La ciudad menguante
Detroit es un aviso: la crisis destruye comunidades enteras

El futuro que nos espera guarda parecido con el presente de Detroit. La ciudad de Michigan, identificada como la capital mundial del automóvil, ha presentado suspensión de pagos con una deuda de 18.500 millones de dólares. Quiebra que, por cierto, causará graves problemas financieros a grupos bancarios europeos como UBS o Dexia. Produce escalofríos comprobar cómo se van cumpliendo las profecías distópicas y quedan relegadas al olvido de la ingenuidad las visiones optimistas del futuro que es nuestro presente. Del mismo modo que ¡Qué bello es vivir! (It’s a wonderful life) de Frank Capra pronosticó con precisión la crisis de las subprime, el hundimiento de Detroit está puntillosamente descrito y regodeado en Robocop, de Paul Verhoeven. La ciudad, corroída por la deuda, azotada por el crimen organizado y desvertebrada por la desigualdad, se declara en quiebra. La gestión municipal cae en manos privadas, una ominosa corporación de servicios militares y de seguridad denominada OCP (Omni Consumer Products), los villanos de la función. De esta lección profética solo falta saber quién cargará en la vida real con la deuda de Detroit.
Podría ser un sueño extático de Esperanza Aguirre y Javier Fernández-Lasquetty o la pesadilla de un ciudadano responsable, que paga sus impuestos pero descubre aterrado que unas fuerzas incontroladas han arruinado su ciudad. Esas fuerzas no tienen nada de misterioso. Se llaman paro estructural (la robotización y la deslocalización han destruido los puestos de trabajo que proporcionaban impuestos a la ciudad), segregación racial y social, con los ricos huyendo hacia los suburbios y una criminalidad creciente. Tal cual nos lo contaban en Robocop. Con la diferencia de que lo que en el filme era telón de fondo, en la pavorosa realidad está en el primer plano del escaparate.
Detroit es una ciudad menguante —de dos millones de habitantes en la década de los cincuenta a unos 700.000 hoy— y con su cultura hecha escombros (¡aquellos años de la Motown!). Pero, sobre todo, es un aviso urbi et orbi: la gestión de las crisis globales no solo destruye puestos de trabajo, también arruina comunidades enteras y las convierte en ciudades fantasma.
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