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Día de la Mujer
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El feminismo: ¿pasó de moda?

¿Qué ocurre cuando un movimiento político que busca revertir estructuras sociales entra en la vorágine del ‘mainstream’? El caso de la última oleada del feminismo lo ilustra con elocuencia

Una mujer usa una chaqueta que dice 'Necesitamos feminismo' durante la Semana de la Moda de París, en 2021.
Ana Teresa Toro

Y de pronto ser feminista dejó de ser una etiqueta transgresora para convertirse en una expresión aceptable, manejable en los registros de la cultura popular. De pronto ser feminista se volvió cool, pop, muy pop. Se puso de moda. Ya no cargaba de forma tan pesada con el estigma del título “problemático” al que pocas figuras públicas querían adherirse. Era de gente progresista, moderna, divertida incluso llamarse feminista. Lo contrario se pintaba como un miedo rancio a la libertad o a la idea de libertad que poco a poco se fue adhiriendo al concepto.

Recuerdo a unas cuantas primeras damas responder a la pregunta de si se identificaban como feministas de forma siempre esquiva, con el clásico “creo en los derechos de las mujeres, en la equidad, pero no me considero feminista”. Nunca llegaban tan lejos. O peor aún, sentenciaban el ya trillado “es que no me gustan los extremos”, insinuando que el feminismo era el antónimo del machismo, algo que nunca ha sido así, ni en práctica, ni en definición. Lo importante era mantenerse en la zona gris, ni tan libre ni tan tradicional. Siempre a dos aguas y bebiéndose ninguna, pero —claro está— disfrutando de los derechos que el feminismo ha ganado.

Entrada ya la segunda década de este siglo, figuras del mainstream mayormente estadounidense —que tanto influye a nivel mundial— como Beyonce, Taylor Swift, Emma Watson, Meghan Markle, Reese Witherspoon, Monica Lewinsky, Amy Schumer y Ariana Grande, entre muchísimas más, se declaraban feministas por primera vez sin miedo a que afectase su carrera. Y en el mundo del espectáculo, sobre todo, eso puede significar la diferencia entre la relevancia o la irrelevancia más absoluta. Algunas lo hicieron con honestidad y ¿para qué negarlo?, sintiéndose seguras de dar el paso acompañadas. La idea de ser un nosotras siempre es más poderosa. Otras, como suele suceder, se montaron en la ola, en la tendencia del momento en la que gritarle al mundo que creían en la defensa de los derechos de las mujeres no tendría mayores consecuencias como las habían vivido otras en el pasado. De pronto estaba permitido considerarse feminista, era aceptable en la narrativa popular.

Retos en el campo de la publicidad al canon de belleza del momento como aquella famosa campaña de la marca Dove —que tantas otras líneas reproducirían de distintas maneras— forzaron que empresa que quisiera tener éxito en el nuevo orden jerárquico de lo aceptable debía mostrar diversidad de cuerpos y vincularse a un mensaje de “empoderamiento” de la mujer. (No acabo de hacer las paces con esa palabra, me rechina el oído, me incomoda, me recuerda que por esa vía el poder siempre te lo entregará otro. Quizás también porque el arquetipo de la mujer empoderada es aquella que todo lo puede, que todo lo hace y lo hace bien, que tiene todo a la vez y el precio a pagar por ello es una vida que no me apetece, pero esa es otra columna. Baste con subrayar que en cuanto a la palabra empoderada paso de ella. Con que me llamen mujer es suficiente).

El mundo de la moda se montó en la ola. Desfiles con mujeres cargando pancartas feministas, modelos top llegando a las principales galas de la moda cargándose en el pecho frases contra el patriarcado, marcas negándose a vestir a figuras de la extrema derecha. Todo eso lo vimos y fue tendencia.

En el mundo que habla español a nivel masivo también sucedió, aunque quizás, con mayor resistencia cultural, con menos aliados y aliadas y con su grado de ambigüedad y disimulo. La declaración mantuvo en nuestro idioma y culturas un grado de su naturaleza contracultural. Lo vimos en la lucha argentina a favor del aborto, lo vimos en México en las voces que denuncian los imparables feminicidios, lo vimos en la región entera en voz de las mujeres que —hartas de un solo destino posible— insistían en ocupar espacios en la política y en todas las manifestaciones de poder. Y también vimos como muchas —como en Brasil— fueron arrastradas por los pelos hacia atrás despojadas de lo que por democracia habían obtenido o, en el peor de los casos, de la propia vida.

Y pasó el #metoo y las cadenas de fast fashion se llenaron de camisetas con mensajes como “El futuro es femenino”, “Feminista” o frases como la que da título a la famosa ponencia hecha libro de la escritora nigeriana Chimananda Ngozi Adichie “Todos deberíamos ser feministas”. Y las imágenes de mujeres con el brazo doblado mostrando sus músculos y alardeando de su fuerza se reprodujeron hasta el infinito. Y la historia de la jueza del Tribunal Supremo de los Estados Unidos Ruth Bader Gingsburg alcanzó el máximo nivel de notoriedad pop con pequeñas figuras de acción, pegatinas y un nuevo mote: Notorious RBG. Podíamos ser feministas y amar el reguetón, podíamos habitar la contradicción que nos diera la gana porque podíamos ser. O eso pensamos.

En no pocos países hubo ejemplos similares, en América Latina un poco más tímidos en el uso del término a nivel mainstream, pero alto, claro y a viva voz en el movimiento feminista organizado que cada día ganaba más adeptas.

Y entonces pasó lo que suele pasar cuando las ideas, conceptos y movimientos caen en la centrífuga de la cultura de masas. Poco a poco se fue vaciando de significado, quedó la Barbie feminista y poco más. ¿Qué cómo pasa eso? Como suele pasar siempre, el dinero se movió. El péndulo de la historia se mueve a la derecha y es tiempo de vender delantales y ponernos a parir que hay baja natalidad en todas partes. A guardar el traje sastre blanco símbolo de aquellas sufragistas, a desocupar el espacio público para alimentar el interior. A eso llama el dinero ahora, a eso llaman las nuevas modas que se abren paso y se quieren imponer.

Lo que sucede es que podrán desarticular la corteza, la capa más fina y débil del movimiento, pero olvidan que se trata de la vida de más de la mitad de la población mundial; que lo que se aprende —y mucho más en los años formativos como lo han vivido tantas jóvenes y niñas— te construye como individuo, te define como futura ciudadana. Por mí que pase de moda al fin, hay mucho que hacer al margen de sus tendencias, hay mucho que hacer en la república independiente del cuerpo y del hogar, donde las mujeres siempre hemos sabido existir mucho antes que cualquier concepto. Ahora sabemos cómo se llama. No lo vamos a olvidar.

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