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Guadalupe Maravilla: “Los inmigrantes están tratando de sobrevivir, el trauma llega mucho después”

El artista salvadoreño ofrece talleres, rituales y baños de sonidos para ayudar a aliviar los problemas de las personas que lo necesiten

El artista salvadoreño, Guadalupe Maravilla, en un jardín comunitario en Philadelphia, en mayo.

Por la vida de Guadalupe Maravilla han pasado varios males. Ninguno sin causa ni consecuencia. Pero mejor decir que eso no importa y que Maravilla, salvadoreño de 49 años, —artista, inmigrante, sobreviviente de cáncer, sanador y otras cosas— se define a partir de lo que ha hecho de sí mismo. Su obra y su vida es una narración que transcurre entre una guerra, un exilio y un cáncer que tenían que haberle pasado para ser hoy el artista que sana.

La obra de Maravilla está en las colecciones permanentes del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), el Whitney Museum y el ICA Miami; ha expuesto intermitentemente en todo el mundo. Su gran obra, sin embargo, no está expuesta. Se ejecuta y ocurre desde 2019 en rituales, talleres y baños de sonido. Empezó en El Clemente, un centro cultural en Nueva York con una convocatoria para inmigrantes indocumentados. Enseñó a meditar. Invitó a expertos ­­­para que ofrecieran maneras de sanar el cuerpo, el espíritu y la mente. Mucho más tarde continuó haciéndolo en una iglesia luterana en Brooklyn.

Al principio de su historia, Guadalupe no era Guadalupe y tampoco era inmigrante. Se llamaba Irvin Morazán y tenía cuatro años durante la Guerra Civil de El Salvador. También cuatro cuando su padre cruzó la frontera y luego seis cuando su madre lo siguió. Se quedó solo. Dos años más tarde, él cruzaría la frontera por Tijuana en manos de coyotes. Y así empezó la vida del que sería, también, otro inmigrante.

En Estados Unidos, Guadalupe vivió los vericuetos de una persona sin documentos. A sus 20 años, se dijo a sí mismo que algo en él no estaba bien y empezó a meditar. Estudió artes, pero el arte no lo puso a salvo del todo. A los 35 años sufrió un cáncer de colon.

Ha dicho que el cáncer fue una bendición. A través de la enfermedad aprendió a mirar en su espíritu. El día en que se curó, cambió su nombre: Guadalupe, en honor a la virgen, cuyo día se celebra en el de su cumpleaños; y Maravilla, porque fue el apellido que tomó su padre luego de rehabilitarse del alcoholismo.

Guadalupe Maravilla

Pregunta. Dice que el cáncer es una consecuencia de su experiencia migratoria.

Respuesta. Descubrí, durante ceremonias, que mi cáncer me llegó por estar metido en una guerra. En muchas culturas indígenas tratan de sanar primero el espíritu antes que el cuerpo. Y yo vi que tenía ese trauma. La comunidad indocumentada está pasando por lo mismo que yo pasé 30 años atrás. Están llegando ahorita aquí a Nueva York y están tratando de sobrevivir. El trauma llega mucho después.

P. El trauma se cocina con el tiempo.

R. Exacto, no están pensando en eso. Cuando empecé estos workshops en el Clemente empezaron a meditar y a hacer todo este trabajo. Ponían atención, escribían notas. Querían sanar. Fue muy lindo. Pero después empezó la pandemia.

P. ¿Cómo hicieron entonces?

R. Toda la comunidad indocumentada perdió su trabajo. Entonces yo agarré un stimulus check que mandó el Gobierno a todos los que son residentes y lo dividí, se lo di a cuatro familias y lo puse en Instagram: “Estoy haciendo esto, por si alguien puede ayudar”. Pensé que me iba a llegar un poquito de dinero extra para repartir, pero en seis meses llegaron un total de 80.000 dólares. Me llamaba gente que ni conocía. Y dije, wow, qué raro esta posición en la que estoy como artista, ¿verdad?

P. ¿Cómo llegó a la iglesia de Juan Carlos Ruiz?

R. Una señora me dijo que había un pastor en Brooklyn que le estaba dando a comer a 600 personas al día y necesitaba ayuda porque nadie quería salir de casa. Y me metí ahí.

P. ¿Y cómo empezó a hacer esos rituales sonoros en la iglesia?

R. Me sentía cómodo con él. Había leído un artículo durante la pandemia sobre Ruiz, se llamaba The Renegade Priest. Y él cuenta ahí que fue indocumentado. Era un pastor de Centroamérica, de esos revolucionarios que siempre ayudaban al pueblo. Después de estar ahí un mes repartiendo comida, él me preguntó qué hacía yo. Le conté lo que estaba haciendo en el Clemente y me dijo: “Pon esa caja en el piso y ponte a sanar a toda la gente que está aquí”. Traje mis gongs, mis instrumentos, y empecé a hacer las ceremonias. En ese tiempo, el ICE estaba soltando migrantes detenidos porque estaba colapsado. Los migrantes empezaron a llegar a la iglesia y a ir a las ceremonias, todos los sábados durante cuatro años.

P. ¿Cómo ha hecho con la llegada de Donald Trump?

R. Paré las ceremonias. El día antes de la posesión de Trump les dije que sería la última por un tiempo. No puedo imaginar una ceremonia, 60 personas indocumentadas y que llegue el ICE.

P. En el futuro cercano no parece que vaya a cambiar, ¿ha pensado un plan B?

R. Para mí la estrategia es: voy a parar y a pensar y no voy a poner a nadie en peligro. Si no tengo ese plan, no voy a hacer nada. No quiero ninguna posibilidad de que algo les pase.

P. ¿Cómo generaba esa conexión para que los participantes se queden y sientan que el sonido puede ayudarles?

R. Siempre que les digo de dónde vengo, lo que he pasado, se abren más. Ahí es cuando se conectan conmigo.

P. Su historia es la conexión.

R. Sí, inmediatamente. Una vez di clases de arte en un centro de detención. Había niños de 12 a 18 años. La gente que trabajaba ahí me advertía de que quizás no me harían caso porque a ellos no se lo hacían. En dos minutos me estaban abrazando, hablándome. Después hicimos un performance. La gente no entendía cómo me los gané. Pero es que yo tengo la misma historia que ellos.

P. ¿Dónde más ha hecho rituales?

R. He hecho ceremonias en todo el mundo. En Corea, Brasil, Australia, Francia, todos lados. Y la gente ha sentido lo mismo. Porque somos 60% -70% agua. Y cuando la vibración llega al cuerpo, el agua se mueve y se siente. Yo me fijé, cuando estaba enfermo, que todos los curanderos o los chamanes siempre usaban sonido. Tambores, el canto de alguien, cualquier instrumento. Siempre había un sonido con el ritual. Y ese estado es universal de todo el mundo.

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