‘El misterio de Cemetery Road’, un trepidante policíaco británico que reinventa a Raymond Chandler
Los productores de ‘Slow Horses’ vuelven a construir un ingenioso y brillante policial en el que reina Emma Thompson como la mejor detective privada en décadas


El escritor Mick Herron ha vuelto a hacerlo. En realidad, aquí fue cuando lo hizo por primera vez, solo que el atractivo de la saga Slow Horses —llamada, en su versión literaria, Slough House— permitió que supiéramos antes del tipo que cruza los pies sobre la mesa en calcetines —viejos, sucios, rotos— Jackson Lamb (papel que el camaelónico Gary Oldman borda), que de la incombustible Zoë Boehm. Pero Boehm (una brillante, soberbia, Emma Thompson en pantalla) fue su primera creación, una detective privada tan abrasivamente ingeniosa como Philip Marlowe, el clásico e inalcanzable sabueso hollywoodiense de Raymond Chandler. Y puede que la historia parezca minúscula en comparación con las tribulaciones de la llamada Casa de la Ciénaga, esa horrenda y fatalmente iluminada oficina administrativa en la que viejos espías que, en su momento, tuvieron un desliz han acabado desterrados, calificados de caballos lentos. Pero nada que construya Herron puede considerarse pequeño. ¿Por qué no? Porque lo que importa son los personajes.
El misterio de Cemetery Road fue el título de la primera novela de Herron, y también lo es de la segunda serie basada en su obra que produce Apple. El lugar donde la historia transcurre es Oxford, la ciudad universitaria en la que estudió el propio Herron (Newcastle, 62 años) y en la que Sarah Trafford, de soltera Tucker (interpretada por la actriz Ruth Wilson de The Affair), una conservadora de arte con un matrimonio aburrido que no tiene nada de perfecto, pasó algún mal rato en el pasado. Problemas con el alcohol, problemas con subir a alturas considerables y con saltar al vacío. Su realidad es poco real —o está por completo anestesiada— hasta el día en que se cruza con una niña, Dinah (Ivy Quoi), y cree verse a sí misma en el pasado. Cuando esa niña desaparece, después de una supuesta explosión de gas en su vecindario, Sarah se obsesiona hasta el punto de acabar en el despacho de detectives de la genial Zoë y su marido, Joe Silverman (maravilloso Adam Godley), un par de discutidores natos, divertidísimos y brutísimos el uno con el otro.

En realidad, la bruta es sobre todo Zoë. Y podría decirse que el mayor logro de Morwenna Banks —guionista, productora y responsable de la adaptación— es haber dado con la mejor Zoë Boehm posible. Porque Emma Thompson, con su look a lo Marie Fredriksson (de Roxette), su chupa de cuero, su femenina masculinidad, devora cada minuto de la trama, siendo a la vez el personaje narrador y el más atractivo del fascinante catálogo que Herron despliega en las novelas, y que Banks adapta sin perder un ápice de su frescura y su carácter. Porque es ella, junto a Ruth Wilson, la restauradora de arte a la fuga, quien interviene para contar la historia, y eso en un hard-boiled (subgénero policíaco con un policía rudo y curtido al frente) implica tratar de resolver el caso.
Hasta el último secundario —atentos a Sam, el recepcionista del motel por el que pasa Sarah en su huida— podría tener su propia serie. Y he aquí por qué El misterio de Cemetery Road es un excelente policial, un imposible british hard-boiled: porque no importa lo que pasa, sino cómo pasa.

La curiosa obsesión de Herron por lo falible, relacionado con el mundo del espionaje y, directamente, con el Ministerio de Defensa británico —los personajes ahí dentro, sus partidos de squash, sus ridículas amenazas, su cobardía suprema, también son de órdago—, convierte cualquiera de sus noirs en un género propio. Uno en el que todo lo que puede salir mal, sale peor, y lo hace de la más descacharrante y peligrosa de las formas posibles. Presten especial atención a Silverman, el iluso, encantador y muy loser marido de Boehm, que todo lo que ha querido en su vida ha sido ser un personaje de Raymond Chandler, según ella. Y no solo lo ha conseguido, sino que le ha dado una pequeña lección al propio Raymond Chandler. No era necesario todo ese glamour, parece decirle, la oficina polvorienta y las facturas vencidas —por centenares, abarrotando el buzón a diario—, y sobre todo, el no rendirse ante un sueño, también crea buenos —buenísimos— personajes.
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