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Carl Jung: lo que compartimos y no sabemos qué es

Para el psiquiatra lo inconsciente es insondable y oscuro pero subyace un orden: los arquetipos, cuya huella artística más profunda se encuentra en el cine

Juan Arnau

La literatura es la herramienta más eficaz para entender la mente. Poetas, novelistas y mitógrafos son los que mejor han entendido las inclinaciones que desencadenan el deseo, la idea fija, las ambiciones y obsesiones que acechan la psique. La mente no está hecha de neuronas, está hecha de sueños, imaginación y poesía (a veces oscura). Esta premisa narrativa hizo que la psiquiatría dinámica de finales del XIX se centrara en las historias clínicas para entender los entresijos de la demencia. Un tiempo en que los médicos escuchaban a sus pacientes y no se limitaban a recetar fármacos. El relato como agente de sanación. El laboratorio no puede entender la psique, mientras que Cicerón o Kafka sí pueden hacerlo. “Quien quiera conocer el alma humana llegará desgraciadamente a saber muy poco de ella por boca de la psicología experimental”, escribe Jung. Y recomienda renunciar a la ciencia exacta, a la bata del laboratorio, y, al modo de un Dostoievski, vagabundear por el mundo observando pasiones, delirios y extravagancias de la humana fantasía, “por los terrores de las prisiones, los manicomios y los hospitales, por las turbias tabernas arrabaleras, los burdeles y casas de juego, por los salones elegantes, las bolsas, los mítines socialistas, las iglesias y las sectas fanáticas, viviendo en carne propia amores, odios y todas las formas de la pasión.”

Kant consideraba que la psicología jamás podría ser una ciencia, pues era incapaz de sustentarse en las matemáticas. Tampoco podía ser una disciplina experimental, dada la dificultad de observarse a uno mismo. El flujo temporal de la experiencia interior carece de la estabilidad mínima para una observación eficaz. Kant expresa como ningún otro ese rechazo tan ilustrado a la introspección “jugar a espiarse a uno mismo es invertir el orden natural de los poderes cognitivos. El deseo de investigarse a uno mismo o es ya una enfermedad de la mente (hipocondría) o es una forma de contraerla y terminar en un manicomio”. La observación de otras mentes está igualmente plagada de dificultades. Para Kant, la psicología sólo puede aspirar a ser una descripción el alma (un relato) en contraposición a la ciencia. Desgraciadamente, los primeros psicólogos quisieron desmentir a Kant y, llevados por el deseo arrebatador de ser “ciencia”, optaron por matematizar la mente. La consecuencia ha sido devastadora. Hoy en los programas de las facultades de psicología no se estudian los sueños, la imaginación, los mitos o la poesía, se limitan a hacer encuestas.

En El resplandor de Stanley Kubrick, Jack Torrance es poseído por contenidos inconscientes y el Hotel Overlook funciona como espacio simbólico que activa su sombra y su locura

Hay algo que compartimos los seres humanos y no sabemos qué es. Esa fue la gran intuición de Jung, que permea la cultura contemporánea desde que en 1916 publicara “La estructura del inconsciente”. La idea, como todas las ideas, no era nueva, la había formulado in extenso Carl Gustav Carus, médico y pintor del romanticismo alemán, y el joven Edvard von Hartmann, pero Jung logró ponerla sobre el tapete de la Europa intelectual de entreguerras y, desde entonces, ha dado mucho juego en el arte, la literatura, el cine, la clínica y la filosofía.

Lo inconsciente es insondable y oscuro, pero subyace un orden: los arquetipos. Una herencia platónica que ofrece un marco simbólico para entender las motivaciones ocultas. A diferencia del inconsciente personal de Freud, Jung sostiene que dicho ámbito más allá de la conciencia contiene patrones universales de experiencia que se expresan en mitos, sueños, religiones y narraciones. Toda una mina para los guionistas. Arquetipos como el Héroe, la Sombra, el Sabio, la Madre, el Trickster y el Anima/Animus son formas simbólicas que estructuran la experiencia en todas las culturas. Un descubrimiento que no sólo ha influido en la psicoterapia y la psicología compleja clínica, sino también en la teoría literaria, la mitología comparada, los guiones cinematográficos, el diseño de videojuegos y la publicidad.

Jung tuvo una visión amplia e integradora de la psique. Aunque se formó como psiquiatra, su interés por lo simbólico, numinoso y trascendente lo llevó a estudiar religiones comparadas, alquimia y astrología. Esa actitud enciclopédica es su gran valor. Reconoció en el budismo, el hinduismo y el taoísmo modelos útiles para entender la mente que la psicología occidental había ignorado. Lector del I Ching, los Yogasūtra y el Libro tibetano de los muertos, combinó sus análisis con textos alquímicos que abordan las metamorfosis del alma, abriendo la puerta a una psicología donde lo sagrado es una dimensión interior de la psique y no algo religioso. Una visión secular que permite reinterpretar los símbolos religiosos no desde el dogma ortodoxo, sino como imágenes vivas del alma.

El arte como alquimia mental y manifestación de lo inconsciente. La obra de Jung ha dejado una huella reconocible en pintores visionarios como Max Ernst, expresionistas abstractos como Mark Rothko (el lienzo como revelación interna), surrealistas como Leonora Carrington o Remedios Varo (lo esotérico femenino), y artistas chamánicos como Joseph Beuys, que conciben el arte como sanación y ritual. También advertimos su influencia en novelistas como Doris Lessing y Philip K. Dick, en Hermann Hesse (que fue amigo suyo) y en las obras formalmente revolucionarias de James Joyce (Ulises, Finnegans Wake). Pero donde ha dejado una huella más profunda es en el cine. En El resplandor de Stanley Kubrick, Jack Torrance es poseído por contenidos inconscientes y el Hotel Overlook funciona como espacio simbólico que activa su sombra y su locura. Ingmar Bergman explora en Persona la disolución de las fronteras del yo, la fusión de las identidades de las protagonistas refleja el arquetipo de la sombra y el proceso de individuación. La máscara social de la “persona” se desmorona y revela los conflictos inconscientes de la psique. Algo parecido hace Christopher Nolan en Inception y Memento, o Aronofsky en Pi, Black Swan o The Fountain. La confrontación con la sombra, la disolución del ego y la búsqueda de una totalidad interior se han convertido en temas recurrentes de los guionistas. Los protagonistas atraviesan crisis que los enfrentan a fuerzas arquetípicas (el sabio, el héroe, la madre o el ánima), traduciendo al lenguaje fílmico símbolos del inconsciente colectivo. No sorprende que el cine sea hoy un ritual laico para la exploración del alma.

Juan Arnau es filósofo, ensayista y colaborador de EL PAÍS. Su último libro se titula ‘La meditación soleada’ (Galaxia Gutenberg, 2024).

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