Habemus Codicem et latronem
Los ladrones internacionales van a venir a cientos en esos viajes con demostración comercial
Los devotos de la novela negra solemos justificar nuestro vicio diciendo que el género refleja mejor que cualquier otro la sociedad en la que se desarrolla. Lo mismo pasa con los sucesos como género periodístico, por lo menos cuando existía como tal. El caso del Códice Calixtino lo confirma. Si hubiese pasado en el Vaticano, hubiese revelado, o no, una turbia intriga de banqueros, cardenales, periodistas y guardias suizos con implicaciones mafiosas y sectarias. En Francia o Bélgica habría de por medio algún aristócrata tronado (en Alemania sería un empresario metalmecánico), alguna herencia y un político aún menos escrupuloso que la media. En esos nidos de ricos que tenemos por el Mediterráneo, un badanas local con contactos en la mafia rusa. Pero aquí tenemos a un electricista y a la familia, que guardaba el tesoro en un garaje, metido en una bolsa de basura y una caja de cartón.
No me decepciona que el Códice no lo haya robado una banda de especialistas internacionales por encargo de un multimillonario mitómano y solitario. Que lo haya hecho un tipo despechado por diferencias contractuales con sus empleadores es de lo más idiosincrático. Que fuese llevándose cosas para casa (hoy un Libro de Horas, mañana unos facsímiles) antes o después de la disputa por el trámite laboral, no es algo ajeno a nuestros hábitos en el trabajo. Claro que hay cosas chocantes, como esos 1,2 millones en metálico, algo que solo se explica por la venta de esas cosas que distraía en el choio o porque el electricista jugaba a los mismos números de la lotería que Carlos Fabra. También indica el poco éxito de la amnistía fiscal decretada por el Gobierno, aunque quizá el electricista pensaba destinarlos a la compra de pisos en el Ensanche para alquilarlos a estudiantes, esa unidad de medida de la inversión en Compostela.
En lo que respecta a los propietarios del Códice, la negligencia también es idiosincrática. La Iglesia en España, depositaria de una enormidad de tesoros que son patrimonio de toda la sociedad, tiene una larga experiencia de fracasos a la hora de guardarlos. El Cabildo de Santiago parecía seguir la tradición. Ya no pasaba como antaño, cuando un amigo en su iniciación periodística fue testigo de que el Liber Sancti Iacobi tenía anotaciones a bolígrafo (bic puntafina, al parecer). Las medidas de seguridad existir existían, pero seguir no se seguían. Del año de investigaciones, la mayoría consistieron en presiones más o menos indirectas al tozudo del electricista, cuando iba o venía de misa diaria (que medieval todo, ¿no?) para que entregara el libro a cambio del perdón humano. A la vez, el Deán hacía de Oráculo de Delfos con declaraciones inextricables.
Ahora que se ha recuperado el Códice, parece lógico que vuelva a donde estaba, o a la Cidade da Cultura, o a donde sea siempre que haya medidas de seguridad determinadas por expertos. Porque en cuanto se sepa que un electricista —eso sí, de misa diaria— su mujer, hijo y nuera se hicieron presuntamente con un manuscrito del siglo XII y con 1,2 millones (u objetos que vendieron por esa cantidad) los ladrones internacionales van a venir a montones en esas excursiones a Compostela ida por vuelta que anuncian en los bares, con demostración comercial sin compromiso incluida.
Y en cuanto a la sociedad expoliada en su día de lo que Ramón Villares denominó “la partida de bautismo de Galicia como nación cultural en Europa”, pues tenemos que felicitarnos por lo menos doblemente. En primer lugar, porque haya aparecido el objeto. El libro nunca lo perdimos, porque como descubrió Gutemberg y relató Borges, un libro se puede hacer eterno y repetir hasta el infinito, y en gallego desde que el entonces conselleiro Roberto Varela encargó su traducción. En segundo lugar, porque gracias al hurto muchos supieron que existía y lamentaron su pérdida. Incluso aquellos que no hacen nada por conservar lo que certificó aquella partida de bautismo, o incluso hacen todo lo posible por hundir esa y otras cosas que nos identifican como pueblo. Esperemos que no haga falta que se queme la Capela Real de la Catedral para que se descubra que allí están enterrados los reyes de Galicia.
Curiosamente, el robo del Códice Calixtino tiene bastantes similitudes con el de La Gioconda, hace casi exactamente un siglo. Se la llevó, sin dificultades, un trabajador italiano del Louvre, que la tuvo dos años y medio guardada en el armario de las escobas de su piso. Eso sí, argumentó motivos patrióticos.
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