Financiemos la resiliencia hoy para no pagar desastres mañana
Unos 17 millones de latinoamericanos y caribeños podrían convertirse en migrantes climáticos para 2050

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Cada dólar que se invierte en resiliencia evita pagar cuatro en recuperación de daños en países de bajos a medianos ingresos. Pero seguimos gastando más en reparar que en prevenir. Los desastres ya no son excepciones: se suceden, se encadenan, afectan los mismos lugares una y otra vez. Huracanes, incendios, inundaciones, sequías, terremotos… y siempre, detrás de las cifras, comunidades enteras que deben volver a empezar.
América Latina y el Caribe es la segunda región más propensa a desastres, solo superada por Asia y el Pacífico. Desde el año 2000, se han registrado más de 1.500 eventos extremos que han afectado a 190 millones de personas, casi un tercio de la población. La región pierde cada año 58.000 millones de dólares solo en infraestructura y, aun así, menos del 2% de los presupuestos nacionales se destina a la prevención y gestión de riesgos.
Si nada cambia, 17 millones de latinoamericanos y caribeños podrían convertirse en migrantes climáticos para 2050. El mensaje es claro: si no financiamos la resiliencia ahora, pagaremos costos mucho más elevados después.
De todos los países de la región, los Pequeños Estados Insulares en Desarrollo son los más vulnerables a los efectos de los fenómenos naturales. ¿Las causas? Su pequeña dimensión geográfica, que hace que un solo evento cubra la mayor parte del territorio; su dependencia económica de sectores sensibles al clima, como el turismo y la agricultura; la alta exposición, mayor vulnerabilidad y baja resiliencia de su infraestructura, población y ecosistemas alterados, que a menudo vive en zonas costeras bajas.
El cambio climático, la presión urbana y la falta de preparación ante desastres transforman cada vez más los peligros naturales y antrópicos en eventos desastrosos que causan pérdidas humanas y económicas. El riesgo de desastres está aumentando.
En Cuba, por ejemplo, en noviembre de 2024, dos sismos sacudieron el sureste de la isla. Semanas antes, los huracanes Óscar y Rafael habían afectado a ambos extremos del territorio nacional. Cuatro eventos en menos de un mes.
Ante esa realidad, la Unesco lanzó la iniciativa Reconstruir la Esperanza, que ofreció, sobre todo, acompañamiento socioemocional a comunidades educativas. Docentes, músicos y artistas llegaron a una veintena de escuelas en ocho municipios e interactuaron con 5.600 estudiantes y casi mil maestros. Durante dos semanas, se demostró que el aprendizaje socioemocional —esa capacidad de reconocer y gestionar las emociones, cuidar a los demás, construir relaciones positivas y tomar decisiones responsables— puede sostener la continuidad educativa, el bienestar de estudiantes y docentes, y el compromiso familiar y comunitario con el aprendizaje.
Los desastres, cada vez más frecuentes y de mayor escala, tienen un impacto profundo en las personas y los sistemas educativos. En estos contextos, la educación se convierte en refugio. Ofrece un sentido de normalidad y estabilidad, y dota a las comunidades con herramientas para prepararse y recuperarse.
“No solo reconstruimos aulas. Reconstruimos ánimos”, decía una maestra en una de las comunidades afectadas. Esa es, quizá, la esencia de la resiliencia: una pedagogía del cuidado que enseña a sostenerse y a sostener a otros cuando todo parece desvanecerse.
En este contexto, la Unesco también acompañó a comunidades, artistas y autoridades locales en una reflexión colectiva: ¿Cómo proteger lo que somos? ¿Cómo incluir la cultura y el patrimonio en la preparación ante emergencias? ¿Por qué no construir un tejar en lugar de remplazar los techos con soluciones temporales cada año?
Con el apoyo del Fondo de Emergencia para el Patrimonio de la Unesco, se logró capacitar y sensibilizar sobre la articulación de la cultura de forma más efectiva en todas las etapas del ciclo de gestión de riesgo de desastres (prevención, preparación, respuesta y recuperación).
No se trata solo de proteger edificios, sino de cuidar la memoria, las tradiciones y la identidad cultural. Entrenar a las comunidades para actuar como “primeros auxilios” del patrimonio, digitalizar archivos y enseñar a los jóvenes a valorar su historia son acciones que generan resiliencia.
Preservar la cultura fortalece la cohesión social y ayuda a las comunidades a enfrentar la adversidad con mejores herramientas. La cultura, en este sentido, no solo resiste: enseña a resistir.
Los medios de comunicación también forman parte de esa red invisible que sostiene a las sociedades frente a los desastres. En los Pequeños Estados Insulares en Desarrollo, como Cuba y la República Dominicana, la radio y la televisión siguen siendo la primera fuente de información en las emergencias.
La Unesco ha acompañado a más de medio centenar de emisoras, telecentros y periódicos para mejorar su comunicación de riesgos y respuesta ante crisis. Periodistas, meteorólogos, miembros de la Defensa Civil y de las comunidades se sentaron juntos a pensar cómo narrar el riesgo sin provocar miedo, cómo verificar la información y cómo llegar incluso a las comunidades más remotas para dar voz a la ciudadanía. Los medios son aliados estratégicos en la reducción de riesgo de desastres, capaces de transformar información en acción y preparación.
Además, en el terreno, la Unesco trabaja en Cuba en la restauración de manglares como solución basada en la naturaleza, mejorando la resiliencia de estos ecosistemas tropicales y las comunidades que dependen de ellos. Los manglares se desarrollan en las zonas costeras y protegen las comunidades de las inundaciones, además de proveer muchos recursos pesqueros y fuentes de empleo.
Cada historia —una maestra que enseña a respirar durante una tormenta, una comunidad que protege su patrimonio, un periodista que mantiene la calma al informar— demuestra que la prevención también se construye con empatía, educación y confianza.
Financiar la resiliencia no implica solo levantar estructuras físicas más sólidas, sino fortalecer las capacidades de las personas que sostienen a sus comunidades. La Unesco promueve un enfoque integral de reducción de riesgos: preparación, alerta temprana, educación, soluciones basadas en la naturaleza, cultura, comunicación y gobernanza social. La respuesta más poderosa a un desastre debe empezar mucho antes de que suene la alarma: en un aula, una emisora, una comunidad.
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