La Paz de Viena (1725): ruptura diplomática y fin del conflicto civil
Junto a la amnistía, el influyente núcleo de exiliados austraciastas en la corte imperial reclamó que la paz restaurara las libertades y las instituciones de gobierno de los territorios de la Corona de Aragón

Felipe V, cuatro años después de la firma de los tratados de Utrecht que clausuraban el conflicto internacional de la guerra de Sucesión de España (1700-1715), se rebeló contra el nuevo equilibrio político europeo. De la mano del ministro Giulio Alberoni, quién le persuadió de que podía ser “el rey más potente de Europa”, emprendió la conquista de Cerdeña (1717) y de Sicilia (1718). Así, no solo se emancipó de Francia, desaparecido su abuelo Luis XIV, sino que luchó contra ella en la guerra de la Cuádruple Alianza, al final de cuya contienda se restauró el equilibrio de Utrecht.
1724 fue un año de gran inestabilidad para la monarquía. Felipe V abdicó en su hijo Luis I (en enero), que murió al cabo de pocos meses (en agosto). El padre recobró el cetro. La reina, Isabel Farnesio, asumió importantes parcelas de gobierno como resultado de las reiteradas y largas crisis que sufría Felipe V motivadas por un trastrono bipolar.
Aquel 1724 un congreso en Cambrai debía dirimir las diferencias entre Austrias y Borbones. Las principales demandas españolas eran el retorno de Gibraltar y que el emperador accediera a la posesión de don Carlos, hijo de Felipe V, de Parma y Toscana de acuerdo con el tratado de la Cuádruple Alianza. Pero en Cambrai transcurrían los meses sin que España consiguiera avances en ninguno de los dos objetivos. La intransigencia de los británicos en el primer punto y la del emperador en el segundo, condujo el congreso a un callejón sin salida.
Los reyes, además de intentar un acuerdo con Francia para recabar apoyo militar en caso de que Carlos VI entrara en Italia, optaron por la negociación directa con el emperador. Recurrieron a un holandés vinculado a Alberoni, un ambicioso aventurero, el barón de Ripperda, que en noviembre de 1724 fue enviado a Viena con aspiraciones maximalistas.
Mediante los matrimonios de los dos infantes con las archiduquesas, la casa de Borbón absorbería las posesiones de los Habsburgo: el imperio y los dominios italianos. Ripperda se reunió secretamente y bajo un nombre falso con los ministros del imperio y con el emperador. Tanto el embajador francés en Viena como el británico señalaron que los artífices de la paz fueron el canciller Conde de Sinzendorf y el catalán Ramon de Vilana Perlas, Secretario de Despacho Universal, hombre de confianza del emperador Carlos VI desde 1705, cuando reinó en Barcelona como Carlos III.
Ripperda consiguió, contra todo pronóstico, el acercamiento entre Felipe V y Carlos VI, hasta entonces enemigos, revirtiendo el rumbo de la política exterior española mediante el tratado de paz y amistad del 30 de abril de 1725, seguido de los tratados de alianza defensiva y de comercio y navegación. Frente al nuevo eje hispano-austríaco surgió, en septiembre, la alianza de Hannover. La tensión militar aumentó peligrosamente.
En virtud de los acuerdos, y en nombre de “la tan deseada paz universal de la Europa”, Felipe V y Carlos VI renunciaban a los derechos del trono contrario y aceptaban las sucesiones respectivas, mientras que el emperador admitía que los ducados italianos de Parma, Plasencia y Toscana pasarían, al extingirse la rama masculina de los Farnesio, al infante Carlos, sin constituir parte de la monarquía española. Asimismo sellaron un tratado de ayuda militar ofensivo y defensivo gracias al cual España, en caso de victoria sobre Gran Bretaña, recuperaría Gibraltar y Menorca, y en caso de guerra con Francia una parte importante de aquel territorio pasaría a manos imperiales y españolas. Ello implicaba un compromiso militar desmedido para España por su elevado coste.
Por su parte Felipe V ofrecía ventajas comerciales a la Compañía de Indias de Ostende, creada en 1722 por Carlos VI, una concesión que despertó una gran inquietud entre los británicos y holandeses. Finalmente, y este constituía el gran objetivo de Isabel Farnesio, convinieron el deseo del matrimonio de los infantes Carlos y Felipe con las hijas del emperador, las archiduquesas María Teresa y María Ana.
Aquellas especulaciones apenas se tradujeron en resultados. Carlos VI no aprobó los matrimonios tan anhelados por los reyes de España, ni quiso entrar en conflicto con el Reino Unido en caso de que España intentara recuperar militarmente Gibraltar o Menorca. Por parte española tampoco se hicieron realidad las ventajas comerciales prometidas a la Compañía de Ostende. Cuando Ripperda, se convirtió en Secretario de Estado, grandes promesas realizadas a los reyes de España y al emperador se habían evaporado. Todo ello agravado por su fanfarronería que puso en alerta a unos y a otros.
El castillo de naipes se desmoronó después de que el embajador imperial conde de Königsegg llegara a Madrid (el 16 de enero de 1726) y reclamara los subsidios acordados. Entonces Felipe V lo destituyó y lo detuvo, en mayo, en casa del embajador de Inglaterra. Isabel Farnesio, desengañada con Viena giró de nuevo la mirada hacia París al objeto de buscar garantías para la posesión de Parma y Toscana y en 1729 España firmó el tratado de Sevilla con Francia y Gran Bretaña.
A la vista de todo ello la pregunta que surge, inevitablemente, es por qué aquel personaje, como antes Alberoni, llegó a dirigir los destinos de España. La respuesta remite, sin duda, a la grave inestabilidad política de la monarquía, como constataron embajadores extranjeros.
Sea como fuere, el resultado más tangible de la Paz de Viena fue que puso fin al conflicto civil de la guerra de Sucesión mediante la amnistía general, el retorno de bienes confiscados y el reconocimiento de títulos y dignidades. Medidas que se desarrollaron lentamente y con dificultades sin que, en realidad, significaran“un perpetuo olvido” (como reza el artículo IX).
Junto a la amnistía, el influyente núcleo de exiliados austraciastas en la corte imperial reclamó que la paz restaurara las libertades y las instituciones de gobierno de los territorios de la Corona de Aragón, demanda que asumió el emperador, sin éxito, tanto en Cambrai como en Viena. A pesar de sus limitaciones aquellas medidas constituyen el principal motivo por el que merece ser recordada la paz sellada hace 300 años.
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