Gala 4 de ‘Operación triunfo’: lágrimas, el romance que no es y una bajada del cielo al infierno
Desde la Academia intentan vendernos salseo, pero no cuela, todavía tenemos en la retina el ‘Escondidos’ de Chenoa y Bisbal


Cada semana, OT tiene su afán y, en la que precedió a la cuarta gala de Operación Triunfo, Noemí Galera ha afeado a los concursantes su falta de naturalidad y les ha recomendado que sean ellos mismos y se olviden de las cámaras. Para reafirmar su mensaje, podría haberles hablado de Diane Keaton, ya que esta es la primera gala d.de.D. (Después de Diane, así voy a medir el tiempo a partir de ahora).
Temo que muchos en la Academia no sepan quién es; no quiero pensar que no lo sabe ninguno, aunque teniendo en cuenta que alguno no sabe quién es alguien tan castizamente mediático como Juan y Medio, tampoco me sorprendería. En Keaton encontrarían un ejemplo de autenticidad; era alguien genuino, una persona que fue distinta a todas e incluso inventó un estilo; a ver a qué más puede aspirar una artista. Ella sí que podría haber dicho aquel: “Dios, así me hiciste, tan diferente”, que acuñó la inefable Aída Nizar.
Pero si se han perdido las clases de cultura musical, qué error, eran tan didácticas para ellos como para nosotros; no espero que les enseñen cultura popular, igual de importante. Galera también les ha afeado que no se suelten más, les ha pedido que no se corten a la hora de tocar a sus compañeros en los dúos y que se olviden de lo que puedan pensar sus parejas en casa. Que den salseo, vamos. Saben que la pasada edición basó parte de su inmenso éxito en la historia de amor entre Martín y Juanjo Bona y en el shippeo que los fans les hicieron a Chiara Oliver y Violeta y a Lucas y Naiara. Por ello, esta semana ha intentado revitalizar esos momentos con el dúo entre Oliva y Crespo. Disimulan tan poco que les han puesto a cantar Akureyri, una canción de cuando Aitana y Sebastián Yatra andaban ennoviados, pero por mucho que nos quieran vender su supuesta química, no cuela, que todavía tenemos en la retina el Escondidos de Chenoa —qué bien tenía el pelo esta semana— y Bisbal. Aquello sí que era la definición de química y no eso de “por contraposición a físico, concerniente a la composición de los cuerpos” que dice la RAE.
La gala empezó con todos ellos entonando Sin miedo de Rosana y todos nosotros preguntándonos qué ha sido de la canaria después de vender 15 millones de discos. Después llegó la actuación de los nominados: Laura luciéndose con I Surrender de Celine Dion y Carlos con Que te quería de La quinta estación y de todas las personas que han pisado un karaoke despechadas y achispadas. Chenoa hizo el resumen perfecto de ambas: a ella le alabó la voz y a él el outfit. Había poco más que decir y los votos fueron en consecuencia; Carlos, tal vez el concursante más original de la Academia, abandonó la idem y su despedida provocó la mayor riada de lágrimas de esta edición.
Las actuaciones, esta vez todo dúos, han dejado momentos brillantes y una en concreto que supuso una tortura que esta semana solo ha sido superada por las cinco horas que, en plena madrugada, los vecinos de Javalí Viejo tuvieron que sufrir el Cumpleaños feliz de Parchís por un problema de la megafonía de un colegio local, pero no diré cuál porque bastante tendrán los implicados al verse en el repaso de una gala que no ha podido ser más ecléctica.
A Lucía Casani y María Cruz les tocó rumba catalana, el Vete de Los Amaya; Claudia Arenas y Téyou, la favorita de la semana y probablemente de muchas más, se lucieron con Kiss Me More de Doja Cat & SZA, según ellas una canción de follar. Tinho, que por una vez no ha sido el más odiado por el departamento de vestuario, y Judit, emularon a Lady Gaga & Bruno Mars interpretando Die with a smile y dieron un ejemplo de lo que es empastar y de lo que en 2024 se llamaba “servir”; mientras Cristina y Max y su Does Your Mother Know nos hicieron querer volver a ver por enésima vez Mamma Mia!, y Guille Toledano y Guillo Rist se enfrentaban al NuevaYol de Bad Bunny. Como son ustedes personas ilustradas, les imagino al tanto de la polémica sobre la actuación del portorriqueño en la Superbowl, polémica que el conejo malo zanjó en español en el Saturday Night Live: “Si no entendieron lo que acabo de decir, tienen cuatro meses para aprender”. Lo musical es político.

No es la primera vez que uno de los artistas invitados merece la nominación, aunque tal vez nadie ha hecho más esfuerzos para ello que Valeria Castro y su interpretación mitad cursiva y mitad falta de oxígeno. Si alguien la ha visto por primera vez, que escuche la preciosa Hoxe, mañá e sempre que canta con Tanxugueiras, o cualquiera de su último disco El cuerpo después de todo, y seguro que se reconcilia con ella. De Dani Fernández no puedo recomendarles nada que le redima; siempre suena como el antes de un anuncio de pastillas para aclarar la garganta. Como los invitados son innominables, el jurado se decantó por María, Crespo, Judit y Lucía.
Lucía, favorita de la semana pasada gracias a una campaña organizada por los seguidores del programa, me ha hecho pensar en lo que yo llamo el síndrome de Carrie White. Tal vez lo llame más gente así, no lo sé; si no es así, déjeme acuñarlo. Consiste en que cuando me siento extremadamente feliz, una parte de mi cerebro se mantiene alerta esperando que se me caiga encima un cubo de sangre de cerdo. Ya saben, lo que le pasa al personaje de Stephen King en Carrie. Cuando cree que es la reina de la fiesta, descubre que todo era una broma pesadísima de sus compañeros porque el bullying no es una moda reciente. Una especie de síndrome del impostor de la felicidad. Algo así debió de sentir Lucía, favorita de la semana pasada y nominada esta. Este programa es una espiral de emociones.
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