‘Hace la Fuerza’: cuando la mentoría se convierte en posibilidad
El acompañamiento no se trata solo de compartir consejos; va de romper silencios y hacer visibles los caminos que pensábamos inexistentes

Un 27 de abril de 2020, después de pasar siete horas tomando un curso en línea sobre Berta Cáceres —una luchadora social que admiro profundamente y cuya historia me enseñó tanto—, lloré de rabia e impotencia. Afuera, el mundo se desmoronaba bajo el peso de la pandemia; adentro, algo en mí se rompía y se reconfiguraba. Esa tarde entendí que no podía seguir postergando lo que realmente me movía: el deseo profundo de transformar la realidad que tantas veces nos es negada.
Desde la preparatoria, las ciencias sociales eran mi lugar, y aunque decidí estudiar Derecho, en mis primeros años me refugié en áreas “seguras”, como la propiedad intelectual. Me interesaban, sí, pero no me incendiaban. Me estaba autoengañando.
Mi vocación no estaba sólo en los tribunales, sino en las causas. Para mí, el Derecho no podía entenderse sin lentes sociales. Yo no quería aprender leyes, sino sistemas. Quería hablar de dignidad, de lucha, de aquellas herramientas que permiten construir justicia social.
Mi pasión por los derechos humanos no nació del amor, sino del coraje. Nació del dolor propio y ajeno, de la empatía radical que genera mirar de frente las desigualdades estructurales.
Sin embargo, crecí en un entorno donde el Derecho era un camino desconocido. Soy la primera mujer en mi familia en ir a la universidad. No tenía contactos, referentes, ni un rumbo claro a seguir. En mi facultad, las rutas parecían predefinidas: Derecho civil, penal, familiar, laboral o administrativo. Las causas sociales eran apenas una nota al pie.
En ese contexto, imaginar otro destino era subversivo.
Pero poco a poco entendí algo poderoso: no tenía que caminar sola, aunque a veces pensaba que lo estaba. Las redes de apoyo lo cambiaron todo para mí. Y aunque durante años fui construyendo algunas de manera informal, con mis amigas,maestras o proyectos sociales, fue Hace la Fuerza en dónde encontré un espacio estructurado donde por fin pude hacer un mapeo claro de mi historia, de mis heridas, de mis sueños. Este es un Programa de Mentorías que conecta a mujeres de la región que busca reducir la brecha de género profesional en América Latina.
Cuando entré al programa, ya había caminado un tramo, pero ahí pude detenerme, mirar hacia atrás y hacia adelante, y trazar con más nitidez mis siguientes pasos. Tuve no una, sino dos mentoras: Martina, en un acompañamiento individual, y Victoria, en el espacio grupal. Ambas me sostuvieron, me espejearon y me impulsaron. Conecté también con otras mentoreadas que venían de contextos similares: mujeres brillantes, sensibles, que también se estaban abriendo camino a contracorriente. Verlas me inspiró profundamente. Me sigue inspirando.
Marti, con quien conecté desde el primer minuto, me ayudó a ponerle palabras a mis miedos, a celebrar mis logros, a darle forma a mis deseos. Uno de ellos era irme de intercambio. Gracias a su guía, y a la red de personas que fui encontrando, ese sueño tomó forma. Meses después, logré estudiar en Suiza con una beca. Pero su impacto no se limitó a eso. Ella, y otras muchas personas, me ayudaron a creer que lo que yo soñaba no era “demasiado” ni ingenuo. Era legítimo.
También entendí que diseñar un camino profesional no es la única forma de luchar por lo que se cree; pero que definitivamente soy capaz de lograr lo que deseo. Que puedo aprender lo que aún no sé, y acceder a lo que antes me parecía lejano e inaccesible.
Han pasado tres años desde esa experiencia, y mi vida profesional ha cambiado radicalmente. Hoy me dedico a temas que me apasionan, temas que sé también pueden ir cambiando, pero las herramientas que tengo me permiten ver eso con claridad. Aprendo, busco, me capacito. Hace unos meses, por ejemplo, redescubrí mi interés por la tecnología, un campo que antes me parecía inaccesible, como si no fuera “un mundo para mí”. Sin embargo, hoy me he capacitado, he desarrollado nuevas habilidades y me he retado a mí misma. Esa confianza, de atreverme a explorar lo desconocido, es una de las cosas más valiosas que he construido gracias a espacios como Hace la Fuerza. Hoy me siento capaz de construir mi camino, incluso cuando no hay uno trazado.
Por eso sigo comprometida con que más mujeres como yo, primeras generaciones, sin referentes cercanos, puedan acceder a redes de apoyo, a espacios donde sus historias importen y sus trayectorias sean acompañadas.
El año pasado me uní como voluntaria al equipo de Hace la Fuerza, porque entendí que la mentoría puede ser una herramienta poderosa. No se trata solo de compartir consejos. Se trata de romper silencios, de construir comunidad, de hacer visibles los caminos que pensábamos inexistentes.
Porque sí, tener referentes transforma.
Tener acompañamiento dignifica.
Y cuando las redes se tejen con cuidado, compromiso y escucha… hacen la fuerza.
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