Más de lo mismo
Los especialistas en series intentan convencerme de que abundan los ríos de leche y miel en este género. Mi miopía solo encuentra productos clónicos, mediocres y repetitivos


Ante el fatigoso acto de despertarse, practico los rituales higiénicos, ingiero un montón de pastillas de todos los colores, me meto un pico de insulina, sin ningún embriagador efecto opiáceo y salgo a la calle para encontrarme con algo deseable. No es la luz de la mañana ni esas surrealistas, aunque temibles multitudes enganchadas todo el rato a un aparato. Es comprar un periódico y abrirlo siempre por la misma página. O sea, observar la viñeta de El Roto, y siempre me dona una sensación impagable. Expresa con talento demoledor lo que yo pienso de las personas y las cosas. Esas viñetas me otorgan gasolina para el resto del día. En la de este viernes, dos currelas miran la pantalla de un televisor en la que alguien se está tirando el rollo y comentan: “Parecen informativos, pero es telemarketing”.

Y claro que intento ver heroicamente la avalancha de series que inunda las plataformas. En la mayoría de los casos, solo puedo con el primer capítulo. Y no me merece la pena ni comentarlos. En las páginas dedicadas a la información sobre ellas, los especialistas intentan convencerme de que abundan los ríos de leche y miel en este género. Mi miopía solo encuentra productos clónicos, mediocres, repetitivos, fabricados por computadoras tediosas. Hasta los genitales estoy de narcos de todas las nacionalidades, maderos con pretensión de complejos, pueblos con presunto misterio en los que alguien desaparece en el bosque, panfletos inclusivos, secuelas aburridas de hobbits y tronos.
Y lógicamente no puedo pasarme los días y las noches volviendo a ver las antiguas y admirables series de HBO. O revisando series relativamente recientes que me han regalado placer. Hablo de The Crown, After Life, Los Romanoffs, Gambito de dama, Chernobil, Antidisturbios, Patria, y algunas más. Ante la falta de alternativas apago el bicho y profeso la estética y la magia de contemplar durante horas el techo y la pared.
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