‘La ruta’ 2: la posibilidad de una isla
La segunda entrega de la serie de Atresplayer se enfrenta al reto de renovar la confianza con sus espectadores desde presupuestos muy diferentes a su antecesora. Y lo consigue


Algunas series tienen la virtud de interpelar a mucha gente en su conjunto. Otras, las menos, pretendan o no llegar a todo el mundo, atesoran como principal logro la intimidad con el espectador. Mientras las ves, sientes que te están hablando solo a ti. Y no necesariamente por identificación. Tiene más bien que ver con la desnudez progresiva de sus personajes. Se nos van revelando de a poco en todos sus matices, lo que provoca que la implicación del espectador con ellos sea mutua, por mucho que cada uno, desde el sofá, no les esté contando nada. La primera temporada de La ruta es un buen ejemplo de esto.
La segunda entrega, que repite artífices de la primera (Clara Botas, Roberto Martín Maiztegui al guion, y Borja Soler Gil a la dirección), se enfrenta al reto de renovar esa confianza con sus espectadores desde presupuestos muy diferentes a su antecesora. Y lo consigue. Al final de la primera dejamos a Marc Ribó (Àlex Monner) en un avión rumbo a Ibiza y ahora lo recogemos como DJ asentado en la isla. Y si la primera temporada utilizaba el recurso de estructura de invertir la línea temporal y contarse, pues, desde el final hasta el principio, en esta se alternan dos líneas temporales: la de Marc, en 1996, y la de sus padres, en 1972, en Ibiza, isla en la que ya sabemos que ambos perdieron la vida.
La de la Ibiza de los setenta también es una historia de final amargo vista desde hoy. De la posibilidad de una isla –que me perdone Houellebecq–por hacer para los padres de Marc en el 72 y del inicio de un entorno hostil para el propio Marc en el 96, a un lugar donde –que me perdone Carmen Martín Gaite– lo raro es vivir.
Ese aire de fatalismo invade también al resto de personajes de la serie. A él contribuye el hecho de que tanto Àlex Monner como Irene Escolar, una de las flamantes incorporaciones de esta temporada, se desdoblen, e interpreten, en cada respectiva línea temporal, a sus personajes y a sus hijos (o a sus personajes y a sus padres, como cada cual lo quiera leer). Me dejo para el final a la extraordinaria Marina Salas, que interpreta a Leo, la madre de Marc, el corazón de esta entrega. Nacer en tus padres y morir en tus hijos. Y por el camino, intentar salirse de la ruta.
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