‘Murmullo’, una preciosidad de espectáculo

Una mañana te llega un mensaje: “Tienes que ver esto. Es una preciosidad”. En tiempos de bombardeo mediático, el boca a boca sigue funcionando como sistema de prescripción en el ámbito del teatro, mucho más cuando se trata de circuitos alternativos y artistas de trayectorias desconocidas. Es el caso de Miguel Valentín y Aitana Sar, creadores de Murmullo, realmente una “preciosidad”. Es un espectáculo con un vuelo poético encantador, sobre todo por el ingenio con que desarrolla visualmente una trama que mezcla lo real con lo imaginado. El texto es algo plano y no hubiera lucido tanto con una escenificación menos creativa.

Lo cierto es que la obra funciona porque la escenificación está íntimamente trabada con el libreto. Miguel Valentín escribió un texto base sobre el que desarrolló una dramaturgia a pie de escenario con Aitana Sar mientras esta dirigía su materialización sobre las tablas. Todo ello partiendo de una propuesta de Javier G. Yague, director de la sala Cuarta Pared, para celebrar el cuarenta aniversario de este espacio pionero de la escena alternativa madrileña con un tríptico de obras de jóvenes creadores en torno a una pregunta: ¿cómo contar la vida en el teatro?

Paradójicamente, para abordar el tema de la vida, Murmullo parte de la muerte. Cuatro amigos comen en un bar de tapas después de asistir al velatorio de un quinto que ha fallecido de manera abrupta. Sus conversaciones son todo lo insustanciales que suelen ser en esas circunstancias, pero de vez en cuando destaca una palabra, una mirada o un silencio tras los que se vislumbra no solo el duelo por el amigo perdido, sino también sus abismos juveniles. El alquiler, el cansancio, la precariedad, la impaciencia porque el uber se retrasa, la ansiedad por el futuro que no llega.

La obra remarca lo cotidiano para darle contraste cuando se eleva hacia lo poético: son los mejores momentos del espectáculo. Eso sucede cuando uno de los protagonistas empieza a contar un antiguo relato persa que habla sobre pájaros que vuelan juntos en busca de un líder que les puede sacar del caos en el que viven. La narración se intercala en sus conversaciones y transforma a los personajes a medida que avanza: bajo sus abrigos de luto descubrimos colores y formas que evocan aves de distintas especies. Cada uno atraviesa una escena crucial en la que echa a volar.

Otra clave del montaje es la buena definición de los personajes, muy bien perfilados por sus intérpretes. Entre ellos destaca Nataliya Andru, especialmente expresiva en su escena de transformación.