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FEMINICIDIOS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Qué nos dicen las y los hijos de las mujeres asesinadas por femicidas a 10 años de Ni Una Menos

A una década del inicio del movimiento, las voces de las víctimas son necesarias para identificar los avances y desafíos para prevenir situaciones de violencia de género

Mujeres integrantes del frente Nacional Ni una Menos en Ciudad de México, en 2020.

Juan acaba de inaugurar un taller de carpintería. Mara es cineasta. Sacha estudia medicina. Están unidos en esta crónica porque sus mamás fueron asesinadas por un femicida, y sus voces, a 10 años del inicio del movimiento Ni Una Menos, son potentes y necesarias para identificar los avances y los desafíos con relación a las políticas para prevenir y asistir situaciones de violencia de género.

Estos generosos testimonios muestran una realidad negada por el Gobierno argentino que desconoce la violencia de género y los femicidios, y que cerró programas estatales de asistencia a víctimas. Los pocos que aún existen se sostienen con un presupuesto que en el último año se redujo un 86%. El desmantelamiento de estas políticas públicas fue alertada en un informe de Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

Así las cosas en el país donde, el 3 de junio de 2015, surgió el movimiento Ni Una Menos que trascendió fronteras. A una década de su inicio, ¿qué crees que cambió y que falta cambiar?, fue la pregunta para Juan, Mara y Sacha.

—Juan: “Mis abuelos siempre dijeron que es un proceso lento que va a tardar muchos años y, bueno, con eso concuerdo. Hay que seguir informando. Apoyar los movimientos como el que creó mi abuela. Sería bueno que se involucraran artistas. Yo creo, espero, que en el futuro tengamos menos violencia de género”.

—Mara: “El movimiento de mujeres y de la diversidad sexual es nuestra fuerza, nuestra potencia. Probamos que lo podíamos transformar todo, aun en los peores contextos. Estoy orgullosa de ser argentina, he viajado con la película [que ha hecho] y nos tienen como referencia en otros países. Y uno de los grandes avances de estos 10 años ha sido instalar la agenda de los feminismos en la agenda de los medios. En Argentina, tenemos leyes buenísimas, lo que falla es su implementación. Es un contexto actual muy difícil en el país para las víctimas, con la crisis económica que acentúa la desigualdad, la crisis de salud mental, y la falta de apoyo para las mujeres en situación de violencia”.

—Sacha: “Las mujeres hacen todo lo que pueden para que se visibilice la violencia, luchan un montón, se movilizan, pero yo siento que depende también de los hombres, y del Estado. Es un momento difícil, individualista, que hace difícil que se piense en la otra persona. Siento que la situación en Argentina es complicada en ese sentido”.

Juan, el hijo de Wanda

Juan Manuel Elechosa Taddei tiene 21 años. Habla con entusiasmo de su reciente emprendimiento de carpintería que comparte con un amigo.

“Desde chiquito quería ser carpintero y, bueno me falta mucho por aprender, pero me estoy dedicando a esto”, me cuenta en una charla donde es notable la influencia de sus abuelos maternos Jorge Taddei —reconocido en la industria del equipamiento en madera— y Beatriz Regal, que hace meses presentó en sociedad la ONG “JóvenesHijxs” con el objetivo de “acompañar a las juventudes a transformar el dolor a través del arte y la comunicación”.

Jorge y Beatriz han recorrido la Argentina haciendo prevención de la violencia de género. Ese camino lo iniciaron luego del femicidio de su hija Wanda Taddei, que falleció el 21 de febrero de 2010 luego de permanecer 11 días internada tras ser quemada por su pareja Eduardo Vázquez, exbaterista de la banda Callejeros, que cumple una pena de prisión perpetua.

Juan Manuel tenía 5 años y estaba junto a su hermano en el momento que Vázquez —que no es su padre— cometió el crimen.

“Yo era muy chiquito y fue un suceso muy traumatizante. Hoy, me estoy tomando el tiempo para entender que no tuve una infancia normal. Estoy con ganas de que me vaya bien, y estoy trabajando con una psicóloga en conocerme”, dice Juan.

Mara, la hija de María Elena

Mara Ávila tiene 45 años, es profesora de inglés —su mamá también lo era—; licenciada en Comunicación, cineasta y documentalista. Hizo dos películas: Femicidio. Un caso, múltiples luchas (2019) y Mover (lo que no se ve) (2024), y ahora trabaja en otra película que se llamará Ver lo que no se ve, completando así una trilogía sobre su historia.

“Las personas que transitamos estos traumas los cargamos en nuestros cuerpos de por vida”. Esa afirmación de Mara llega con congoja porque el día que intercambiamos audios coincide con la fecha del juicio donde se condenó al asesino de su mamá, María Elena Gómez.

Este año se cumplen 20 del femicidio de María Elena. Fue el 19 de julio de 2005, cuando ella fue asesinada por su pareja Ernesto Narcisi. Mara fue querellante y testigo en el juicio: “Es una de mis escenas favoritas de la película Femicidio…”, comparte.

La causa se caratuló como “homicidio simple”, el juicio fue en 2007. A Narcisi lo condenaron a 9 años de prisión, y salió en libertad en 2013.

No existía en esa época —ni cuando asesinaron a Wanda Taddei— la figura del femicidio en la legislación argentina. De hecho, la palabra no figura en el Código Penal, pero sí se incorporó la agravante por “matar a una mujer cuando el hecho sea perpetrado por un hombre y mediare violencia de género”. Y la condena es a perpetua. Esa modificación fue en 2012. Un avance que, como muchos otros impulsados por el movimiento de mujeres y diversidades en Argentina, tuvo la máxima visibilidad en 2015, con Ni Una Menos.

Sacha, el hijo de María Isabel

Sacha Speratti —usa el apellido de su mamá, aunque en su DNI figura el de su progenitor, algo que piensa modificar— tiene 20 años, estudia medicina en la Universidad Nacional de La Plata y trabaja allí también.

Lo conocí en 2023, pocos meses después de que su mamá fuera asesinada por su padre en la puerta de la casa familiar. Fui a esa casa a entrevistarlo y en ese momento escribí en mi crónica: “Sacha sonríe, mira a los ojos en cada respuesta y en esa mirada no hay odio. Núñez no lo logró”.

Gabriel Núñez mató María Isabel Speratti Aquino, delante de sus hijos. Está en prisión, en espera del juicio. Es un caso paradigmático donde la mujer hizo todo lo que se pide a una víctima: denunció violencia de género e intento de femicidio, iba cada semana al juzgado para ver si la causa avanzaba, se incorporó a un grupo de autoayuda para mujeres en situación de violencia… Nada bastó para frenar este crimen anunciado.

“Qué bueno que estés estudiando medicina, me habías contado que era tu sueño”, le digo a Sacha.

Y él responde: “¡Sí! Me encanta, me apasiona”.

Tiene un hermano menor, Teo; a la tía Rocío, que se fue a vivir con ellos, y a la tía Romina, una red que él valora: “Hay mucha gente que me apoya, que me ayuda, con la que puedo contar. Yo no estaba muy interiorizado sobre la lucha de las mujeres y después de todo lo que me pasó es como que siempre trato de participar, por ejemplo, dando esta nota para que se sepa todo lo que pasa en realidad”.

Sacha va a las marchas donde se pide justicia por las víctimas de los violentos, y habla con sus compañeros de piso de la universidad: “Los chicos algunas veces me han visto llorar, intento siempre hablarlo para que ellos también sepan. Son empáticos, pero no creo que entienden el verdadero significado de que hayan matado a tu mamá o que tengas un familiar que haya sido víctima de femicidio. Lo entienden, pero no saben en verdad lo que es”.

Hay un esfuerzo económico familiar para sostenerse y para que Sacha estudie. Él comenzó a cobrar lo que estipula la ley 27452 que creó un régimen de reparación económica para niñas, niños y adolescentes huérfanos a causa de un femicidio. Esa ley es de 2018, uno de los logros de Ni Una Menos, impulsado por la sociedad civil y el periodismo.

Según información oficial suministrada por el Ministerio de Capital Humano para Americanas, a abril de 2025 había 1375 personas que reciben este apoyo estatal, que consiste en un monto mensual por reparación de $285.820.63 pesos argentinos, es decir, un haber jubilatorio mínimo. Unos 250 dólares.

“Voy a cobrar un año más, hasta que cumpla 21. Siento que no repara nada, por más que me den plata, lo que pasó no se soluciona así, pero bueno, es una ayuda”, reflexiona Sacha.

Juan, Mara y Sacha son testimonios que se multiplican en Argentina, en Latinoamérica, en otros países. Demuestran que hemos recorrido un sinuoso camino para concientizar sobre las violencias hacia las mujeres. Ahora, el camino es cuesta arriba, pero la realidad impulsa, sobre todo cuando las y los hijos de las asesinadas por femicidas nos acompañan.

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