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crítica literaria
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

‘Vera, una historia de amor’, de Juan del Val: a las pijas finas les gustan los malotes semirreformados (y pobres)

El galardón mejor dotado de las letras españolas premia una novela sentimental que es vulgar y previsible, con personajes planos, reflexiones banales y escenas de sexo creíbles

Jordi Gracia

El ampuloso autorretrato melodramático que abre el libro –“Soy lo que escribo. A escribir le debo todo lo que soy”- prefigura un problema literario de tres pares de narices porque si este hombre es lo que ha escrito en esta novela, quizá mejor que no abandone jamás las populosas tertulias televisivas: la insipidez de su prosa es pavorosa.

¿Es absolutamente obligatorio que tantos premios Planetas sean naderías tan planas, tan previsibles, tan vulgarísimas? Leer algunas de esas novelas —Sonsoles Ónega, Juan del Val— duele en el hígado por la falta de miramientos y hasta una especie de cinismo de escritura, de dejadez deliberada para ganar unas cuantas decenas más de compradores, supongo (y la felicidad de un jurado entregado a la causa): “Vera percibe que este hombre es una especie de fuerza que le impulsa a acercar la mano al fuego” y, como en seguida se verá, a más cosas además del fuego. Además de soporífera, la alineación completa de enredos prefabricados y tópicos sentimentales es desdichada hasta el aburrimiento que mortifica a la buena, rica y metódica de Vera en su insípida vida. El amor por el marqués se ha acabado, como se acaba el amor según el novelista, de un instante para otro, aunque al menos su hermana Alba, criada por ella como la hija que no ha tenido (la telenovela también le tira mucho a Juan del Val) es “sexy sin proponérselo, que es como se es sexy de verdad”.

En esta novela una mujer puede no ser guapa a primera vista, “pero su atractivo crece cuanto más la miras”, y eso es desde luego una suerte. Sobre el chico de la novela, el malote reformado del título de esta nota, Antonio, basta decir que no sabe cómo ni por qué pero “las mujeres se le daban bien”, y también es una suerte, claro, además “de ser el verdadero motor de su existencia”, y no ese trabajo tan tedioso de ir enseñando pisos a mujeres ricas, que es a lo que se dedica para salir de pobre. Y sí, como estaba cantadísimo, mientras le enseña un piso con vistas de ensueño sobre Sevilla, Vera se descarría y salta la llama del amor en forma de beso, que es un asunto que pone a Juan del Val en modo filósofo kantiano: “Los besos que deseas que se acaben terminan doliendo un poco”. Luego eleva la calidad del pensamiento: “Una vida sin besos es áspera”. Por su parte, el marqués abandonado es “de esos hombres que transmiten fortaleza”, y quizá por eso a la primera de cambio le suelta a su exmujer por teléfono que “si te veo con otro, acabo con todo”. La truculencia profetizada llega hacia el final, cuando el folletín ya trota felizmente desatado porque resulta que la hermanaperoalavezhija, Alba, aix, folla más y más suelta que Vera pero precisamente, y por pura casualidad, con el hermano de Antonio, algo más propenso a la protodelincuencia.

El exiguo grosor de los personajes, la ausencia de una mínima caracterización creíble, el andamiaje mecánico de una trama de amores y venganzas, la crujiente banalidad de las reflexiones, la pobreza evangélica de la prosa, las páginas de relleno para contar supuestas biografías de personajes prometen un exitazo, no sé si entre lectoras que puedan decir como Vera, después del beso en el piso, que ella no es ese “tipo de mujer. Yo no me voy besando con el primero que me encuentro por la calle”. En realidad, ya se lo imaginarán, se está buscando a sí misma, al menos según dice el novelista: 45 años y ni siquiera sabe masturbarse, al menos satisfactoriamente (aunque luego aprende poniéndose un vídeo “subido de tono”). La truculencia del folletín también comparece como comparsa de la trama, con todo didácticamente contado y requetecontado, y se adivina desde leeeeeeejos que el marqués va a portarse vengativamente echando mano de unos sicarios búlgaros. En la peli será bonito el contraste entre la jarana verbenera de la feria de Sevilla y los sombríos augurios de la tragedia.

Sin que su anterior novela Bocabesada fuese Madame Bovary, al menos acechaba la sombra de Grey y un cinismo mejor armado, gamberro y hasta a ratos divertido. Esta, ni eso, pese a que lo mejor, con diferencia, sean las escenas de sexo creíble y natural. El año que viene yo pensaría en Megan Maxwell como candidata al premio (es española, pese al seudónimo anglo), en particular la Maxwell más “subida de tono”, que diría Juan del Val. Lo verdaderamente extravagante es que en una novelita sentimental de kiosco como esta recaiga el premio que la inmensa mayoría de la población considera el más prestigioso y relevante de los privados. Qué nervios por saber si la eximia calidad de la novela dispara sus ventas a las cifras descomunales de Sonsoles Ónega.

Vera, una historia de amor

Juan del Val
Planeta, 2025
360 páginas, 21,90 euros

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es catedrático de Literatura Española en la Universidad de Barcelona y ha sido subdirector de Opinión y adjunto a la dirección.
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