DACA me dio esperanza, pero 13 años después sigo esperando estabilidad
En el decimotercer aniversario de DACA, cientos de miles de migrantes temen el fin del programa que les concedió la residencia

Nunca imaginé que podría manejar un auto, mucho menos tener un trabajo, pero todo cambió cuando cumplí 15 años y apliqué a DACA.
Cuando el presidente Barack Obama lo presentó en 2012, la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por sus siglas en inglés) se convirtió en un salvavidas para innumerables jóvenes como yo, niños que fueron traídos a Estados Unidos y crecieron aquí, sin conocer otro país. DACA no solo me dio un estatus legal; me dio esperanza y las herramientas para comenzar a construir un futuro.
Este domingo se cumple el 13º aniversario de la política de DACA. Para mí, como beneficiaria, este hito es tanto profundamente personal como agridulce. Por un lado, es un recordatorio del inmenso valor que tiene permitir que las personas trabajen legalmente y vivan sin el temor constante a la deportación. Por otro lado, subraya la incertidumbre persistente que enfrentamos, viviendo nuestras vidas en bloques de dos años, esperando una solución permanente que sigue sin llegar.
Llegué a Estados Unidos en 1999 cuando tenía un año. Mi familia se estableció en Carolina del Norte y, más tarde, cuando tenía 10, nos mudamos a Texas, donde he vivido durante los últimos 15 años. Crecer en un pueblo predominantemente blanco de los Apalaches y después en un vecindario de mayoría hispana en el este rural de Texas moldeó mi identidad de maneras complejas. A menudo me sentía atrapada entre dos mundos, sin pertenecer completamente a ninguno. El estatus de indocumentado de mis padres era una presencia silenciosa pero constante en nuestras vidas y, aunque de niña no entendía del todo sus implicaciones, siempre supe que éramos distintos.
DACA me permitió salir a la luz y respirar aliviada por primera vez, pero no borró por completo los desafíos de ser indocumentada. Sufrí acoso mientras crecía, y aunque logré construir una vida, el miedo a perderlo todo nunca se ha ido. Sin embargo, mi camino no ha estado definido únicamente por el miedo o las dificultades. Durante mi primer año en la Universidad del Norte de Texas, descubrí una comunidad solidaria que me aceptó tal como soy. Fue ahí donde encontré el valor para compartir mi historia y comencé a abogar por la juventud indocumentada, convirtiendo mis luchas en una fuente de fortaleza y propósito.
DACA me ha permitido alcanzar metas que antes pensaba inalcanzables. Me gradué de la universidad en 2020, trabajo con organizaciones que defienden los derechos de los inmigrantes y, el año pasado, compré mi primera casa. Pero al reflexionar sobre estos logros, soy consciente de que solo han sido posibles gracias a DACA. El 84% de los beneficiarios están empleados, muchos en roles esenciales como la educación, la salud y la producción de alimentos. El fin de DACA sería devastador para la fuerza laboral y la economía del país, ya que cientos de miles de personas trabajadoras dejarían de poder contribuir como lo han hecho durante los últimos 13 años.
Aun así, los ataques legales contra DACA continúan avanzando en los tribunales, poniendo en peligro el futuro de la política. Por ahora, puedo renovar mis protecciones contra la deportación y mi autorización de trabajo, pero la incertidumbre es agotadora. Vivir en un estado constante de limbo no es forma de construir una vida. Necesitamos una solución permanente, y la necesitamos ya. Los dreamers no necesitamos que nos tengan lástima. Necesitamos lo que América promete: libertad, oportunidad y un lugar al cual pertenecer.
A los legisladores y al público, les digo esto: DACA ha demostrado su valor una y otra vez. Ha permitido que más de 835.000 jóvenes como yo contribuyamos a nuestras comunidades y a la economía.
Terminarlo no solo devastaría a familias, sino que también le costaría al país miles de millones en contribuciones económicas perdidas. El pueblo estadounidense apoya abrumadoramente una vía hacia la ciudadanía para los dreamers. Es hora de que el Congreso actúe.
Si se aprobara, una solución permanente sería transformadora. Podría vivir sin el temor constante de perder mi estatus. Podría construir un futuro para mi familia. Podría abrazar por completo el sueño americano por el que tanto he trabajado.
A mis compañeros dreamers: No pierdan la esperanza. Conmemoremos el 13º aniversario de DACA luchando por las protecciones permanentes que merecemos. Nuestro hogar está aquí; somos estadounidenses en todo sentido, excepto en el papel, y ya es hora de que el Congreso brinde una solución legislativa.
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