Yamandú Orsi promociona en Europa el modelo uruguayo de convivencia democrática
El presidente lleva a la conferencia de Sevilla el clima de respeto institucional que imprimieron líderes como Pepe Mujica

El olfato político del expresidente uruguayo José Pepe Mujica hizo que calibrara con acierto hasta su última participación en un acto público, antes de morir el 13 de mayo. “Podemos tener diferencias y podemos convivir, porque ¿para qué se precisa la libertad? Para discrepar”, dijo con la voz entrecortada a fines de marzo en la celebración de los 40 años ininterrumpidos de democracia en Uruguay, en la sede de su histórico adversario el Partido Colorado.
En ese evento, Mujica intercambió anécdotas con los otros dos veteranos de la política uruguaya, los expresidentes conservadores Julio María Sanguinetti y Luis Alberto Lacalle. “No sé si estamos haciendo historia, somos medio ampulosos”, bromeó. En la reunión escuchó el mensaje grabado del exmandatario de centroderecha Luis Lacalle Pou, de viaje en el exterior, y siguió atento las palabras de su heredero, el actual presidente de Uruguay, Yamandú Orsi, del izquierdista Frente Amplio.
El destino quiso que el último acto político de Mujica fuera el primero de Orsi, de esta envergadura, como presidente tras su asunción el 1 de marzo. “No renunciemos jamás al debate en la política”, dijo Orsi ante una sala repleta, testigo de la foto de familia de los presidentes de la democracia vivos juntos. No se trata una escena extraordinaria en este país de 3,5 millones de habitantes, aunque pueda sonar a ficción en tiempos de polarización extrema. Orsi instó a que el hábito no conduzca a bajar la guardia: “Nunca nos tenemos que acostumbrar”.
Este lunes Orsi participará en Sevilla en la Conferencia Internacional sobre Financiación para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas y el jueves estará en la cumbre del Mercosur en Buenos Aires, adonde ya viajó el 9 de junio para recibir el premio del centro Ana Frank. Lo hizo en representación de Uruguay, por “el compromiso democrático, el respeto institucional y la construcción de una convivencia pacífica”. Lacalle Pou y Sanguinetti lo acompañaron.
Este escenario de convivencia democrática, en un contexto regional e internacional crispado, se explica en parte por la solidez de los partidos políticos uruguayos. “Es un sistema de partidos fuertes con una capacidad de representación social muy grande y estable”, señala a EL PAIS el sociólogo Eduardo de León. También influye la fortaleza de su cultura cívica, que incluye a las élites políticas y al conjunto de la sociedad. “Uruguay es el país de América Latina con mayor aprecio por sus partidos políticos y la democracia”, apunta.
Otra muestra reciente de ese talante pudo verse el 6 de diciembre de 2024, cuando Montevideo acogió la cumbre del Mercosur en plena resaca electoral. A fines de noviembre, el delfín de Lacalle Pou, Alvaro Delgado, había perdido frente a Orsi. La derrota no estaba en los cálculos oficialistas. En ese marco, Lacalle Pou recibió a su sucesor con un abrazo, y lo invitó a sentarse a su lado. “La acumulación positiva que tiene nuestro país en estos 40 años de democracia, hacen posible que Uruguay sea un faro para nuestra América Latina”, escribió Orsi agradeciendo el gesto en redes sociales.
En su análisis, el sociólogo de León sugiere remontarse a la primera parte del siglo pasado cuando Uruguay resolvió cerrar las heridas de la violencia política del siglo XIX con la Constitución de 1917, que “consagró la coparticipación” de los partidos en el gobierno. “Todos quedaron adentro del Estado, eso generó una lógica clientelar que convivió con otra profesional. Fue el precio que Uruguay pagó por la paz”. Esa solución derivó en una cultura de convivencia, continúa el sociólogo, rota por la dictadura cívico militar entre 1973 y 1985.
En ese quiebre institucional y la recuperación democrática se detiene la politóloga Camila Zeballos: “Uruguay logra esta convivencia democrática después de mucho tiempo y es admirable en términos regionales e internacionales, pero sería bueno empezar a discutir cuán sanos salimos de la dictadura”, dice a EL PAÍS. Para Zeballos, es importante “detenerse en gestos, palabras y relatos”, sin perder de vista que la democracia también necesita “hechos de política pública” en torno a problemas complejos del país, como la pobreza infantil (afecta al 32% de los menores de 6 años), el avance del narcotráfico o la inseguridad.
En ese contexto, el nuevo gobierno de izquierda tendrá su prueba de fuego a partir agosto, cuando el Ejecutivo envíe al Parlamento la Ley de Presupuesto quinquenal, cuya aprobación estará sujeta a las negociaciones en Diputados, donde el oficialismo no es mayoría. Orsi juega despacio, sin confrontar, como articulador entre distintos. “El que piense que voy a gobernar pateando todas las estanterías, que espere sentado”, dijo este mes en la inauguración de un proyecto educativo iniciado durante la administración anterior.
“Pragmático y negociador”
“Mujica vio en Orsi un intendente [de Canelones, el segundo departamento más importante del país] muy eficiente en la gestión, muy pragmático y negociador”, explica de León. Orsi no es un accidente, reflexiona el sociólogo, es producto de la lógica inclusiva que siguieron los principales referentes de la izquierda uruguaya, como Tabaré Vázquez o el propio Mujica. “Son líderes inclusivos sin enemigos. El enemigo de Mujica es un estilo de vida, un modelo de civilización. No es la élite, no es un bloque político”, ejemplifica.
Tras Sevilla y Buenos Aires, el presidente uruguayo cerrará su gira internacional en Río de Janeiro, adonde participará el viernes de la cumbre de los BRICS invitado por el presidente Lula da Silva. Las tres paradas resumen la impronta que la admnistración de izquierda quiere darle a la política exterior: multilateralismo y cooperación internacional, en especial entre los países del sur global. “Cuando se trata de elegir por la paz, Uruguay siempre está”, afirmó Orsi en alusión a la búsqueda de la resolución pacífica de los conflictos en el ámbito de la ONU.
El posicionamiento de Uruguay en el plano internacional es un terreno complejo para el Ejecutivo. “Cuando el canciller [Mario] Lubetkin asumió dijo algo muy interesante, que era pensar la política exterior como una suerte de círculos concéntricos, en lo nacional, lo regional y lo internacional”, apunta la politóloga Zeballos. Pero el “desconcierto internacional” le ha supuesto algunas dificultades en su base electoral y en el propio Frente Amplio, añade Zeballos, porque tanto Orsi como Lubetkin “se han resguardado de utilizar el término genocidio” para describir lo que ocurre en Gaza.
“La política exterior de Uruguay no se posiciona en términos ideológicos, a diferencia de Milei en Argentina o Petro en Colombia”, zanja el sociólogo de León, al tiempo que insiste en distinguir a la fuerza política del gobierno. “Uruguay tiene una fuerte tradición de solución de controversias, de mediación y compromiso con la paz; este gobierno quiere involucrarse más activamente en esos procesos, desde una postura de neutralidad con valores”, concluye.
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