El talento y la arrogancia de Oasis daban para un documental mejor. Por suerte lo hay
‘The Oasis Revolution’ repasa su carrera con prisas y sin cuidar los detalles. ‘Supersonic’, de 2016, retrata mejor a la banda icónica de los noventa en sus glorias y miserias


Dice una broma leída en las redes que, si hoy ocurre un gran acontecimiento inesperado, el documental estará disponible mañana en Amazon Prime Video. Corre como ninguna otra la plataforma de Jeff Bezos a realizar programas austeros y baratos que se enganchen a las tendencias de actualidad, en especial las musicales. Uno de los últimos ejemplos es The Oasis Revolution, estrenado antes de que la banda de los hermanos Gallagher se reuniera después de 15 años para abrir en Cardiff, el pasado 4 de julio, una gira mundial en la que vuelan las entradas a precios estratosféricos (los llaman dinámicos). Oasis lo tiene todo para un buen relato: dos hermanos con tanto talento como chulería, que triunfaron repentinamente y se deshicieron del mismo modo, amigos de los excesos y de las peleas, iconos del resurgir de la música británica en los noventa, aunque a ellos nunca les gustó la etiqueta britpop.
Aclaremos que The Oasis Revolution hace un repaso comprensible de toda su carrera en apenas 44 minutos, y eso tiene algún mérito. Pero con las prisas no han cuidado nada los detalles: ni siquiera les han puesto unos subtítulos decentes (es delirante lo que puede escribir un mal robot). Y, sin el apoyo de la banda, no pueden sonar sus canciones más que en breves fragmentos de videoclips. La sintonía inicial ya tiene un aire cutre, con guitarras que pretenden sonar como las que no son. Pasa demasiado rápido por los orígenes (de clase trabajadora y familia disfuncional) de Noel y Liam Gallagher, no se detiene mucho en sus compañeros y va saltando entre los hitos: el éxito arrollador de sus dos primeros álbumes (Definitely Maybe, récord de ventas para un debut, y (What’s the Story) Morning Glory?, repleto de himnos inmortales); conciertos masivos como los dos de Knebworth; las montañas de premios Brit Awards y su rivalidad con Blur; su protagonismo en la prensa sensacionalista, a la que siempre daban carnaza; una cierta decadencia en el nuevo siglo. Y las muchas broncas entre los impulsivos hermanos, hasta la noche de agosto de 2009 en la que debían tocar en París pero se desató la violencia en el camerino y Liam destrozó una guitarra de Noel.
Lo mejor de este telefilme llega al final: es la rueda de prensa en la que el hermano mayor da cuenta de la ruptura de la banda, tras esa noche de golpes en París, y explica lo harto que está de Liam, al que no volverá a hablar casi hasta esta lucrativa gira. Salva el metraje la inclusión de muchos cortes de entrevistas con uno y otro, que permiten adentrarse en sus personalidades: caprichosa la de Liam, el frontman, conflictivo desde niño; algo más serena y reservada la de Noel, el compositor, el que hacía de adulto en la habitación. Arrogantes en todo caso los dos: ya presumían de ser la mejor banda del mundo cuando todavía no eran nadie.
El documental sabe a poco, pero abre el apetito para buscar otro más sólido. Y el mejor es Oasis: Supersonic, dirigido por Mat Whitecross en 2016 y disponible en Filmin y en Movistar+. No abarca toda su carrera, sino que acaba en su esplendor: esas dos noches de 1996 en Knebworth, una explanada al norte de Londres donde se reunieron en total 250.000 espectadores. Podían haber llenado muchas fechas más, porque trataron de conseguir su entrada 2,5 millones de personas, un 4% de la población británica.
Y este filme sí aporta material valioso. Hay muchas grabaciones de momentos íntimos de los músicos desde que bien jóvenes hacían sus primeros ensayos. La narración (en sus propias voces y autorizada: Noel y Liam figuran como productores) no elude como centro de la trama esa relación tan crispada entre los hermanos, en un contexto de abuso de las drogas y el alcohol, pero la equilibra entre el amor y el odio. Vemos escenas relajadas en las que ambos se ríen juntos y hasta se besan. Conocemos a su madre, tan orgullosa de lo logrado por ellos como sufrida por sus choques en público. Sabemos que un padre maltratador y ausente quiso reaparecer en su vida al oler el dinero y lo mandaron a paseo. Conocemos mejor al resto de la banda, en sus idas y venidas, con un papel destacado para Paul Arthurs Bonehead, quien dio el primer impulso a la fundación del grupo. Bonehead encajaba bien con los Gallagher porque iba de malote como ellos, pero también sabía contenerlos: esta vez Noel lo señala como el que ha hecho posible la reunión. Eso sí, tanto intimismo hurta algo de contexto, tanto el político (la Cool Britannia promovida por el nuevo laborismo de Tony Blair) como el musical (no se menciona a Blur, su némesis, ni a Suede o Pulp).
Como este documental se ahorra la amargura de su declive y su ruptura, lo más estimulante es observar la forma de trabajar de la banda en su mejor momento. Noel escribía las canciones en soledad, y era muy fecundo: algunas le salían en cuestión de minutos. Bastaba con que se la tocara una sola vez a Liam para que este diera con el tono que requería la voz y la pose que requería el escenario. “Solo nosotros entendíamos esto”, cuentan. Esos destellos de creatividad filmados aquí resultan mágicos. Por irritantes que resulten los Gallagher y sus interminables trifulcas, tenían algo especial. ¿Lo siguen teniendo? Eso no se medirá en esta gira, para la que tienen material de sobra, sino quizás, solo quizás, si vuelven a meterse en el estudio.
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