Cátedra sin catedrática
En ese curso se trataba de formar a ‘fundraisers’ (en serio, los llaman así) para que salieran al mundo del ‘fundraiseo’


Begoña Gómez, esposa del jefe del Gobierno, empezó a transmitir sus conocimientos en la Universidad Complutense en 2012 (en aquel momento su marido no era diputado) en un programa sobre captación de recursos financieros, sin poseer título universitario oficial. Desde 2020 su actividad de codirectora se cobija bajo la palabra “cátedra”. Una “cátedra extraordinaria”, en la denominación oficial (no necesariamente una extraordinaria cátedra): La “Cátedra Extraordinaria de Transformación Social Competitiva”, para cuya puesta en marcha se requieren 30.000 euros aportados por patrocinadores. La palabra “cátedra”, usada actualmente en ese y en otros 53 cursos similares, sirve así para barnizar de prestigio a quienes imparten la docencia bajo su amparo, y también como banderín de enganche. Con ese vocablo por delante, los patrocinadores subvencionan, los alumnos se matriculan y los profesores cobran.
El término “cátedra” designa obviamente el empleo o el ejercicio de un catedrático, el rango más alto en la docencia universitaria. Así que sigue abriéndose paso la malversación de las palabras destinadas a un fin para el que no fueron previstas: del mismo modo que una resolución del Supremo ha intentado enseñarnos que se puede incurrir en enriquecimiento sin enriquecerse uno, la Complutense nos ha demostrado que cabe la posibilidad de que exista una cátedra sin necesidad de catedrático.
No es de extrañar, por tanto, que el juez Juan Carlos Peinado se sorprendiera con la respuesta del rector, Joaquín Goyache, tras preguntarle como testigo si se exige alguna titulación para dar clase en su universidad: “Ninguna. En algunos casos, ninguna”.
Ninguna titulación exigida para la esposa del presidente y tampoco para otros eventuales expertos o especialistas como ella a quienes se les haya ofrecido dirigir esos programas académicos.
En la “Cátedra Extraordinaria sobre Comunicación y Golf”, una de las 54 organizadas, se podía haber contratado por ejemplo a un exjugador profesional sin titulación universitaria. (No fue el caso: la codirigieron dos profesores, ninguno de ellos catedrático). Y habría sido legal también.
En el recorrido que nos ocupa, la esposa del presidente fungió como experta en búsqueda de financiación para empresas y administraciones, lo que se viene denominando fundraising (recaudación de fondos). Por tanto, se trataba de formar a fundraisers (en serio, los llaman así) para que salieran al mundo del fundraiseo (esto ya me lo he inventado). Y es cierto que en el oficio de los conseguidores Begoña Gómez ha mostrado grandes resultados; quizás en una parte de esos años a causa de su posición.
Pero hasta ahora no nos habíamos dado cuenta de que a este tipo de cursos se les adjudicaba la palabra “cátedra”. O sea, que una misma universidad podría albergar, por ejemplo, una cátedra de Farmacología, una cátedra de Neurocirugía, una cátedra de Filología Hispánica y también una cátedra de Fundraising.
Esta ocupación de Begoña Gómez se ofrece en algunos medios como un escándalo, así como el hecho de que firmara un papel para influir supuestamente en una adjudicación, cuando eso podía conseguirlo más fácilmente susurrando al oído y sin salir de casa. En este conflicto, en mi opinión, hay elementos para argumentar una censura ética, no tanto penal; pero lo que me parece más escandaloso, lo más imperdonable, lo más sorprendente, es el uso corrupto que se hace de la palabra “cátedra”.
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