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Sherlock se muda: de Baker Street a La Pléiade en París

La inclusión de los libros del detective creado por Conan Doyle en el sancta sanctórum de la literatura clásica acrecienta su figura

El actor británico Basil Rathbone caracterizado como Sherlock Holmes en un retrato promocional de 'Las aventuras de Sherlock Holmes', dirigida por Alfred L. Werker, 1939.
Berna González Harbour

Al principio fue la rueda, como al principio fue Sherlock Holmes. El detective creado por Arthur Conan Doyle cambió el curso de la literatura y dejó una herencia que sigue y sigue hasta nuestros días, con novelistas del género policial repicando el modelo en infinitas variaciones que lo reinventan y actualizan. Pero la rueda es la rueda, sea en carro, bici, coche, fórmula 1 o camión. Y la rueda es ese mito llamado Sherlock Holmes.

La prestigiosa editorial francesa Gallimard ha incorporado al brillante detective inglés a La Pléiade, la exclusiva selección convertida en santa sanctorum, en canon de la literatura universal. Si Conan Doyle levantara la cabeza es probable que volviera a postrarla para siempre, disgustado, resentido por que no se le reconociera por sus otras obras y harto de que ese Sherlock al que llegó a matar y tuvo que resucitar ante el clamor popular suba al olimpo con más empuje que él.

Pero tendrá que aguantarse en la tumba, porque el honor de pertenecer a esa colección es tan grande que Borges lo consideró más importante que el Nobel. Vargas Llosa calificó el día en que le comunicaron su entrada como “el más feliz” de su vida. Y Malraux lo definió como “una biblioteca de la admiración”. Enfadado o no, el autor tendrá que soportarlo.

Porque Conan Doyle (1859-1930) convivirá ahí sin saberlo con más de 250 grandes como los citados Borges y Vargas Llosa, Milan Kundera, García Lorca, Shakespeare, Dante, Dickens, Kafka o Cervantes, y además tendrá en su haber ser el primer autor de género policial que alcanza el firmamento después del incuestionable (y francés) George Simenon. Las cuatro novelas, 56 relatos y cuatro textos considerados extracanónicos que el autor escocés escribió sobre Holmes integran ya los volúmenes 678 y 679 de La Pléiade, trabajados bajo la dirección del especialista Alain Morvan por cinco traductores y colaboradores que lo han preparado durante años hasta lograr por primera vez -relata este profesor emérito de la Sorbona- una edición enriquecida con: cronología detallada, prólogo extenso, notas, introducciones para cada novela y aclaraciones sobre lugares, personajes y acontecimientos históricos, además de una bibliografía.

“Su valor literario va mucho más allá del placer real de presenciar cómo se descifra un enigma con detalles”, confiesa hoy Morvan, gran conocedor de la literatura británica. “Sus historias poseen un profundo valor metafísico porque retratan la soledad del hombre, incluso de un hombre superior, como es el caso de Holmes, enfrentado a las fuerzas hostiles de un universo y una naturaleza indiferentes. A menudo se tiene la impresión de que Sherlock contempla un abismo de oscuridad con profundidades insondables”. Y todo ello sumado a la “poética heredada de la novela gótica, que prioriza la noche, la niebla (altamente simbólica de los misterios que nos rodean), la vertiginosa verticalidad, la huida, la persecución, las patologías, la monstruosidad y el miedo convierten a Sherlock Holmes no solo en un personaje, sino en un verdadero mito”.

Holmes, el mito, se acaba de mudar así del 221B de Baker Street a La Pléiade de París en una proyección que alarga aún más su figura extravagante, aguda y entusiasta del conocimiento y que se prolonga hasta nuestros días en tantos aspectos que, entre todos, nos permiten trazar un gran mapa de su legado. Estos son sus hitos:

Jude Law y Robert Downey Jr. en 'Sherlock Holmes', de Guy Ritchie (2009).

El territorio

Crear un paisaje narrativo reconocible para los lectores y la cultura popular es marca de la gran literatura. Jesús Lens, director del festival Granada Noir, ha explorado y recorrido junto a Ricardo Bosque los escenarios del crimen (literario) en El lugar de los hechos (Cazador), un libro que arranca, como no podía ser de otra manera, en el corazón de Baker Street. Conan Doyle eligió el Londres victoriano de la niebla y las truculencias, en plena era de Jack el Destripador, para albergar a un detective en una dirección tan inexistente en la realidad, pero tan sólida en la ficción, que se hizo carne. “Partió del Londres real, lo adaptó a sus necesidades y consiguió algo tan curioso como que la dirección de Baker Street 221B que se inventó sea hoy un lugar físico donde se reciben visitantes e incluso cartas”, cuenta Lens. “Partiendo de la realidad creó una ficción que se convirtió a su vez en realidad y así logró el juego mágico de la literatura”. Se refiere, es elemental, al Museo de Sherlock Holmes, un escenario mental que se ha hecho físico y que atrae cada día a decenas de turistas de todo el mundo.

El enigma

Pero la clave de todas las historias de Sherlock Holmes empieza por el enigma, el misterio en torno a un crimen que el detective se apresura a resolver. Sherlock no fue el primero, un podio al que llegó antes el Auguste Dupin de Edgar Allan Poe, pero sí el que penetró en la cultura popular con mayor hondura y al que todos imitaron. Hay un momento, cuando el doctor Watson apenas está conociendo a su nuevo y excéntrico compañero de piso y comprendiendo el alcance de sus pesquisas, en que le compara con Dupin. Holmes no lo acepta. Ocurre en Estudio en escarlata, la primera de las novelas:

- Me recuerda usted al Dupin de Allan Poe -dice Watson, con admiración.- Nunca imaginé que tales individuos pudieran existir en realidad.

- Sin duda cree usted halagarme estableciendo un paralelo con Dupin. Ahora bien, en mi opinión, Dupin era un tipo de poca monta.

Y es que Sherlock Holmes, nos dice el propio Sherlock Holmes, está por encima de cualquiera. Su método será único, excesivo, inteligente y tan extraordinario que a veces no podremos seguirle, pero siempre suficiente para resolver los casos. Él consagra el siguiente punto que ha quedado apuntalado para la eternidad:

Ilustración de Sidney E Paget, el primer artista que dibujó a Sherlock, para la revista 'The Strand', 1893.

El método deductivo

La inteligencia de Sherlock, su ingenio, la ciencia y su conocimiento profundo del ser común (del que, sin embargo, se mantenía bien distante) eran las herramientas de este superhéroe de la deducción, la agudeza, la sorpresa y la capacidad de jugar a enredar y acertar en los giros de guion. “Holmes instauró un modelo de investigador que no tardó en convertirse en hegemónico”, asegura Miguel Barrero, director de la Semana Negra de Gijón y autor de títulos como El guitarrista de Montreal. “Su influencia trasciende el tiempo de sus obras justamente porque lo que fue una transgresión literaria en su día terminó convertido en un arquetipo imposible de obviar. Su impronta planea en cualquier narración de intriga desde el siglo XIX en adelante, desde Poirot hasta Batman”.

Desde Sherlock, sí, todo investigador se inviste de ciertos superpoderes que pueden beber más en la inteligencia, como él, o en la fuerza bruta y en la acción, como muchos que han seguido después, pero nunca hay que olvidar que la fórmula de su éxito radica en el hambre de ciencia que se imponía en aquel momento histórico -finales del siglo XIX- en Inglaterra, en nuestra Europa, frente a la oscuridad. Hay más ingredientes:

La pareja

El binomio Holmes-Watson funciona en todas sus estridencias hasta lograr lo que Carlos Zanón, comisario de Barcelona Negra y autor de Taxi, considera “una actualización del Quijote y Sancho”. Juan Carlos Galindo, editor del blog Elemental y autor de Muerte privada, cree que “todos los autores del género somos deudores de esa pareja quijotesca que forman Holmes y Watson y de la relación que establecen”.

Más allá de quién ha seguido sus pasos, la pregunta correcta es quién no los ha seguido en mayor o menor medida, asegura Covadonga Cué Río, que ha adoptado el nombre de Mrs Hudson en el Círculo Holmes que la une a otros frikis del detective. “Raymond Chandler, Camilla Läkberg o Carmen Mola no tienen mucho que ver, como tampoco su casi contemporánea Agatha Christie, pero todos le deben algo”, asegura Hudson-Cué. Y es ahí donde entramos en su gran legado.

La herencia

La herencia de Sherlock, consciente o no para los autores, es infinita y ha llenado la literatura de detectives y héroes que pueden variar mucho en carácter, en la droga que consumen o en manías y objetos fetiches como los que le caracterizaron, pero parecerse bastante en eficacia. Las secuelas y homenajes son en muchas ocasiones explícitas, como en El problema final (Alfaguara), último libro de Arturo Pérez Reverte, o el recién llegado La lista de los siete (Impedimenta), de Mark Frost, creador de Twin Peaks. Por no hablar de decenas de adaptaciones en pantalla durante todos los tiempos hasta las más recientes: la serie Sherlock, la preferida de todos los entrevistados, protagonizada por Benedict Cumberbacht y Martin Freeman, o la película Sherlock Holmes, de Guy Ritchie, encarnada por Robert Downey Jr. y Jude Law.

“La influencia de Holmes es mucha y notoria porque logra hacer del excéntrico el héroe sin más poder que su inteligencia. La superioridad de esta inteligencia por encima de la acción y la idea filosófica de que un día todos los conflictos se solventarían entendiendo la mente humana y sus razonamientos es su legado”, resume Zanón.

Es por todo ello por lo que, en la eterna discusión sobre la dimensión literaria del género negro o policial, la decisión de Gallimard inclina la balanza y, por esta vez, ganan los buenos. Lo vemos:

Fotograma de 'La vida privada de Sherlock Holmes', de Billy Wilder (1970).

La dimensión literaria

José Manuel Fajardo, autor, traductor y gran conocedor de Holmes, no se sorprende de que entre en la Pléiade porque “la gran literatura es la que nos deja un gran personaje memorable”. “Y ahí tenemos a ese arquetipo de detective moderno: no solo es el héroe solitario que resuelve casos sino el analista de la realidad social. Él aplica la razón y la deducción para ello, sí, pero también ese conocimiento de la realidad mientras parece permanecer inmutable ante el crimen”, asegura. “Además, Sherlock es contradictorio y ahí está su riqueza: misógino, racionalista, analítico, apasionado de la ciencia, y al mismo tiempo melómano y cocainómano. Deja ver una naturaleza mucho más sensible de lo que aparenta”.

Y esa fachada de inmutabilidad la han imitado muchos, desde el Philip Marlowe de Raymond Chandler al Sam Spade de Hammett. Lo que Fajardo llama “la bandera de la dignidad”. “Que La Pléiade lo acoja es bueno y santifica algo que empezó muy fuertemente en los sesenta, y es la reivindicación de los llamados subgéneros, que estuvieron mucho tiempo relegados al pulp fiction, el entretenimiento popular”, asegura el autor de Odio.

La literatura popular “puede ser excelsa”, asegura Barrero. “Y la distinción entre alta y baja literatura no debe establecerse en función del número de lectores, sino de la calidad de la obra: hay novelas populares que son magníficas y otras supuestamente intelectuales a las que es mejor no arrimarse”.

Y es ahí donde entramos en la gran paradoja de un encumbramiento inverso al que ha vivido en general la novela negra o policial. Si bien ha sido considerada en general un subgénero, es esta y no otra la selección de Conan Doyle que ha entrado en La Pléiade, que ha desdeñado el resto de su producción. Y es que Doyle ha sido plenamente vampirizado por Holmes.

La vampirización del autor

“Limitarnos a Sherlock Holmes y no incluir nada más fue la solución más coherente”, defiende el director de la colección, el profesor Alain Morvan. “En contra de lo que pensaba Conan Doyle, las historias del detective son el aspecto más rico y elaborado de su obra y por tanto las más obvias de publicar”. Doyle publicó novelas históricas, obras de teatro, poesía, literatura testimonial y numerosos escritos que él defendía por encima de su detective. Pero nadie le dio la razón. Covadonga González-Pola, escritora y editora de Tinta Púrpura, publicó Te odio, Sherlock, una compilación de textos y relatos sin el detective que permiten conocer al Doyle sin Holmes, pero su propio título y su portada con el detective con un tiro en la cabeza remiten al hombre que el autor quiso liquidar. “Esa es la espinita que tenía clavada Conan Doyle, que creía que tenía obras de mucho valor que no eran buscadas porque todo el mundo quería a Holmes”, asegura González-Pola.

De autores devorados por su personaje hay muchos ejemplos, pero que lo asesinaran y resucitaran no. Hoy, para rematar la pesadilla de Doyle, es su protagonista y nada más de su pluma lo que entra en el firmamento de París. Y el humo de la pipa holmesiana llegará, sin duda alguna, hasta el cielo en el que habita Arthur Conan Doyle. Que se fastidie. Y que lo disfrute. Porque él inventó la rueda.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.
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