El arte chileno que revela la infraestructura oculta de la inteligencia artificial
Arquitectos y artistas del país hacen visible la energía y territorios que demanda esta tecnología. En sus obras, presentadas en la Bienal de Venecia, critican la opacidad de información alrededor de los centros de datos

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Hasta semanas atrás, el Pabellón Chileno, en el Arsenale de la Bienal de Venecia (Italia), detenía a numerosos visitantes frente a una mesa de acero de dieciséis metros de largo, similar a una de trabajo, pero convertida en pieza artística. Sobre ella, pequeños dispositivos similares a una pecera proyectaban en su superficie la ilusión de un caudal en movimiento. En ese reflejo, un video de dieciséis minutos alternaba imágenes de humedales, testimonios de vecinos y planos técnicos de 25 data centers o centros de datos que se quieren desarrollar en Chile y que, en realidad, son edificios que albergan servidores que consumen grandes cantidades de energía para sostener la inteligencia artificial (IA).
La instalación, titulada Inteligencias reflexivas, tomaba como punto de partida otra “mesa”, a la que aludía con cierta ironía: una que convocó el Ministerio de Ciencia en 2024 para que empresas tecnológicas, autoridades, académicos y comunidades elaboraran el Plan Nacional de Data Centers (PDATA), con el que el país busca atraer este tipo de inversiones y consolidarse como un hub digital en América Latina. Google, Microsoft y Amazon han instalado o anunciado data centers en comunas industrializadas de la región metropolitana como Cerrillos, Huechuraba y Quilicura. En esa última zona, sin embargo, los humedales resisten pese a décadas de crecimiento urbano acelerado.
Los artífices tras la obra en Venecia, los arquitectos Serena Ambrosio, Linda Schilling y Nicolás Díaz, fueron invitados precisamente a participar del PDATA. Por eso buscaban representar algo que, según dicen, no ha existido ni ahí ni en otros espacios similares. “Nos referimos a mesas de trabajo que convoquen de manera realmente horizontal a todos los actores involucrados en el desarrollo de la IA y de los data centers”, dice Díaz, colombiano e integrante del núcleo FAIR, un grupo de investigadores que estudian las implicaciones sociales de la IA.
En la mesa del PDATA, añade Ambrosio —italiana avecindada en Chile, académica de la Universidad Diego Portales y coordinadora de FAIR—, “había voces que pesaban más y otras menos”. Organizaciones territoriales como Resistencia Socioambiental Quilicura, el Movimiento Socioambiental Comunitario por el Agua y el Territorio (MOSACAT) en Cerrillos, y vecinos de La Pincoya en Huechuraba, también han cuestionado la falta de información sobre los costos ambientales de los centros de datos.
Para Schilling, chilena y estudiante de doctorado en el Center for Research Architecture de Goldsmiths en Londres, “los elementos con los cuales se presentan los posibles impactos de estos proyectos son insuficientes y poco claros para las comunidades”.
En Venecia, el pabellón buscó llevar esa discusión al espacio físico. Además del montaje de la mesa, el equipo modeló en 3D cada data center a partir de la información obtenida de sus estudios de impacto ambiental y los distribuyó en el perímetro de la sala. Las maquetas, elevadas sobre vástagos metálicos e iluminadas con un punto LED verde que evocaba el parpadeo de un cable Ethernet (el que transmite los datos por medio de señales eléctricas), simulaban la actividad constante al interior de un data center. De cerca, mostraban edificios que “nadie sabe realmente cómo son”, indica Ambrosio. Por eso mismo, agrega, los dispusieron en la periferia de la sala: “No se sitúan en el centro de la conversación, sino que la bordean”. La luz verde, añade Díaz, también sugería la facilidad con la que estas instalaciones han obtenido aprobación en Chile.
Metáforas para visibilizar
La obra presentada en Venecia es parte de un proceso iniciado años atrás. En el país, otros proyectos artísticos y arquitectónicos también han buscado revelar cómo es la infraestructura que sostiene a la IA: cables, energía y territorios.
Ese impulso llevó a varios investigadores a un lugar clave: Quilicura, la comuna donde Google instaló en 2015 su primer data center en Latinoamérica, y donde Microsoft anunció años más tarde uno nuevo. Ahí comenzó el proyecto Humedales Enmarañados, encabezado también por Ambrosio, Díaz y la investigadora española Marina Otero. “Buscábamos entender desde un lente arquitectónico cómo funcionaban estos edificios y cómo se relacionaban con el territorio”, indica Ambrosio.

Durante un año, trabajaron con miembros de Resistencia Socioambiental Quilicura, recorrieron el humedal, accedieron a planos y reconstruyeron digitalmente la infraestructura. También organizaron un taller con estudiantes de arquitectura que, usando mapas y dibujos, imaginaron escenarios alternativos, como tuberías visibles que mostraran el consumo real de agua y sistemas para reutilizar el recurso evaporado en el enfriamiento de servidores.
“Eran ejercicios especulativos que trataban de plantear un argumento sobre esta opacidad de la información”, dice Ambrosio. “Especialmente, sobre su consumo energético que es inaccesible”.
La investigadora recuerda que antes los edificios donde se almacenaba conocimiento —como las bibliotecas—, eran públicos, centrales y accesibles, a diferencia de los data centers. “Esta infraestructura existe y la necesitamos, pero podemos pensar en otra manera de instalarla en los territorios, una que retribuya a las comunidades”, dice. Y añade: “Aquí se almacenan cosas que nos interesan a todos”.
Schilling reconoce un patrón: “La industria inmobiliaria es muy buena para utilizar un lenguaje arquitectónico para comunicar lo que está vendiendo. En un departamento piloto puedes ir y ver esta escenografía de cómo puede ser tu vida si lo adquieres. Pero las industrias extractivas, pudiendo usar este tipo de recurso, no lo utilizan, porque creo que podría ofrecer mucha visibilidad a los impactos que están generando”.
Para Díaz, “entender estas infraestructuras solo desde la evidencia es muy complejo”. Por eso, dice, el arte y la arquitectura permiten acercarse a estos sistemas mediante metáforas que hacen el tema más accesible.
Interrogar a la IA
Mientras el mundo debate si la IA reemplazará profesiones creativas, estos proyectos demuestran que el arte y la arquitectura todavía poseen un rol clave: hacer preguntas que la tecnología no fórmula sobre sí misma. Es lo que sostiene el artista chileno Jaime San Martín: “Pueden mirar las cosas justo desde el otro lado”.
San Martín, además de elaborar el video junto al artista Rafael Guendelman en la Bienal de Venecia, conforma Estudio San Martín, junto con el artista Felipe Rivas San Martín. Ambos han explorado la relación entre la tecnología, la cultura y el arte mediante instalaciones, videos y performances. En su exposición 5G, realizada en la Galería Oma, en el mercado urbano MUT en Santiago, montaron una escultura que asemejaba una antena a escala real junto a una animación digital que simulaba una bandada de aves “para evocar un paisaje urbano”. En el mismo lugar, exhibieron grabados sobre la historia de las telecomunicaciones para mostrar “el soporte material y político de las tecnologías asociadas al 5G”, explica San Martín. En realidad, agrega, esa “promesa de eficiencia, rapidez y de ubicuidad, descansa en cables, servidores y energía”.

Les interesaba esa dimensión de lo digital que se asume como inmaterial, “pero que tiene mucha agencia en el ecosistema. Su materialidad es densa y gravitante para las personas, las comunidades y el ecosistema”, dice. “La nube oculta al servidor, el servidor oculta a la empresa y la empresa oculta al dueño. Entonces, es como una estructura de comportamiento”.
Otra de las obras de Estudio San Martín, El Predicador Artificial, se presentó en la Plaza de Armas de Santiago. La instalación recreaba a un predicador generado con IA: una figura impresa a tamaño humano, acompañada de parlantes que reproducían su sermón. El montaje incluía un pequeño “templo tecnológico”, con sillas para el público y la Sagrada Biblia Artificial, un libro cuyos textos e imágenes fueron creados con ChatGPT. Hoy San Martín acaba de lanzar un Manifiesto Artístico que reflexiona sobre cuáles son las posibilidades de pensar un arte de máquinas.
“Le tenemos miedo a las máquinas, pero no entendemos que siempre hay alguien atrás ocupándolas o desarrollándolas. Uno piensa la materialidad de la IA como cosas. Pero son agentes. Son personas”, dice el artista.
Además, Díaz añade que estas prácticas ayudan a bajar la tensión frente al reemplazo laboral asociado a la IA: “El arte puede ser una herramienta muy fuerte que nos ayuda a posicionarnos como actores y no como espectadores”.
La muestra Inteligencias Reflexivas será reconstruido en Chile durante 2026. Y esta vez, dice Ambrosio, pretende que comunidades, autoridades y público general puedan reunirse alrededor de esta mesa. “La instalación, si bien tiene una posición crítica, también busca generar un espacio de construcción de país”, cuenta Díaz. “La idea es que se generen conversaciones y reflexiones con todos los participantes presentes sobre cómo queremos que esta infraestructura se desarrolle en Chile”.
*Este reporteo contó con el apoyo de la red de Rendición de Cuentas de la IA del Centro Pulitzer.
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