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Adriana Murad Konings: “El lenguaje nunca sirvió para entendernos”

La escritora publica ‘Los idólatras y todos los que aman’, una novela de aires góticos sobre el duelo y las mentiras que nos contamos para sobrevivir a lo real

Retrato de la autora Adriana Murad Konings.

Adriana Murad Konings (Madrid, 1997) publica Los idólatras y todos los que aman (Anagrama, 2025), una novela de aires góticos sobre el duelo y las ficciones necesarias para sobrevivir a lo real.

La novela empieza con la muerte de un gato. ¿Ningún animal resultó dañado en el proceso de escritura? El proceso comenzó cuando una noche desapareció mi gato, que no volvió a casa nunca. La angustia ante la incertidumbre fue el pistoletazo de salida de la novela. Tiempo más tarde, cuando ya corregía el borrador, escuché unos maullidos desde la cocina de mi casa y en la calle me encontré una gatita blanca, que sigue aquí.

Ha dicho que quiso escribir “un cuento de fantasmas al revés”. ¿A qué se refiere? Quería darle la vuelta al esquema narrativo que nos lleva de lo sobrenatural a lo racional. Me gustaba la idea de desvelar el misterio en el primer capítulo y que fueran los propios personajes los que empezaran a creer en fantasmas a medida que avanza la novela. Quería que lo sobrenatural engullera y opacara la vida prosaica, lo real y posible, y no al revés.

Como en Los días leves, esta nueva novela habla, sobre todo, de la soledad. ¿Por qué volver a ese tema? Creo, primero, que en soledad es más fácil creer en lo sobrenatural y que el terror que proviene del poder de convicción que ejercemos sobre nosotros mismos es el más potente. En cualquier caso, la soledad de mis personajes está atravesada por la voz invasiva, parasitaria, del narrador que se mete en sus cabezas y las disecciona.

Según Carmen Maria Machado, para escribir una novela gótica solo hacen falta dos cosas: una mujer y una casa. ¿Suscribe esa fórmula? Sí, y añado: una voz narradora sin escrúpulos ante el terror de su personaje.

Cuando llegó a Inglaterra trabajó en un supermercado. ¿Le ha influido esa experiencia como escritora? No más que otras experiencias laborales que he tenido. De todo se puede sacar provecho literario.

Después de tanto tiempo en el extranjero, ¿en qué lengua piensa y en qué lengua escribe? Hay algo de híbrido lingüístico en el libro. En mi día a día hablo y leo en español e inglés y, aquí hago una distinción, el español de la literatura traducida. El lenguaje de la novela es una mezcla de todo esto y, ante todo, es un lenguaje libresco: la gente no habla así en la vida real, pero eso es lo interesante y divertido de la ficción.

¿Qué le debe su novela a Henry James? La fascinación literaria y un poco fetichista por la sociedad británica y sus extravagancias, los fantasmas de Otra vuelta de tuerca y la imposibilidad de dilucidar si existen o no, la obsesión con observar vidas ajenas de la protagonista de En la jaula y, por supuesto, el trabajo minucioso del narrador como elemento clave de la novela.

El libro está lleno de malentendidos. ¿El lenguaje ha dejado de servir para entendernos? Si el lenguaje no sirve para entendernos, es porque nunca lo hizo, o no del todo. Me gusta explotar la confusión y la ambigüedad intrínseca en la comunicación humana. Y no creo para nada que lo mejor ni lo más divertido que pueda hacer una novela sea dejarse entender completamente.

¿A qué hora del día prefiere escribir? ¿Y en qué lugar prefiere hacerlo? Pronto, cuando aún no se ha levantado nadie, en mi escritorio.

¿Cuál es la mejor crítica que ha recibido? Hace años, la de una editora que me rechazó: opinaba que mis personajes eran caricaturescos. Primero me ofendí y luego entendí que ahí estaba la gracia del texto y que eso era exactamente lo que quería hacer.

¿Y ha habido alguna que le doliera? Me interesa enormemente la figura del crítico literario como personaje novelesco, por lo que encuentro una diversión, un poco perversa, en las críticas negativas.

¿Qué libro tiene ahora mismo en su mesilla de noche? Las abejas y lo invisible, de Clemens J. Setz.

¿Y uno que no lograra terminar? El secreto, de Donna Tartt.

¿Qué escritor admirado por todo el mundo le parece del montón? Jean-Paul Sartre.

¿Cuál es la librería más bonita del mundo? La Minster Gate Bookshop en York, Inglaterra.

¿Un músico o grupo musical al que admire especialmente? Fiona Apple.

¿El disco que se llevaría a una isla desierta? Fetch The Bolt Cutters, de Fiona Apple.

¿Qué canción suena en bucle en su cabeza en este momento? I’m Writing a Novel, de Father John Misty.

¿Quiénes son sus tres cineastas de referencia? Me gusta el mundo de David Lynch, pero no tengo devoción por ningún cineasta en particular.

¿Cuál es la película que ha visto más veces? Psicosis o El resplandor.

¿Y una que le recuerde a su infancia? La versión de Disney de Alicia en el País de las Maravillas.

¿Qué actriz querría que la interpretara en un biopic sobre su vida? ¡Ni biopics ni biografías, por favor! Me daría vergüenza que alguien me imitara.

¿Un estreno reciente en cine que le apasionara? Hace bastante que no voy, pero hace unos meses disfruté mucho del remake de Nosferatu.

Cite sus tres series favoritas de todos los tiempos. Mad Men, A dos metros bajo tierra y Twin Peaks.

¿Y la última que vio del tirón? Barry.

Recomiéndenos un cómic. Final Cut, de Charles Burns.

¿En qué museo se quedaría a vivir? En la casa-museo de las hermanas Brönte, en Yorkshire.

¿Cuál es su podcast de cabecera? Soy muy impaciente y mala oyente de podcasts, suelo buscar por temas que me obsesionen en el momento.

¿Tiene algún placer culpable en materia cultural? Mi lectura adolescente de Charles Bukowski me genera más sorpresa que culpa.

¿Cuál es su personaje histórico favorito? La ocultista y lectora de profecías Ursula Southeil, conocida como Madre Shipton.

¿Qué trabajo no aceptaría jamás? Me encantaría no aceptar ningún trabajo que no fuera escribir.

¿Qué está socialmente sobrevalorado? La solemnidad y la seriedad. Los biopics.

De no ser escritora, le hubiera gustado ser… Reportera intrépida.

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