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LA ISLA DE LAS TENTACIONES
Crónica
Texto informativo con interpretación

‘La isla de las tentaciones’: la versión emocional de la Casa de la Guasa

En la casa de las chicas, Sandra le pregunta a uno de los chicos qué es lo que más le gusta de su novia; “que está muy buena”, dice sin sonrojo. Hasta sus compañeros se ríen del gañán cincelado por los dioses

Jimina Sabadú

Dice mucho que en esta edición haya hasta tres entregas semanales de La isla de las tentaciones. Hay que agarrar al público en lo que llega Gran Hermano “la edición más espectacular hasta la fecha”. Telecinco, sin encontrar la ruta hacia esa programación blanca y familiar, sigue varada en el Triángulo de las Bermudas del sensacionalismo (Gran Hermano, De Viernes, y el programa que nos ocupa).

El primer programa es el más flojo siempre. Hay que presentar a todas estas personas clónicas que dentro de una semana habrán desplazado en nuestra mente al centenar de participantes cuyas cuitas hemos seguido desde casa, entre pizzas y cervezas, en grupo o en soledad. La isla..., como First Dates, es un programa que crece cuando se ve en compañía. Es un programa de cotilleo, y el cotilleo que no se comparte no existe.

En las presentaciones de esta edición destaca una mayor presencia de las familias de los participantes, spoiler genético para una purrela que solo piensa en su cuerpo y en su rostro. Me había parecido durante un segundo que el padre de uno de ellos (Juanpi) era el editor Constantino Bértolo. Pero no, no era. Era un padre más de todos los que —no sabemos muy bien por qué— han transigido ante la solicitud de salir en la tele hablando de los valores que tienen sus hijos e hijas, esos que en unas horas estarán yaciendo con perfectos desconocidos ante los ojos de cientos de miles de españoles entre los que se incluyen primos, jefes, compañeros de colegio, vecinos, amigos del trabajo, y el persianista que vino a reparar la ventana del salón en marzo.

Pasado el momento familiar, ya en la isla, me pregunto lo mismo de todos los años: ¿de dónde sacan los concursantes el dinero para sus operaciones estéticas? A los pocos minutos de empezar veo pelo injertado, implantes mamarios, rinoplastias, cejas laminadas, lifting de pestañas, labios con ácido. Un dineral pagado a plazos, ¿para qué? Para irse a llorar a un resort tropical. Porque en este programa se llora mucho, todo el tiempo. Lloran cuando llegan, lloran cuando se van. Lloran en los desayunos, en la bajada de ánimo de la borrachera. Lloran en las hogueras, en las citas, en las playas, y en esas resacas monumentales que no vemos, pero que seguro que tienen. En este primer programa los he visto llorar mientras posaban como hay que posar (una pierna delante de la otra, cuerpo en tres cuartos, y mirada al frente). Uno sobaba a su novia mientras ella lloraba porque se iban a separar unas semanas. Otra lloraba al acordarse de lo mucho que se querían. Parejas que llevan, de media, dos años juntos y que tienen la costumbre de decir “mi pareja de dos años”, como si fuesen unos degenerados.

También me pregunto qué estilista amigo del crimen viste y peina a Sandra Barneda, hoy ataviada con una fantasía marina con red de pescar y todo.

Cuando se separan `por villas, llegan los y las pretendientas, y el tan celebrado momento de las presentaciones. Cosas del estilo “Estoy deseando ir contigo a la piscina/ a mostrarte mi picha submarina” o “Soy policía y nunca salgo de casa sin mi pistola/ pero si la tocas... cuidado, que se dispara sola”. Creaciones que queremos creer que son propias de los solteros, pero que en realidad son producto de la invención de esos afortunados redactores elegidos para la gloria. De entre los solteros destaco a Melchor, con sus hechuras y cara de ser el presidente del Club de Fans de Taburete. A primera vista diría que no tiene ningún futuro, pero precisamente por eso confío en su candidatura.

En la casa de las chicas, Sandra le pregunta a uno de los chicos qué es lo que más le gusta de su novia; “que está muy buena”, dice sin sonrojo. Hasta sus compañeros se ríen del gañán cincelado por los dioses o por las clínicas dermoestéticas. Los otros se fijan en la alarma (convertida en esta edición en una manzana luminosa). “La alarma mítica... como tenga un martillo la rompo”. Todos están preparados a visitar la versión emocional de la Casa de la Guasa.

Este grupo de gente que en uno o dos años ha sido capaz de ser infiel en varias ocasiones pero que se piden matrimonio, lloran (claro) y se imaginan juntos, criando churumbeles mientras sostienen durante el resto de sus vidas una felicidad que son incapaces de mantener durante más de un fin de semana. Gente que corre hacia el horizonte sin saber si quiere hacerlo o no. Gente que siente, que siente mucho, y que nunca es capaz de verbalizar (y, por tanto, analizar) su propia circunstancia. Gente que dentro de unas semanas será parte de nuestras vidas, aunque les olvidemos en unos meses.

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Sobre la firma

Jimina Sabadú
Columnista en la sección de Televisión. Ha colaborado en 'El Mundo', 'Letras Libres', 'El Confidencial', en programas radiofónicos y ha sido guionista de ficción y entretenimiento. Licenciada en Comunicación Audiovisual, ha ganado los premios Lengua de Trapo y Ateneo de Novela Joven de Sevilla. Su último libro es 'La conquista de Tinder'.
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