ONG, en riesgo de extinción mundial
¿Cómo se pueden transformar las organizaciones no gubernamentales? Es necesario mirar al pasado para recordar de qué forma trabajaban cuando no dependían de la financiación internacional

Justo porque las ONG han sido una pieza fundamental en la defensa de los derechos humanos, denunciando injusticias y los peores crímenes de Gobiernos autoritarios, hoy existen una serie de Gobiernos, de derecha e izquierda, que quieren acabar con ellas. Un primer ejemplo son las leyes anti-ONG, que iniciaron en Rusia en 2012 y han sido copiadas por India, Egipto, Hungría, llegando en nuestra región hasta El Salvador, Venezuela, Nicaragua, Paraguay y Perú. Con algunas variaciones, todas se justifican en la protección nacional de la injerencia extranjera y en la transparencia. Tienen el propósito de limitar los recursos de las ONG, así como su libertad de asociación y expresión, e imponer requisitos burocráticos y sanciones para ahogarlas o hacerlas ilegales.
A estas leyes se suman las narrativas generadas por estos mismos Gobiernos contra las ONG, que las acusan de corruptas y de traidoras a la patria (con razones infundadas), narrativas que han calado en las sociedades quitándole legitimidad a su labor. Y también el recorte de recursos de países como Estados Unidos, Países Bajos, Francia, Alemania y Suecia, etc, que solían financiar temas de desarrollo.
Hace unos días, en el marco de nuestro Programa de Fortalecimiento Enlaza de Dejusticia, nos reunimos en Bogotá con organizaciones de la sociedad civil de países como Perú, Venezuela, Nicaragua, Rusia, Hungría y El Salvador, junto con otros actores como financiadores y organismos multilaterales, para reflexionar sobre cómo enfrentar esta crisis. Este encuentro nos dejó al menos tres debates.
Primero, si las ONG van a tender a desaparecer, ¿en qué nos podemos transformar? Es necesario mirar al pasado, a los 60, 70 y 80, para recordar de qué forma trabajábamos cuando no dependíamos de la financiación internacional. Algunos dicen que debemos convertirnos en empresas sociales, otros hablan del voluntariado y de diversificación de recursos, y otros de volver a nuestras raíces en el trabajo comunitario. La pregunta queda abierta.
Segundo, tenemos que seguir trabajando en los espacios de incidencia internacional de derechos humanos (como la ONU y el Sistema Interamericano), donde cada uno de los estándares y derechos alcanzados ha sido una ganancia de la sociedad civil. Pero también es urgente ampliar la mirada a nuevos países, instituciones y espacios de incidencia. ¿Qué otros actores y espacios pueden entrar en la ecuación?
Tercero, es necesario aprender de otros. En aquellos lugares donde estas estrategias contra la sociedad civil están avanzando rápidamente, es clave adelantarse en el tiempo y ver qué pasó en otros países como Rusia, Hungría y Nicaragua, por ejemplo. Los colegas de estos países no necesariamente nos hablan desde el futuro, sino más bien desde la prudencia, desde la posibilidad de prever lo que podría pasar. Sus consejos sobre distintos temas, como en qué otros países se pueden registrar las organizaciones, en qué se pueden convertir, el uso de tecnologías y traslado de fondos pueden ser claves en estos momentos.
Quedan muchas preguntas por responder y quizá algunas certezas. El movimiento social y las ONG han jugado y juegan un papel fundamental en la defensa de derechos básicos como el voto y a no ser discriminados por razones de sexo, género y raza. También han sido pieza clave en denunciar los abusos de los Gobiernos autoritarios y dictatoriales. Por eso es que esos mismos gobiernos quieren acabarlas, haciendo que su trabajo sea imposible o volviéndolas ilegales. Hoy más que nunca debemos defender a quienes defienden derechos.
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