Los virus no creen en Dios
A quienes creen que la enfermedad es un castigo por los pecados, pocas veces se les ha presentado tan clara la conexión entre placer y muerte como en ‘It’s a Sin’

Entre las muchas virtudes de Russell T. Davies destaca que entiende como pocos la ficción en la tele. Lo suyo es amor vocacional por el medio, no es un director de cine frustrado, sino alguien que abraza sin complejos todas las posibilidades y contradicciones de la tele. Por eso sus obras se mueven en un registro ambiguo y genial que casi nadie logra: tienen la ambición de una película de autor y la profundidad de un culebrón de sobremesa. Puede resucitar un icono pop como Doctor Who y firmar obras complejas e historicistas que tutean a las grandes producciones de la BBC, como A Very English Scandal.
Sus mejores series hablan de la homosexualidad en el Reino Unido (la muy subida de tono Queer as Folk fue su consagración), y acaba de firmar la más lograda, It’s a Sin (HBO) sobre los años del sida. Dura y ñoña a la vez. A ratos áspera como Michael Haneke, a ratos pueril como una taza de Mr. Wonderful. Son cinco episodios sobre el despertar a la vida de una pandilla de muchachos gais en el Londres de los 80.
Solo los dedos de Russell T. Davies podían maniobrar esta trama sin encallarla. Con su maestría en el teclado del ordenador, la lleva al puerto de una conclusión anticipada en el título: el sida fue el argumento perfecto para quienes creen que la enfermedad es un castigo por los pecados. Pocas veces se les ha presentado tan clara la conexión entre placer y muerte. Aquello era la segunda destrucción de Sodoma. “Qué bien lo pasamos”, dice el prota, en un bello “que nos quiten lo bailao”.
Ahí siguen muchos, sermoneando, convencidos de que la virtud los salvará de la peste. Como si los virus creyeran en Dios.
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