Cuarta temporada de ‘Hacks’: más, pero no mejor, porque es imposible
La serie que protagonizan Jean Smart y Hannah Einbinder, la dupla invencible, da el salto en la trama al ‘late night’ con la misma exacta y brillante dosis de tensión emocional

No hay nada que la pareja perfecta que forman Hannah Einbinder (Ava Daniels) y Jean Smart (Deborah Vance) en Hacks (Max) no pueda soportar. Es decir, tan perfecta es la dupla, tan perfectas son cada una por separado, y sobre todo, juntas —no es solo la química entre las actrices, es algo más, la química que se da en la sala de guionistas cuando esos guionistas de los que tanto habla la serie las escriben a ellas, la que produce el milagro, y es un auténtico milagro—, que cualquier paso que se dé respetando aquello que han sido desde el principio —dos mujeres que se necesitan, que se buscan, que se admiran, que se han hecho crecer, por más que al menos una de ellas no quiera admitirlo, almas gemelas que saben que lo son, pero se niegan a admitirlo— es un paso en firme.
En esta esperadísima temporada, por fin, Deborah cumple su sueño y presenta un late night, convirtiéndose en la primera mujer que lo hace en Estados Unidos, sacándose definitivamente la espina de aquel primer acto inconcluso de los setenta, y no sin problemas, atentos a ese pánico que por un momento la empequeñece y da buena cuenta de lo lejos que siente haber llegado. En un momento dado, Deborah les dice a sus nuevos —y wokes— guionistas que, para escribir, deben tener claro que lo que importa en un late night no es el formato, sino la persona. Que cada noche, los espectadores deben dejarla entrar en sus casas e irse con ella a la cama. Que tienen que conocerla, entenderla. Que todo lo que haga, y diga, debe ser ella.
Y, de alguna forma, y es una forma emocionante —porque todo en Hacks está a flor de piel siempre, elevado por la necesidad que se da entre ellas, ese par de soledades incomprendidas, esa necesidad que solo vemos con una claridad dolorosa los espectadores— está definiendo lo que Ava y la propia Deborah han sido desde el principio. La razón por la que no importa lo que pase en cada temporada de Hacks porque lo que pasa son siempre ellas dos. Y otra cosa. Una cosa importante. El choque con el sistema. Una y otra vez. Aquí más evidente que nunca. Pero ellas han sido siempre un par de outsiders. Dos outsiders obligadas a encajar en un sistema que se les ha quedado pequeño. Que siempre fue, de hecho, pequeño. Porque ¿no estamos hablando de domesticar el talento?

Conocedores del sistema, y del talento, sus creadores, Lucia Aniello, Paul W. Downs y Jen Statsky, han tratado de hacer entender al mundo de la comedia de qué forma todo lo que no sea subirse a un escenario para, con total sinceridad, abrirse en canal, y evitar que duela, hacer que resulte divertido, muy divertido, a menudo ni siquiera sabe lo que tiene entre manos. Si en anteriores temporadas, la lucha era por salir de un entorno claramente tóxico, en el que el negocio estaba empañando el talento (de Deborah, y también el de Ava, desde el principio casi una dama caballero andante dispuesta a cualquier cosa con tal de que el mundo sea de una vez justo con su despiadada y pese a todo, literalmente, amable jefa), aquí lo es por adaptarse, formar parte, por una vez, de un equipo.
Sí, Deborah Vance sigue siendo una diva, pero ahora es la diva de alguien. Una cadena. Y la representa. Así que esa cadena la controla. Y a esa cadena no le gusta que no se lleve bien con Ava —que, no olvidemos, la chantajeó para conseguir el puesto de jefa de guionistas, pretendiendo ser por una vez tan cruel como Deborah—, ni que exija más de la cuenta —el pasado y el presente colisionan en el trato—, así que va a poner un árbitro, la estornudadora Stacey, entre ellas, una controller, que no apaciguará los ánimos —esta es la temporada en la que más compiten, están en guerra—, pero ¿acaso necesitan que se apacigüen? ¿No consiste eso que tienen, su magia poderosamente creativa, en ser los dos extremos de un mismo nudo? Sí, las chicas han vuelto, y están tan en forma como siempre.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
