En un lugar de La Mancha

En tiempo presente, o a lo largo de la historia, la novela Don Quijote, de Cervantes, es un filón de inspiración para la ópera. Como muestra desde una perspectiva actual ahí están las creaciones líricas de Cristóbal Halffter en el Teatro Real de Madrid, o de José Luis Turina en el Liceo de Barcelona.

Como recuperación histórica, sirva de ejemplo Las bodas de Camacho, de Mendelssohn, representada en Liverpool el pasado abril con puesta en escena de Ignacio García.

La ópera Don Quichotte, de Massenet, es quizás el título más emblemático de todas las aproximaciones hasta la fecha al Caballero de la Triste Figura. Es también el título que servía en su día de carta de presentación a un director de escena tan admirado como Piero Faggioni.

El Real se anticipa al centenario de la muerte de Massenet -en 1912- con una ópera de referencias españolas, en un autor decisivo para dos de los mejores cantantes de nuestro país en el siglo pasado.

Nadie ha cantado Manon, de Massenet, como Vitoria de los Ángeles o Werther como Alfredo Kraus. Pues bien, Ferruccio Furlanetto y Anna Caterina Antonacci estuvieron espléndidos en el Real como Don Quijote y Dulcinea -esta última con un perfil muy a lo Carmen-, y no se quedó atrás Eduardo Chama como Sancho Panza.

La obra está muy bien construida orquestalmente, lo que permitió el lucimiento de la Sinfónica de Madrid a las órdenes de Marc Piollet. En particular el solo de violonchelo del cuarto acto fue magnífico (y justamente aplaudido). Con unas y otras intervenciones el concierto operístico valió la pena.