Wagner y Nietzsche: idilio y desencuentro
La correspondencia entre el compositor y el filósofo se completa con un estudio y otros textos que permiten adentrarse en su fructífera y turbulenta amistad

Era fácil que un joven filólogo de 24 años con formación musical sucumbiese al hechizo de un compositor de 55 años como Richard Wagner (1813-1883). Friedrich Nietzsche (1844-1900), aspirante entonces a filósofo, se había licenciado en filología clásica y pronto vio en la estética de Wagner y en una pasión compartida por Schopenhauer una materialización de la metafísica del artista, el renacimiento en la ópera de la tragedia griega como obra total y en la conjunción del talento de ambos un revulsivo contra la moral dominante como expresión de la decadencia de la gregaria cultura occidental, una cultura, en especial la alemana, carente de substancia y de meta que para el filósofo alemán era “mera opinión pública”.
Ese mismo sentir era compartido por Wagner cuando consideraba que el fin último del arte del porvenir debería ser “ennoblecer el gusto y mejorar la moralidad” y esa operación eran tan solo posible, siguiendo a Schopenhauer, desde la música, el único arte que no se fundamenta en la mímesis o imitación de la realidad y que se atreve a experimentar continuamente y a reinterpretar la belleza canonizada. La tragedia griega fue el punto de encuentro y de partida entre ambos genios para dar nacimiento al drama musical del futuro mejorado ahora con las posibilidades que ofrecía la moderna orquesta sinfónica para la materialización de la “obra de arte total”. El pesimismo de la filosofía de Schopenhauer afloró antes en la tragedia griega y renacía con ímpetu desbocado en la nietzscheana El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música y en El anillo del nibelungo wagneriano: la voluntad ciega e insaciable que domina nuestra existencia causa sufrimiento y nos conduce inevitablemente a la destrucción, pero no en menor medida a ser artífices de nuestro destino.

Entre el idilio de Tribschen y los malentendidos de Bayreuth, pasaron siete años de amistad estelar, pero pronto aparecieron los primeros síntomas de no conjunción de las dos constelaciones, en especial porque Wagner y su círculo, con Cósima a la cabeza, veían en Nietzsche un mero instrumento para difundir la devoción por una nueva religión que glorificara su propio arte; no menos determinante de ese precoz distanciamiento fue el que Nietzsche siempre tuviera claro que “se recompensa mal a un maestro si se permanece siempre discípulo” y descubriera en Wagner a un viejo Minotauro de atracción irresistible pero de instinto dominante y voraz, un monstruo del que era difícil escapar. El brillante discípulo halló su hilo de Aridana en el mismo drama musical wagneriano: el espíritu dionisíaco como única posibilidad de llegar a lo más profundo de la vida y un equilibrio entre Apolo y Dionisos que superó el nihilismo budista de Schopenhauer con un vitalismo heroico y jovial y una hermenéutica perspectivista y un nihilismo reactivo que entendía la filosofía a martillazos: destruir para construir en un eterno retorno.
Otras razones provocaron seguro el final de la amistad: el antisemistismo de Wagner, la fascinación de Nietzsche por Cosima Wagner, siempre en su corazón, el retorno al cristianismo del músico en Parsifal, la destrucción de cualquier puente entre ambos por parte del filósofo con la publicación de Humano, demasiado humano. Los amigos se volvieron extraños: Wagner despreciaba el “nihilismo repugnante” de Nietzsche y este llegó a compadecerse de aquel por su “hegelomanía en música” y por no faltar en su círculo ningún engendro, ni el antisemita ni el nacionalista alemán. Nietzsche llega incluso a escribir en su obsesión antiwagneriana un Crepúsculo de los ídolos como caricatura del Crepúsculo de los dioses wagneriano.
Es verdad que la correspondencia está incompleta porque Cosima quemó la mayoría de las cartas, pero las conservadas revelan el brillo de dos genios que irradió en toda la creatividad de su producción, pero cuya admiración sin mesura naufragó por la violencia arrolladora de sus personalidades. La edición de Luis Enrique de Santiago Guervós, su completo estudio sobre Nietzsche y el problema “Wagner”, la selección de texos de Nietzsche contra Wagner o la valoración de esa relación por la hermana del filósofo, Elisabeth Förster-Nietzsche son una apasionante inmersión en esa turbulenta y fructífera amistad entre dos espíritus libres, siervos de sus propios evangelios, sabedores ambos, en palabras del filólogo que devino Anticristo, que “sin música, la vida sería un error”.

Correspondencia. Richard Wagner y Friedrich Nietzsche
Fórcola, 2025
392 páginas, 29,50 euros.
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