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Assata Shakur, la ‘fugitiva’ que Estados Unidos le reclama a Cuba desde hace más de medio siglo

La exmiembro de las Panteras Negras, acusada hace 52 años del asesinato de un policía y refugiada por Fidel Castro, vive a sus 77 años en La Habana. Ella se considera una expresa política

Assata Shakur durante su proceso judicial en EE UU.
Carla Gloria Colomé

El Buró Federal de Investigaciones (FBI) la describe así: ojos color café. Cabello negro canoso, con “una variedad de estilos de peinados”. Estatura de 5 pies y 7 pulgadas (1,70 metros). Peso de entre 61 a 68 kg. Cicatrices en el pecho, el abdomen, el hombro y la rodilla izquierda. Sexo: femenino. Nacionalidad: estadounidense. Raza: negra. Nombre: Joanne Deborah Byron. Alias: Assata Shakur, la exmiembro del Partido Pantera Negra y del Ejército Negro de Liberación (BLA), acusada hace 52 años del asesinato de un agente de la Policía Estatal de Nueva Jersey y refugiada en Cuba por Fidel Castro en los días de Guerra Fría. Hay quien la ha visto en las calles de Centro Habana, como un espectro habitando el mundo atribulado de los cubanos. La mayoría no sabe quién es, no la reconocería si se tropiezan con ella en una cola del agromercado. Y mucho menos sospecharía que se trata de una de las personas más buscadas por el Departamento de Justicia de Estados Unidos, una prófuga de 77 años a quien las autoridades estadounidenses no están dispuestas a olvidar.

Hace unos días, un mensaje en la cuenta de X del Secretario de Estado, el cubanoamericano Marco Rubio, se encargó de recordar ciertos pendientes con La Habana. “El régimen cubano sigue dando refugio a terroristas y delincuentes, incluidos prófugos de Estados Unidos”, escribió. “Debemos a las víctimas y al pueblo estadounidense nuestro compromiso inquebrantable de exigir responsabilidades al régimen cubano”. Se refería al caso Shakur, que desde hace cuatro décadas es una especie de “elefante en la habitación”, un tema sobre la mesa en los momentos más amigables o en los más tensos de las relaciones entre Washington y La Habana.

A la edad de 36 años, con sus pómulos marcados y el pelo estilo afro, Shakur llegó a la isla tras protagonizar una espectacular fuga de la cárcel de máxima seguridad de Hunterdon County. Más de medio siglo después del suceso por el que terminó condenada a cadena perpetua, el FBI también recordó que ofrece la recompensa de un millón de dólares por información sobre el paradero de la afroamericana. El coronel Patrick J. Callahan, actual jefe de la policía de Nueva Jersey, aseguró a Fox News que incluso tenía “las esposas del agente Foerster listas para ponerle” a la activista el día en que aterrice en el aeropuerto del Estado.

Aunque Shakur sostiene que no es culpable del asesinato, el nombre de Werner Foerster pesa sobre sus hombros. Se trata del agente de 34 años asesinado el 2 de mayo de 1973 tras un altercado que tuvo lugar en algún punto de la autopista estatal de Nueva Jersey. El Pontiac sedán en el que se trasladaban Shakur y sus amigos Zayd Shakur y Sundiata Acoli fue detenido por las autoridades por tener, aparentemente, una de las luces traseras rota.

Los registros oficiales dicen que fue la mujer quien abrió fuego contra los agentes, causando la muerte de Foerster y dejando a otro oficial herido de bala. Es una versión que niega Shakur. Pruebas forenses nunca encontraron en sus manos residuo alguno de pólvora. Tres neurólogos también testificaron que no podía haberle dado tiempo de agarrar el arma, pues tenía las manos en alto cuando recibió disparos de la policía que dañaron su clavícula y el nervio mediano de la mano derecha. “Me dejaron en el suelo para que muriera y, al no morir, me llevaron a un hospital local donde fui amenazada, golpeada y torturada”, contó Shakur en 1997, en una carta dirigida al Papa Juan Pablo II.

Assata Shakur, en 1973 durante su proceso en EE UU por el asesinato de un policía.

En 1977, durante un juicio que ella misma catalogó de “linchamiento legal”, conformado por un jurado exclusivamente blanco, Shakur fue encontrada culpable de asesinato en primer grado, robo a mano armada y otros delitos, y condenada a cadena perpetua. Dos años después, sin que aún las autoridades logren explicarse cómo se les fue de las manos, la mujer logró fugarse “con la ayuda de algunos camaradas”, según le confesó al pontífice. “Lo consideré un paso necesario, no solo porque era inocente de los cargos que se me imputaban, sino porque sabía que en el sistema legal racista de Estados Unidos no se me haría justicia”. Estados Unidos lo consideró “un acto de terrorismo nacional”.

En el momento del incidente que cambiaría por completo su vida, Shakur ya estaba en la mira de las autoridades por su labor como miembro del Ejército Negro de Liberación, considerado un “grupo terrorista radical de izquierdas”, que buscaba la “liberación y la autodeterminación” de los negros estadounidenses. En la convulsa década de los sesenta, la joven Shakur encabezó varias luchas por los derechos de los estudiantes, en contra de la guerra en Vietnam y con el movimiento de liberación de los negros. Luego se unió a las Panteras Negras, tildado entonces como “la mayor amenaza interna”. Mientras Estados Unidos la considera una “prófuga de la justicia”, ella ha dicho que es una “esclava fugitiva”. El sistema la tilda como “terrorista doméstica”, pero ella se considera una “expresa política”. Las autoridades estadounidenses llegaron a colocar por todos lados carteles de Se busca, con su rostro a modo de villana, pero se dice que la gente negra la tenía como una heroína, y en Brooklyn, donde creció, se leían carteles que rezaban “Assata Shakur es bienvenida aquí”.

En más de una ocasión, la propia Shakur dijo que su lucha era contra un sistema, contra el corazón racista de su país. Descendiente de africanos, vivió en su infancia en el sur racista y segregado. Cuando se mudó al norte de Estados Unidos, dice que vivió la misma opresión. “He defendido y sigo defendiendo cambios revolucionarios en la estructura y los principios que rigen Estados Unidos”, ha dicho la activista. “Defiendo el fin de la explotación capitalista, la abolición de las políticas racistas, la erradicación del sexismo y la eliminación de la represión política. Si eso es un delito, entonces soy totalmente culpable”.

Tras vivir unos años como fugitiva en su propio país de la justicia estadounidense, apareció en Cuba en 1984 como asilada política de Fidel Castro. Llegó y hablaba poco español. No ha dudado en decir que, aunque Cuba “ha sido un lugar curativo”, su exilio no fue fácil. “Fue un duro proceso de adaptación. Pero lo superé”. En la isla estudió Ciencias Sociales y crio a su hija Kakuya.

Cuando en el año 2000, durante una entrevista con Pastores por la Paz, le preguntaron por qué eligió Cuba entre tantos países para solicitar asilo, la ex Pantera Negra ofreció varias razones, entre ellas que era un país con “una larga historia de apoyo a las víctimas de la represión política”. Shakur estaba impresionada, como no poca gente entonces, con Castro, uniformado, de verde olivo, hablando de educación gratuita, salud para todos y de cómo construir el socialismo.

Ella no era la única estadounidense refugiada en la isla. Aunque no hay una cifra oficial, se especula que La Habana les abrió las puertas y ofreció protección a unas 70 personas. Algunos vieron el gesto como una provocación de Castro a Washington. Entre los refugiados que por años han permanecido en la isla está Charles Hill, el militante del partido República de Nueva Afrika que secuestró un avión en Chicago y aterrizó en el aeropuerto de Rancho Boyeros, tras huir de la justicia estadounidense por el asesinato de un policía en Nuevo México. Otros de los refugiados más notorios son Cheri Dalton, alias Nehanda Abiodun, fallecida en 2019 en La Habana, una exmiembro de República de Nueva Afrika, culpada de la muerte de dos policías y un guardia de seguridad; o William Morales, miembro de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN) y acusado de varios atentados terroristas en Estados Unidos.

Como ahora, el Gobierno estadounidense recuerda casi cada año que Cuba tiene en sus manos a ciertos prófugos que debe extraditar, con particular énfasis en el caso de Shakur. En 2014, cuando Barack Obama y Raúl Castro emprendieron el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambos países, se pensó que la activista afroamericana podía ser una de las piezas intercambiables, como otros espías y agentes que canjearon. Pero no fue así. Para La Habana, es una perseguida política. En 2017, cuando Donald Trump le habló al exilio cubano en Miami, reclamó el regreso de la “asesina de policías Joanne Chesimard”. Al regresar a la Casa Blanca este año, devolvió a Cuba a la lista de Estados que patrocinan el terrorismo, de la que Joe Biden la había retirado días antes.

Mientras Washington, la policía estatal de Nueva Jersey y algunos políticos piden su extradición, Assata Shakur —que no concede entrevistas— aprovechó su carta al Papa para lanzar una pregunta: “¿Por qué merezco tanta atención? ¿Qué represento como para ser una amenaza tan grande?”, le escribió. “Permítanme enfatizar que la justicia para mí no es lo que me importa aquí; es la justicia para mi pueblo lo que está en juego. Cuando mi pueblo reciba justicia, estoy seguro de que yo también la recibiré”.

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Sobre la firma

Carla Gloria Colomé
Periodista cubana en Nueva York. En EL PAÍS cubre Cuba y comunidades hispanas en EE UU. Fundadora de la revista 'El Estornudo' y ganadora del Premio Mario Vargas Llosa de Periodismo Joven. Estudió en la Universidad de La Habana, con maestrías en Comunicación en la UNAM y en Periodismo Bilingüe en la Craig Newmark Graduate School of Journalism.
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