Invertir un dólar para ahorrar dos: la alianza que lleva 25 años conservando agua en Quito
El fondo para proteger este recurso en la capital de Ecuador fue pionero en el mundo. El 70% de los recursos se capitalizan y el 30% se destina a ecosistemas clave


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A unos 11 kilómetros de la ciudad de Quito, Ecuador, está la comunidad de San Francisco de Cruz Loma. Allí habita Diego Cajamarca, una de las más de 120.000 personas que por una u otra vía se asegura diariamente que a los que viven en la capital no les falte el agua. Desde 2017, junto a otras 30 familias, cambió su estilo de vida y su economía para proteger los ecosistemas en los que viven, como páramos y bosques andinos. Y así permiten también el suministro hídrico a la capital que se encuentra abajo, a unos 50 minutos en carro.
“Desde que tenemos un convenio con el Fondo Ambiental para la Protección del Agua (Fonag), hemos entendido cómo disminuir nuestro impacto sobre el medio ambiente”, dice refiriéndose a este modelo colectivo para gobernar el agua sosteniblemente, que ya ha cumplido 25 años. Los cambios han sido varios y progresivos. De dedicarse a la agricultura y la ganadería fueron migrando al ecoturismo. Empezaron a hacer cabalgatas (paseos a caballo), se capacitaron en temas gastronómicos y reciben a los visitantes quiteños con un tour que les explica que ese verde, esos árboles y esas cascadas que bajan desde el Rucu Pichincha son las que les permiten bañarse, hidratarse y vivir sanos.
Aunque San Francisco de Cruz Loma se unió al fondo en 2017, el proyecto nació en el 2000. “En ese entonces se unieron grandes usuarios de agua que comparten geográficamente las mismas fuentes para hacer sinergias”, recuerda Bert de Bièvre, secretario técnico del Fonag. La Empresa Eléctrica Quito, Tesalia de Pepsico, la Cervecería Nacional, el Consorcio de Capacitación en el Manejo de los Recursos Naturales Renovables (Camaren) y The Nature Conservancy (TNC) se comprometieron a hacer aportes económicos y periódicos al fondo. Además, la Empresa Pública Metropolitana de Agua Potable y Saneamiento de la Municipalidad de Quito (Epmaps), empezó a alimentar esta bolsa con el 2% de la tarifa que paga cada habitante de Quito.

De lo recolectado, alrededor del 70% se capitaliza, mientras un 30% puede fluir directamente para sostener intervenciones como las que se hacen en la comunidad de Cajamarca. “Hay un tercer rubro”, aclara de Bièvre. “También apalancamos recursos de otras fuentes diferentes a los seis constituyentes [las seis empresas fundadoras] que se implementan enseguida”. Así, mientras para 2003 el rendimiento anual Fonag era de unos 50.000 dólares, en 2024 alcanzó los 2,5 millones de dólares.
A lo largo de los años, el dinero se ha destinado a un portafolio de actividades que tienen el mismo fin: conservar los ecosistemas que garantizan el agua. Se han instalado 143 estaciones meteorológicas, han firmado 97 acuerdos de conservación, restaurado 17.800 hectáreas y, el mismo fondo, maneja 21.000 hectáreas como reservas hídricas. Juntando unas y otras, han intervenido un total 70.000 hectáreas. “Pero vamos por la mitad, porque la meta, lo que se necesita, es que sean 140.000”, aclara de Bièvre.
A otros temas como viveros comunitarios y educación ambiental, se suma que, con los recursos del fondo, se hace un trabajo para que, quienes cuidan el agua, también la reciban. “No es coherente convencer a alguien de que tiene que eliminar cierta actividad, porque afecta el agua que en la ciudad necesitan, si esas mismas personas no tienen un acceso hídrico seguro”.

En San Francisco de Cruz Loma, cuenta Cajamarca, construyeron un tanque de agua, así como tuberías para que el agua llegue a las viviendas en buenas condiciones tras un proceso de potabilización. También crearon una junta de agua que tiene entre sus planes poner medidores en las casas para “que no haya muchos gastos”, y alargar la infraestructura para que este recurso llegue a quienes aún lo captan con mangueras de los canales. Ahora que animales silvestres como el oso andino volvieron a asomarse por el área, la junta busca, además, solucionar el problema de los perros ferales. “Como estamos cerca de la ciudad, hay personas que vienen y los abandonan”, convirtiéndose en una manada peligrosa para ellos y para la fauna local.
El rompecabezas de acciones, asegura el secretario técnico, ya ha permitido mejorar la calidad de los caudales. “Hay dos lugares de captación del agua que el acueducto había descartado porque estaba en malas condiciones, y que se lograron recuperar”, dice. A largo plazo, uno de los mayores logros será aumentar los caudales mínimos de caños y ríos cuando hay largos periodos de lluvia. “Es algo que toma decenas de años porque está relacionado con la recuperación de los suelos y su capacidad de retención”.
Pero si hay algo que demuestra lo tentador que es proteger el agua, es el retorno de inversión. En un análisis que hicieron en 2021 y que solo tuvo en cuenta el gasto puesto por Epmaps en actividades de conservación en la cuenca de El Cinto –que abastece un 10% del agua que utiliza la ciudad– encontraron que, por cada dólar invertido, se recuperan 2,15 dólares. Otra forma de verlo, por ejemplo, es que, si actualmente se destina plata en restaurar y manejar de forma sostenible los ecosistemas, a futuro no se tendrán que construir grandes infraestructuras para garantizar lo que es el eje de casi cualquier negocio: el agua potable.
El modelo del Fonag, el primero a nivel mundial, se ha replicado 32 veces en América Latina y el Caribe, señala en un informe TNC. Y es que algo sobre esta idea está pegando: en la región, para 2023, este tipo de inversiones en el agua alcanzó los 389 millones de dólares, 2,6 veces más de lo que había para 2016.
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