Un techo contra el sinhogarismo entre las personas LGTBIQ+: “Gracias a ellos pude ducharme y dormir en una cama de verdad”
Al menos uno de cada cinco miembros del colectivo han experimentado esta situación en algún momento de su vida. Las fundaciones Eddy y Manolita Chen les ofrecen casa y futuro


Después de una fuerte discusión con su madre, Marta Vaquero decidió hacer las maletas y salir de casa. “No era la primera vez que teníamos una pelea. En otras ocasiones, al volver a casa me había encontrado con la cerradura cambiada, sin poder entrar, así que opté por irme yo”, cuenta esta madrileña de 26 años sentada en un banco de un parque de Pozuelo de Alarcón. Vaquero, que se declara lesbiana, señala que se debió a su condición sexual. Cuando acudió a casa de su padre, no la acogió. Fue en agosto de 2020, con muchas restricciones de la pandemia todavía vigentes. Vaquero no durmió en la calle ningún día, pero ha estado en una situación de sinhogarismo, que no implica necesariamente estar en la calle, sino que solo quede el recurso de vivir en casas de amistades o parientes de manera provisional.
El caso de Vaquero es el que destaca el último informe anual de la Mesa Técnica de Atención a personas LGTBIQ+ en riesgo de exclusión social de Madrid (Maper), que recoge los datos de 2024, el más reciente y que refleja “la situación de doble invisibilización a la que se ven expuestas las mujeres lesbianas y bisexuales que se encuentran en una situación de sinhogarismo”.
“No solo su identidad de género las relega a un segundo plano sino que, además, el hecho de pertenecer a una minoría debido a su orientación del deseo agrava su exclusión. Esto no solo se refleja en la escasez de estudios centrados en esta problemática, sino también en la ausencia de modelos de actuación e intervención específicos para esta parte del colectivo LGTBIQ+”, se lee en el texto.
El año pasado, según este estudio, 979 personas LGTBIQ+ solicitaron apoyo residencial a alguna de las entidades que conforman Maper, mientras que en 2023 fueron 727. Estas no son todas las personas del colectivo que se encuentran en situación de sinhogarismo en Madrid, sino solo las que pidieron ayuda.
Estudios como la Encuesta de la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea (FRA), que entrevistó a 100.000 personas LGTBIQ+ de toda la UE, recogen que al menos el 20% de las personas LGTBIQ+ ha experimentado situaciones de sinhogarismo. En España los datos son similares, una de cada cinco personas LGTBIQ+ (23%) se ha enfrentado al sinhogarismo, casi la mitad de ellas directamente a la calle o a lugares no adecuados para residir, según el Estudio socioeconómico LGTBI+ 2024, el último elaborado por la Federación Estatal LGTBI+. Además, este informe destaca que la tasa de pobreza del colectivo multiplica por 10 la de la población general.
Red femenina de apoyo
Uno de los motivos por los que según el informe Maper el número de mujeres que se ven en esta situación es menor (o está más invisibilizado) se debe a su capacidad para mantener mayor número de redes de apoyo. Este es el caso de Marta Vaquero. “Estuve en casa de mi novia con sus padres”, detalla. La relación había comenzado en febrero de 2020, por lo que llevaban poco tiempo juntas. “La convivencia al principio no era nada fácil. Ahora me llevo superbién con su madre, su padre y su hermano. Pero al principio fue complicado. Quería salir de ahí porque me sentía un incordio”. Gracias al Programa LGTBI de la Comunidad de Madrid conoció a la Fundación Eddy, uno de los dos únicos recursos específicos para personas LGTBIQ+ que existen en España. “Me pidieron que aguantara cuanto pudiera en casa de mi novia, pues había personas en peor situación que yo, durmiendo en la calle”, cuenta sobre el proceso. En mayo de 2021, entró en uno de los dos pisos que la fundación tiene en el centro de Madrid, uno con ocho plazas y otro con cuatro.

Emeterio Lorente y Fernando González son los fundadores y patronos de la Fundación Eddy, que abrió sus puertas en 2017. “A nosotros nos había ido muy bien en la vida y queríamos devolver esa suerte”, explica Lorente sentado a la mesa del comedor de uno de los pisos. González fue expulsado de su casa con 17 años, así que le pareció una buena causa en la que volcarse. “En ese momento no había nada así en Madrid”, puntualiza Lorente. El objetivo de la fundación no es ofrecer un alojamiento definitivo, sino ayudar a sus usuarios para que encuentren empleo y se independicen.
“Es un programa para personas LGTBIQ+ en riesgo de exclusión residencial de entre 18 y 30 años”, explica González. “Cuando llegan les damos un tiempo para que se adapten. Vienen con una mochila emocional fuerte. Tenemos dos psicólogos aquí con los que tienen sesiones. Luego, durante los meses que permanecen con nosotros, les damos formación sobre cómo conseguir un empleo, les guiamos si quieren seguir estudiando, para encontrar su vocación, sobre convivencia, ahorro...”. La idea es que pasen un máximo de un año, cuando ya deberían ser capaces de encontrar un trabajo y un lugar donde vivir.

Jeison Villasis, responsable del hogar, explica los filtros que establecen para el acceso al programa, aunque siempre hay excepciones. “Tienen que ser mayores de edad, y hasta 30 años. Por desgracia, valoramos la situación de riesgo en la que se encuentran para seleccionar”, reconoce, pues tienen lista de espera. ¿Qué perfiles no pueden acoger? “Por falta de recursos, personas con un consumo activo de sustancias. Si desarrollan la adicción una vez dentro, lo trabajamos desde aquí, claro. Tampoco podemos aceptar a personas con trastornos mentales graves, que no lo podemos asumir”. Trabajan con una red de hasta 30 voluntarios, entre psicólogos, médicos, trabajadores sociales, comunicación... No basta para las necesidades más acuciantes.
Preguntado sobre por qué las personas LGTBIQ+ sin hogar necesitan espacios específicos, Villasis abunda: “Muchos vienen de procesos de mucha violencia, de rechazo. Y cuando entran en un recurso generalista para personas sin hogar, pueden entrar en la boca del lobo”. Pone como ejemplo el de una persona que huye de su país porque allí la homosexualidad está perseguida: “Si se encuentra con compatriotas, puede volver a sufrir esa violencia. Solo el miedo a poder sufrirla le lleva a seguir ocultándose, se tiene que volver a armarizar. Espacios como esta fundación les dan la oportunidad de ser ellos mismos".

Uno de los retos con los que se encuentran las fundaciones que ofrecen acogida es la financiación. Lorente y González cuentan que utilizaron sus ahorros para adquirir el primero de los pisos que gestionan. El año pasado consiguieron por primera vez la subvención del 0,7% (para programas de interés social) de la Comunidad de Madrid, que les ayuda a cubrir parte de los gastos. Luego, dependen de la solidaridad de otras entidades.
Una de las que aportan dinero a la Fundación Eddy es la firma cosmética Kiehl’s, que el año pasado empezó su colaboración. “El apoyo al colectivo LGTBIQ+ va en el ADN de la marca”, responde por videollamada Jon Saenz, presidente global de marca de Kiehl’s. “Cuando abrió su primera tienda en Nueva York, en los años ochenta, justo enfrente había una iglesia donde cada viernes se celebraba una misa por los muertos esa semana con sida. Todavía no era una gran empresa y comenzó a dar dinero para la investigación sobre el VIH cuando todavía no había tanta concienciación”. Sobre su proyecto con la fundación, que se llama Kiehl’s Open Doors, cuenta que se lanzó en 2024 en España y que contribuyeron con 15.000 euros. “La organización lo dedica a lo que más necesitan, ya sea que los jóvenes LGBTQIA+ sin hogar necesiten vivienda o recursos para prosperar”.

La Fundación Manolita Chen, con recursos de alojamiento en Palos de la Frontera (Cádiz) y Sevilla, es la otra de las dos organizaciones en España que ofrece el servicio específicamente para personas LGTBIQ+. La mujer que le da nombre, su fundadora, decidió invertir las ganancias que le habían dado sus negocios en adquirir una vivienda en el municipio gaditano, donde nació la entidad, para acoger a personas en situación de sinhogarismo del colectivo. Jorge M. Pérez, vicepresidente de la misma, explica que el espacio gaditano cuenta con subvención pública, que cubre una parte de los gastos, pero que en Sevilla no ocurre lo mismo. La generosidad de las empresas que les mandan comida y ropa les ayuda a tirar para adelante. “Vivimos como en los tiempos de la beneficencia”, se lamenta desde una sala del hogar en la capital andaluza.
Destaca un caso que siente con especial orgullo y cariño: el apoyo de Airbus cuando acababan de inaugurar las habitaciones sevillanas y acababan de acoger a sus dos primeros usuarios. “Conocí al responsable de diversidad de la empresa y le hablé del proyecto y de nuestras necesidades. Al día siguiente aparecieron con un vehículo lleno de ropa, sábanas, productos de limpieza... De todo”, dice mientras le tiembla la voz de emoción. “Nos sirvió para darnos el empujoncito final que necesitábamos para poder arrancar”.

La Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) colabora también con la fundación andaluza. Se trata de una ayuda en dos sentidos: CEAR deriva a las personas migrantes LGTBIQ+ a los espacios de Manolita Chen, para que tengan cobijo, y a cambio les da dinero por estas personas (por las migrantes, no para las 10 plazas de las que dispone la fundación). “Nos ayuda a cubrir un 30% o un 40% de los gastos por persona”, detalla Pérez, que calcula que cuesta 1.900 euros al mes aproximadamente hacerse cargo de cada persona (con gastos como comida, psicólogo, transporte...).
Rechazo de las familias
Pérez señala el rechazo de las familias a las personas LGTBIQ+ como la causa más común por la que acaban sin hogar. Al menos, es por la que más solicitudes reciben, aunque no la única, si bien la identidad y la orientación sexuales acaban atravesando todos los casos. La migración, como demuestran los usuarios derivados por CEAR, puede ser motivo para esta situación. Así lo vivió Kiara Zumiko. Esta mujer trans peruana sufrió primero el rechazo de su familia para luego enfrentarse al de toda la sociedad.
Huyó a España para buscar una vida mejor, pero en el momento de la entrevista todavía esperaba cita para poder regularizar su situación. “Me fui a un pueblo de Sevilla engañada por una supuesta amiga, a trabajar de cocinera, pero nunca me pagó ni me devolvió la maleta con el dinero y mis cosas que guardó”, cuenta en el hogar de Sevilla. CEAR la derivó a la Fundación Manolita Chen. Pérez cuenta que, aunque el objetivo es que se alojen con ellos máximo un año, con los usuarios de CEAR tienen que esperar tanto como sea necesario hasta que logren una cita para empezar el proceso para regularizar su situación.

Las dificultades para el acceso al mercado laboral o a la vivienda también se viven en España, y pueden alargar y dificultar la situación de sinhogarismo. Fue lo que le sucedió a Leyla (nombre ficticio). Después de años de incomprensión por parte de su familia (numerosa, son seis hermanos), sus padres le apoyaron y ayudaron en su transición. Esta marbellí de 22 años cuenta que se enamoró de un flechazo de su novio, Adonai (nombre ficticio), al que llevó a la casa familiar a vivir después del rechazo de la tía de él a su relación.
Tienda de campaña
El aumento de bocas que alimentar complicó la situación y Leyla, en una conversación con sus padres, decidió que lo mejor era que abandonaran el hogar para no deteriorar la relación familiar. “Estuvimos unos meses viviendo en una tienda de campaña en un terreno en Huelva, además a escondidas porque tenía un propietario que nos podía echar”, relata de cómo se mudaron del pueblo donde vivían en Toledo a la ciudad andaluza.
Antes de viajar, en Madrid, y luego también en Huelva, ambos estuvieron buscando trabajo para independizarse. “Muchas veces me llamaban porque les cuadraba mi currículo o pasaba la entrevista telefónica, pero en la entrevista personal, al verme, me descartaban por mi aspecto”, narra Leyla en la Fundación Manolita Chen, junto a su novio. Al final, dieron con esta entidad y ambos se instalaron en una de las habitaciones. Conceden la entrevista pocos días antes de partir a ejercer como auxiliares de camarero en un hotel de Almería, donde les dan alojamiento en una habitación del mismo complejo.

Son muchas las historias que, como la de Leyla y su pareja, acaban bien tras pasar por una de estas organizaciones. En su memoria de 2024, la Fundación Eddy recoge que entre el 1 de enero y el 31 de diciembre pasaron por sus instalaciones 26 jóvenes. De ellos, 9 ya tienen una vida autónoma (se han ido a vivir fuera de los pisos de la entidad con su propio salario), hubo un regreso con la familia y dos retornos a sus países de origen.
La historia de Marta Vaquero también tuvo un final feliz. En febrero de 2022, con empleo en una cafetería, comenzó a compartir piso. Estudió un máster y consiguió hacer prácticas en una agencia, en una clínica dental, después en una empresa informática y, finalmente, encontró empleo en un banco. Además, ha mejorado la relación con su familia materna.
Jorge M. Pérez muestra, orgulloso, un vídeo en el que el primer usuario que tuvieron, que vivía en la calle haciendo hogueras y había tenido problemas de adicción a los porros, les agradece su ayuda. “Él vino a nosotros con un cartel en el que contaba someramente su vida y prometía querer salir de todo y formar una vida mejor. Estuvo dos meses y medio y su vida mejoró notablemente”, explica Pérez.
Adrián (nombre ficticio) llora de emoción en la pantalla del móvil del vicepresidente de la Fundación Manolita Chen. “Gracias a Manolita Chen, que ha sido como una madre, y a Jorge por su ayuda. Llevaba desde los 16 años durmiendo en la calle, y gracias a ellos pude ducharme, dormir en una cama de verdad para descansar y lograr mis objetivos. Ahora, tengo trabajo de vigilante de seguridad y tengo mi hogar”, narra en el vídeo. Preguntado por los objetivos futuros, Pérez responde con contundencia: “Ojalá cerrar la fundación porque no hiciese falta. Pero como va a ser necesaria, afianzar y mejorar todo lo que hemos conseguido”.
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